Por alguna vía, y seguramente no tengamos conciencia de cuál, nos ha llegado la idea de que la autocrítica es una virtud política de primer nivel. La mayor virtud, podría decirse. Y por algún malabarismo comunicacional, esta virtud se exige al gobierno anterior con una virulencia desconocida en otros casos. Ninguno de nosotros recuerda un pedido de autocrítica pública a los ex presidentes Carlos Menem y Fernando de la Rúa, al menos con la insistencia actual. Se podrán argumentar razones atendibles que expliquen esta diferencia, pero lo cierto es que la autocrítica es la nueva virtud de la política y se exige sólo al gobierno precedente.
La autocrítica no es una virtud muy expandida. A todos nos cuesta reconocer nuestros errores y aprender de ellos. A la larga, todos pasamos por este proceso, pero es complejo y difícil. En virtud de esta complejidad, quiero presentar algunas reflexiones sobre este tema de cara a las elecciones de octubre.
En primer lugar, la autocrítica, como todo en política, no es –o no debiera ser– una declamación, sino un acto. “No existe el amor, existen las pruebas de amor” decía un gobernador bonaerense a la hora de hablar de su gestión. En este campo, la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner es pródiga: el Instituto Patria, creado por ella para analizar la gestión de los gobiernos de América Latina de la década anterior, es un hecho que permite leer fortalezas, debilidades y deudas pendientes de la historia reciente. De hecho, el programa electoral de Unidad Ciudadana surgió de esta usina, para profundizar las políticas de inclusión social y desarrollo económico minimizando errores y adecuando estrategias e instrumentos a la situación actual. El perfil de candidatas y candidatos de sus listas también puede leerse en clave de autocrítica: se amplió el universo representado, tratando que todos los sectores de la vida nacional se sientan reflejados. Las alusiones, en los diferentes reportajes, a su carácter, al “tono” de las cadenas nacionales, a sus desencuentros con Jorge Taiana o el presidente del partido Justicialista, humanizan su perfil al tiempo que expresan una clara conciencia de las limitaciones humanas.
Sin embargo, ninguna de estas cosas es percibida por los medios como “autocrítica”, por lo que supongo que se espera que la candidata a senadora pida perdón por todo, en lo posible de rodillas, en algún escenario abierto y frente a todos los micrófonos del país. Me permito pensar que, aún así, se criticaría ferozmente su “autocrítica”.
En el espacio Cambiemos, la autocrítica se ha convertido en un verdadero caballito de batalla. “Reconocemos cuando nos equivocamos”, suele comentar la gobernadora bonaerense. Sin embargo, volver atrás numerosas decisiones de gran impacto social no ha obedecido, al menos hasta el momento, a ejercicios de “autocrítica”, sino a la presión de los sectores cuyos derechos fueron vulnerados. Los trámites para revalidar pensiones se suspendieron por este motivo, sin dejar de mencionar que el suicidio de una persona en la oficina marplatense de la Anses no tiene retroceso posible. Las deudas del Correo o la presencia de las máximas autoridades en los Panamá Papers tampoco dieron lugar a autocrítica alguna. En esos casos, la estrategia fue minimizar la gravedad de la noticia que se propagaba. Me pregunto, por otro lado, si la autocrítica puede resolver la tragedia que supone la desaparición forzada de un joven.
Hace más de 2000 años que sabemos que es mucho más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. Por esta razón ancestral, pedir que la autocrítica la hagan los “otros” es sencillo y redituable. Y nadie nos juzgará por hacerlo.
* Doctora en Ciencias Sociales (Flacso). Candidata a diputada nacional por Unidad Ciudadana.