En Brasil pareciera estar emergiendo un nuevo orden político, que algunos han caracterizado como “posdemocracia”. No es posible caracterizarlo como una dictadura, ya que en octubre de 2016 ha habido elecciones municipales transparentes. Sin embargo,se trata de un gobierno que carece de legitimidad de origen, iniciado a partir del oscuro proceso de destitución de Dilma Rousseff culminado en agosto de 2016. Desde entonces, recurre para garantizar su continuidad a variados mecanismos poco transparentes ante sectores de la sociedad que lo observan con preocupación.
Ante la ausencia de legitimidad de origen en la soberanía popular que brinda un proceso electoral y la impopularidad que le es característica, el gobierno de Temer sobrevive comprando minuto a minuto una legitimidad corporativa que reside en el apoyo de los sectores dominantes. Esta situación explica la prisa por la aprobación de reformas que apuntan a desmontar el estado y la cultura nacional estatista construida en Brasil desde 1930 con el primer gobierno de Getulio Vargas. Los intentos de privatización de empresas estatales en petróleo, electricidad, y las reformas que van contra las leyes laborales y los aportes sindicales son expresión de la debilidad de un gobierno que busca asegurar su supervivencia política.
Aún ante esas amplias concesiones al bloque neoliberal, se manifiestan tensiones al interior del mismo, ya que mientras algunos sectores consideran al presidente como el mejor medio para alcanzar estas reformas de mercado, otros grupos como la poderosa cadena Globo consideran su alta impopularidad y las acusaciones de corrupción que lo asedian como un obstáculo para darle continuidad a aquellas reformas.
A su vez, el gobierno de Temer bordea el autoritarismo frente a los signos de resistencia que aparecen en las calles: esto se ha visto con la represión a las movilizaciones, la invasión de la policía locales del MST, así como en el intento de sacar a los militares a la calle frente a las protestas, una iniciativa en la que el Ejecutivo tuvo que retroceder por el repudio que generó.
Al mismo tiempo, el candidato con mayores posibilidades en la próxima elección de 2018, Lula, se encuentra acorralado por el Poder Judicial, y si es imposibilitado de competir debido a las acusaciones de corrupción, se consolidaría un sistema híbrido cuyas garantías a la competencia electoral residen en la exclusión del candidato con mayores posibilidades de ser electo por sufragio popular.
Sin embargo, quizás lo más preocupante es que el rumbo neoliberal no está en cuestión en Brasil. Los grandes capitales y periódicos conservadores encuentran su punto de convergencia en las reformas implementadas por el Ministro de Economía Henrique Meirelles, y ante una eventual renuncia de Temer el camino elegido no está en cuestión.
Si tenemos que hablar de “grados de democracia”, el nivel de la democracia brasileña es bajo actualmente, ya que combina elementos propios de este tipo de régimen como ciertas libertades y elecciones, con elementos propios de regímenes autoritarios, que involucran la virtual proscripción del principal candidato y una falta de legitimidad de origen del gobierno, compensada con un apoyo corporativo que atenta contra la soberanía popular.
* Autor del libro Prensa tradicional y liderazgos populares en Brasil (A Contracorriente, 2017).