“Ahora, ahora, resulta indispensable, aparición con vida y castigo a los culpables”, coreó ayer una multitud en la Plaza de Mayo. A dos meses de la desaparición de Santiago Maldonado, aunque la lluvia amenazaba y la temperatura pedía quedarse al abrigo, miles y miles sintieron que había que movilizarse. Las bocas del subte eran hormigueros de los que no paraba de salir gente.
Raquel e Isabel bajaron en la estación Florida de la línea B y caminaron derecho hacia la plaza, llevaban colgadas imágenes de Santiago que habían puesto en folios para protegerlas de la lluvia. Isabel, con una campera rompevientos azul que le tapaba hasta la nariz, dijo que la desaparición genera un sufrimiento colectivo, porque es una persona como cualquiera, que solo fue a expresar apoyo a una causa justa y se lo llevaron. “Más allá de cualquier color político –dijo–, es a nivel humano esta causa.” Su amiga, de campera y pelo rojo, ojos y rímel azules, explicó que es una cuestión política: “Quieren que hagamos silencio y seamos sumisos, pero este pueblo conoce sus derechos y no vamos a parar de salir a la calle hasta saber qué pasó. No puedo imaginarme lo que deben estar sufriendo los padres de Santiago. Además, los medios intentan acallarnos, estigmatizarnos. Todo esto lo empariento con lo de Milagro Sala”.
Banderas y banderines, afiches, cartones, hojas y pancartas, todo sirve para preguntar y exigir por la aparición del joven. Dos hermanas tuvieron otra idea: se escribieron con marcador “¿Dónde está?” en el cachete derecho y “Santiago Maldonado” en el izquierdo. “El Gobierno es responsable”, “Vivo se lo llevaron, vivo lo queremos”, eran otras de las frases más repetidas. (El conflicto en España también tuvo su espacio entre los carteles: “Viva la libertad del pueblo catalán. Abajo la represión de Rajoy”.)
La policía, los carros hidrantes, las combis de efectivos y la Catedral estaban en la misma vereda, de aquel lado de las vallas. Mariano fue con su hermano, estaba parado al lado de esos barrotes negros: “Los policías son todos unos hijos de puta, los infiltrados y los posta por igual”, se descargó. “En Argentina no puede haber ningún desaparecido más, Santiago tiene que aparecer y tenemos que saber qué pasó. El Gobierno lo único que haces es encubrir a la Gendarmería, que son los principales sospechosos. Todo lo que intentan es para no pagar los costos políticos, no les importa el pibe.”
Con carpas enormes y un humo espeso, los puestos de comida ofrecían choripán, bondiola, vacío, paty, cerveza, gaseosa, garrapiñada, algodón de azúcar, maní y hasta empanadas sanjuaninas, todo se vendía. Los vendedores de impermeables, visionarios sin suerte, fueron la única excepción. El ya clásico “Macri gato” se conseguía hasta en pines, el emprendedurismo que festeja el Presidente.
Cerca de las 17 cayeron algunas gotas de agua y algunos apurados abrieron sus paraguas, pero ni llegaron a mojarse. Mara no tenía paraguas pero sí bastón. Fumaba seria entre su grupo de amigos y dijo que no quiere que haya más casos de desaparición de personas, que las garantías constitucionales deben respetarse y que la responsabilidad es del macrismo. “La causa por Santiago es masiva, pero creo que no mayoritaria, lamentablemente. El rol de los medios también tiene su peso, no han dejado de propagar infundios sobre la persona de Santiago, los mapuches, los pueblos originarios, teorías falsas; algo que lamentablemente mucha gente todavía compra”.
Al lado de Mara, frente al Cabildo, un grupo de señoras le explicaban a una chica de otro país quién era Santiago Maldonado y qué había pasado con él. “Estaba cortando una ruta con una comunidad originaria, la Gendarmería fue a levantar el corte, reprimieron y se lo llevaron”.
Desde el escenario nombraron a Patricia Bullrich y la temperatura subió de golpe, todos movieron algún músculo. “Hija de puta”, “forra”, “renunciá”, fueron algunos de los insultos más sutiles.
“Ahora, ahora, resulta indispensable, aparición con vida y castigo a los culpables”, se empezó a cantar de nuevo, fuerte, de manera ensordecedora.
“Libertad al lonko Facundo Jones Huala”, clamaba un cartel de cartón duro. “Libertad, libertad, al mapuche por luchar”, cantaba un grupo de personas alrededor de la consigna. Explicaban que la de Santiago es también su lucha. Los alrededores de la plaza estallaban, no había ninguna calle aledaña que no estuviera colapsada.
Rodolfo estaba solo. Como otros, dijo que no iba “por algo partidario, sino humano”. Dijo que Santiago era un chico como tantos, y que eso demuestra que le puede pasar a cualquiera, lo cual es “muy grave”. “Juicio y castigo a los responsables por su desaparición”, exigía, a su lado, otra pancarta.
Al lado del Cabildo estaba la platea preferencial. Un grupo de amigas y amigos vio el muro, no tan alto, y se mandaron y se sentaron y se quedaron ahí. Después los fotógrafos se avivaron del panorama y pedían permiso para subir; los dueños del muro accedían, “salvo que seas un policía infiltrado”.
“No te puedo creer, lo borraron; qué forros”, le decía una chica a otra ni bien bajaron a la estación Bolívar del subte E, al lado del Cabildo, cuando el acto ya había terminado. “Había escrito ‘¿Dónde está Santiago Maldonado?’ ahí”, decía y señalaba las carteleras vidriadas del pasillo. “Para eso sí son rápidos”, ironizó la amiga. Esa parece ser la pregunta que más le molesta al Gobierno y para la cual, después de dos meses, sigue sin tener respuesta: ¿Dónde está Santiago Maldonado?