Las ondas gravitacionales se asemejan al efecto de una piedra que cae en aguas quietas. Solo que se expanden en el espacio-tiempo del universo a la velocidad de la luz. Y se originan en explosiones de energía poderosísimas. Su existencia fue descripta de manera teórica por Albert Einstein, aunque el gran genio en algo se equivocó: dijo que nunca podrían ser detectadas desde la Tierra. En el año 2015, tres científicos lograron percibirlas. Fueron ondas que se habían generado por un choque de agujeros negros ocurrido a 1300 millones de años luz. El avance científico abrió la puerta a una exploración del universo totalmente nueva y diferente. A los investigadores les abrió otra: la del premio Nobel de Física, que les fue concedido ayer. En su equipo trabajó una argentina, egresada de la Universidad Nacional de Córdoba.
La confirmación de la existencia de ondas gravitacionales es una revolución que acerca la ciencia al corazón del Big Bang y al origen del universo. Un siglo después de que Einstein enunciara los principios de estas ondas en su teoría general de la relatividad de 1915, los astrofísicos Rainer Weiss (85 años), Barry Barish (81) y Kip Thorne (77) volvieron a “sacudir el mundo”, según Göran Hansson, secretario general de la Academia de Ciencias.
Hasta ahora, el Universo podía estudiarse con métodos convencionales a partir de la luz y las partículas. A partir de este descubrimiento, será también mediante las ondas gravitacionales, que son el resultado de violentos eventos galácticos, como el choque de agujeros negros o la explosión de estrellas masivas, y pueden revelar eventos que ocurrieron millones de años atrás. La primera detección directa de ondas gravitacionales tuvo lugar en septiembre de 2015 en el LIGO (Observatorio de Ondas Gravitacionales por Interferometría Láser, en español) donde trabajaban los tres laureados y estuvo coordinado por la argentina Gabriela González. El hallazgo, divulgado en febrero de 2016, fue celebrado como la culminación de décadas de investigación.
En 1984, Thorne y Weiss crearon el LIGO en el prestigioso Instituto de Tecnología de California (Caltech). Barish se unió a ellos en 1994 y ayudó a finalizar el proyecto del observatorio.
La primera observación directa de las ondas gravitacionales fue el resultado del choque de dos agujeros negros ocurrido a unos 1300 millones de años luz de distancia. Aunque la señal era extremadamente débil cuando llegó a la Tierra, ya prometía una revolución en la astrofísica.
“Las ondas gravitacionales son una forma completamente nueva de seguir los eventos más violentos en el espacio y probar los límites de nuestro conocimiento”, dijo la Academia Sueca. En una entrevista publicada en la página web de los Premios Nobel, Thorne aseguró que este descubrimiento permitirá que los científicos vean “un enorme número de cosas” en las próximas décadas. “Veremos cómo chocan estrellas de neutrones, cómo se destruyen, veremos agujeros negros destruyendo estrellas de neutrones, veremos estrellas de neutrones giratorias, púlsares (...) Exploraremos básicamente el nacimiento del universo”, destacó.
Las ondas gravitaciones son minúsculas y casi indetectables, ya que interactúan de forma muy débil con la materia y viajan a través del universo a la velocidad de la luz, sin que nada las detenga. Las ondas afectaron la dimensión de los aparatos de detección en una diezmilésima parte del núcleo de un átomo de hidrógeno.
Desde 2015 esas enigmáticas ondas fueron detectadas tres veces más: dos por el LIGO, y una por el detector Virgo situado en el Observatorio Gravitacional Europeo (EGO), en la ciudad italiana de Cascina. “Einstein estaba convencido de que nunca sería posible medirlos”, afirmó el comité Nobel. “El logro del proyecto LIGO fue utilizar un par de gigantescos interferómetros láser para medir un cambio miles de veces menor que el núcleo de un átomo, mientras las ondas gravitacionales atravesaban la Tierra”, añadió.
Los agujeros negros no emiten luz y sólo pueden ser observados mediante las ondas que surgen cuando éstos chocan y fusionan de forma violenta, ofreciendo a los científicos una manera de estudiarlos. “Si pudiéramos oír todas las ondas y no sólo las más fuertes, el universo entero estaría lleno de música, como pájaros gorjeando en un bosque, con más ruido aquí y menos allá”, explicó la Academia de Ciencias.
Rainer Weiss recibirá la mitad del premio de 940.000 euros, mientras que Barry Barish y Kip Thorne se reparten en partes iguales la otra mitad. “Es realmente maravilloso. Esto lo considero sobre todo como algo que reconoce el trabajo de cerca de mil personas”, declaró Weiss poco después de que se anunciara el premio. Esas mil personas fueron coordinadas por la argentina Gabriela González.