A raíz del tiroteo más letal de la historia reciente de Estados Unidos, el líder republicano Donald Trump deberá enfrentar nuevos cuestionamientos a la venta de armas de fuego en Estados Unidos. En una breve alocución desde la Casa Blanca, el mandatario definió a la masacre como un acto que representa “el mal absoluto” y llamó a los ciudadanos a mantenerse unidos y a orar. Pero no dijo ni una palabra sobre las armas de fuego, siendo que el atacante de Las Vegas tenía en su poder más de diez fusiles. Poco después, su portavoz, Sarah Huckabee Sanders, opinó que era “prematuro” emprender ese debate.
A pesar de que la investigación recién comenzó, los adversarios demócratas de Trump ya exigen, cualesquiera hayan sido las motivaciones del homicida, una modificación de la legislación sobre armas, tema que suscita virulentas pasiones en el país del Norte.
Apoyado en la campaña electoral por la mayor organización estadounidense defensora del derecho a poseer armas de fuego, la National Rifle Association (NRA), Trump siempre fue un feroz defensor de la Segunda Enmienda de la Constitución, objeto de ásperas discusiones sobre su interpretación, que estipula que no se puede atentar contra “el derecho del pueblo a tener y portar armas”. Y fue nada menos que el primer presidente en asistir a la convención de la NRA desde Ronald Reagan.
Algunas horas después de la tragedia, su exrival demócrata, Hillary Clinton, pidió un debate de fondo sobre las armas. “Nuestra pena no es suficiente. Podemos y debemos dejar la política de lado, enfrentar a la NRA y trabajar juntos para intentar que esto no vuelva a ocurrir”, escribió en Twitter.
“Siempre hay (personas que matan) con historias y motivaciones diferentes, su trágico elemento en común es tener armas poderosas”, destacaba por su lado Ben Rhodes, ex asesor de Barack Obama, quien intentó en vano que el Congreso legislara sobre el asunto.
Masacre tras masacre, los demócratas no dejaron de intentar hacer más estricta la legislación sobre la venta de armas, pero los republicanos lograron hasta ahora actuar en bloque y oponerse a cualquier limitación.
Las encuestas de opinión indican que la mayoría de los estadounidenses son favorables a un endurecimiento de la legislación.
El magnate republicano no ha dado hasta ahora ninguna señal de que fuera a cambiar su postura, que entusiasma a su base electoral más fiel.
“Tienen un auténtico amigo en la Casa Blanca (...). Ustedes me han apoyado, yo los voy a apoyar”, declaraba 100 días después de su llegada al poder en una insólita comparecencia de un presidente en ejercicio ante la Asociación Nacional del Rifle.
Durante la campaña ya había ido lejos en su argumentación, cuando usó el contra ejemplo del modelo francés, muy restrictivo, afirmando que los atentados del 13 de noviembre en París no hubieran sido tan letales si la ley fuera diferente.
Para ganarse la simpatía de miles de miembros de la NRA, Trump recuerda regularmente que dos de sus hijos son socios de esa entidad desde hace años. “Tienen tantos fusiles y armas que a veces hasta yo estoy un poco preocupado”, contó alguna vez entre risas.
Ayer de mañana el senador demócrata Chris Murphy, de Connecticut, donde en diciembre de 2012 tuvo lugar la masacre de la escuela de Sandy Hook, en Newtown, manifestó su enojo. “Es sencillamente exasperante que mis colegas en el Capitolio tengan tanto miedo a la industria de las armas que pretendan que no hay ninguna solución política a esta epidemia”. Y agregó: “es hora de que el Congreso se mueva y haga algo”.
Nancy Pelosi, líder de la bancada demócrata en la Cámara de Representantes, escribió al líder republicano Paul Ryan, para reclamarle la creación de una comisión que proponga “una ley razonable para ayudar a poner fin a esta crisis”.