Un día y medio después de la mayor matanza con armas de fuego cometida en Estados Unidos, Las Vegas, la ciudad donde la diversión no se detiene ni siquiera tras múltiples asesinatos, intentaba salir de la pesadilla a fuerza de música y tragamonedas. Mientras muchos continúan preguntándose qué llevó a Stephen Paddock, un jubilado de 64 años y buen pasar económico, a disparar a una multitud de personas y asesinar a 59, otros intentaban localizar a sus familiares heridos o fallecidos entre los carteles luminosos que son iconos de la metrópoli y que pusieron el luto a la ciudad, al tiempo que emitían mensajes que convocaban a donar sangre. Como telón de fondo, los partidos demócrata y republicano volvieron a desenfundar sus argumentos sobre el control de armas: los azules pidieron medidas más estrictas y los rojos los criticaron por lo que perciben como oportunismo político. Entre tanto, la policía intenta develar las motivaciones de Paddock, quien no era un fanático religioso ni político y cuyo estilo de vida no encaja con ningún perfil de los investigadores.
En distintos puntos de la ciudad la escena se repitió una y otra vez: “he ido a la oficina del forense primero. Después he acudido a varios hospitales. El nombre de mi mejor amigo no figura en ningún sitio. Ojalá se le haya perdido el teléfono y por eso no lo hemos localizado aún”, dijo resignado, Carlos R., un enfermero de Las Vegas.
A las puertas del pabellón sur del centro de convenciones de Las Vegas, donde se organizó un centro de reunificación familiar para tratar de localizar a las víctimas, los gestos de desesperación se replicaban.
“No voy a volver a casa hasta que me aclaren qué ha sido de mi hija. No me quedan lágrimas. Sé que está muerta, pero necesito que me lo digan”, aseguró una mujer de unos 40 años.
Mientras tanto, el lujoso Mandalay Bay, el casino desde cuyo piso 32 Paddock disparó durante siete minutos y mató a 59 personas e hirió a otras 527 que, a 400 metros, presenciaban un recital de música country, amaneció rodeado de cintas amarillas y móviles policiales, pero con las mesas de juego y máquinas tragamonedas en plena actividad, aunque con pocos concurrentes. En el resort de fachada brillante y dorada –el mismo donde se filmaron las películas Rocky y Hangover–, ayer sólo dos detalles daban cuenta de la tragedia: las dos ventanas que utilizó el francotirador para disparar a discreción hacia las 22000 personas que se encontraban en el Route 91 Harvest Festival.
Según los investigadores, Paddock planificó el ataque y buscó especialmente esa habitación, la suite 32135, para poder disparar desde un punto elevado con ayuda de una tarima sobre la multitud. Durante diez días contrabandeó las 23 armas en diez valijas que encontró la policía, y que se suman a otras 19 halladas en su casa en Mesquite, en el estado de Nevada, a 130 kilómetros de las Vegas.
De acuerdo a los expertos, Paddock, que trabajó como contratista de la empresa de defensa Lockheed Martin y que hizo una fortuna con bienes raíces, transformó las armas semiautomáticas que compró (las automáticas están bajo estricto control) para poder disparar ráfagas de forma casi continua.
Entre las armas halladas en la habitación se encontraron fusiles AR-15, la versión civil y semiautomática del famoso M-16, un AK-47, tres FN-15, cuatro rifles Daniel Defense DDM4. Dos de las armas estaban equipadas con mira telescópica y un bípode de sustentación para disparar con mayor precisión.
Para los especialistas, Paddock descargó la lluvia de balas alternando entre los diferentes fusiles porque los que utilizó no están diseñados para disparar a repetición tantas municiones y los caños se recalientan.
El sheriff de Las Vegas, Joe Lombardo, explicó que los peritos habían encontrado vainas de calibre .223, utilizado por el AR-15, y de .308, un tipo de munición también militar muy usado en la caza. Además, en el automóvil de Paddock, la Policía encontró varias libras de nitrato amónico, que puede usarse para la fabricación de bombas.
Lombardo, en conferencia de prensa, definió al atacante como un “lobo solitario” y lo calificó de “psicópata”, tal vez por relacionarlo con su padre, Benjamin, un ladrón de bancos que estaba en la lista de los diez más buscados por el FBI, escapó de prisión en 1969 y a quien las órdenes de búsqueda describían como “psicópata”.
Eric, hermano del atacante, dijo que Stephen Paddock era un jugador que “jugaba más que el promedio”, pero que también tenía más dinero que el promedio. “Era un tipo al que le iba bien, hacía viajes en crucero y podía comprarse lo que quería”, dijo sobre el hombre, divorciado y sin hijos, que causó la mayor de las matanzas registradas hasta el momento en suelo norteamericano.
El apostador jubilado que a las 22.08 del domingo rompió las ventanas de la habitación y comenzó a disparar, sin tener ningún antecedentes policiales por actos de violencia, tenía dos avionetas, una licencia de piloto y otra de caza mayor en Alaska.
Además del móvil, que tratándose de motivaciones individuales quizás nunca se aclaren, un capítulo que queda por dilucidar es el final del episodio. Las primeras versiones indicaron que el atacante fue abatido por el grupo SWAT. Sin embargo, pese a las felicitaciones del presidente Donald Trump para las fuerzas de seguridad por detectar rápido el cuarto de Paddock, la intervención policial fracasó en el intento de detener al agresor, quien se habría suicidado.