“Estamos en emergencia cultural y queremos construir el modelo de país que nos merecemos. Defendemos el derecho a la cultura para todos los ciudadanos y queremos un país donde todos podamos preguntar por Santiago Maldonado”. Con consignas como ésta, que en contra de cierto clima de época unieron de manera natural las cuestiones de la cultura y las cuestiones “de la política”, los trabajadores de los núcleos y colectivos culturales realizaron un acto ayer frente al obelisco, como un modo de visibilizar sus reclamos, tan múltiples y diversos como coincidentes en un diagnóstico urgente: hoy la cultura está en riesgo, en emergencia, o en todo caso se asiste a una avanzada que pretende imponer un único modelo de cultura. En contra de ese modelo se pronunciaron ayer intelectuales, dirigentes, artistas, gestores culturales y otros trabajadores de la cultura, en una juntada que fue celebrada por su propia naturaleza: la de unir fuerzas y voluntades. Los organizadores anunciaron que van hacia la realización de un “gran congreso nacional de la cultura”, y como próximo paso convocaron, para el próximo domingo a las 15, al festival “Somos Cultura” en los Bosques de Palermo.
Desde una radio abierta montada en la plazoleta del obelisco, y mientras los granaderos arriaban la bandera allí ubicada, se leyeron algunas de las ideas que guiaron el encuentro: “No al vaciamiento del Ministerio de Cultura”, “por el 1% del PBI para la cartera de cultura”; “no a la extranjerización de la cultura, defendamos las industrias culturales argentinas”; “por la Ley Nacional del Libro”; “por la defensa de las entidades gestoras de los derechos de autor”; “el cine no se toca: sí a mantener el fomento al cine nacional”, “por volver a la compra de libros para las bibliotecas y las escuelas”, “respaldo del Estado para el mantenimiento digno de espacios culturales, milongas, teatros independientes, bares culturales”, fueron algunos de los reclamos que se escucharon. Más de sesenta organizaciones sociales, políticas y gremiales, y colectivos culturales de todos los tamaños y de todas las áreas y artes, adhirieron a la convocatoria. Allí estaban, entre muchas otras,las Cámaras de Clubes de Música en Vivo, el Frente de Artistas y Trabajadores de las Culturas, el Movimiento de Espacios Culturales y Artísticos, el Radar de los Trabajadores, el Centro Cultural de la Cooperación, Caras y Caretas, el Espacio Carta Abierta, Ate Capital y la Unión de Marionetistas y Titiriteros, además de una cantidad de espacios ligados a escuelas de arte.
Cada una de las organizaciones fue pintando el panorama “ de emergencia” con sus testimonios: los centros culturales contaban que ya no pueden pagar las boletas de luz y gas; los espacios de memoria, que ya no reciben presupuesto para funcionar; los integrantes de programas dependientes de los Ministerios de Cultura o Educación, que éstos están siendo desmantelados en los hechos. Otros espacios organizados surgieron, justamente, a partir de esta emergencia que se denuncia. El “Colectivo LIJ”, por ejemplo, reúne a escritores, ilustradores, editores y otros trabajadores relacionados con la literatura infantil y juvenil, un área que, aseguran, está siendo especialmente golpeada: “se ha recortado el presupuesto a la Conabip, se desmantela el Plan Nacional de Lectura, ya no se entregan libros en las escuelas, ni se capacita a los docentes”, enumeran, mientras reparten una Carta Abierta con la que han decidido pronunciarse públicamente –de la que dio cuenta ayer este diario–. Son impresiones y fotocopias “orgullosamente artesanales”, que cada uno hizo, como pudo, en su casa.
Pero al igual que muchos de los presentes, los integrantes del Colectivo Lij van más allá de lo estrictamente sectorial: están preocupados por lo que sucede en las escuelas cuando desde sus directivos, o inclusive desde las comunidades de padres y madres, se sugiere o se indica expresamente que “no hay que hablar de política”, que “no hay que mezclar”. “Por nuestro trabajo hacemos visitas frecuentes a escuelas, y a muchos nos empieza a pasar que nos piden ‘no tocar el tema político’. O al conocer cierta línea de pensamiento, directamente se dan de baja nuestras visitas. Algo está muy mal cuando se llega a ese punto”, analizan, y en la carta ratifican su “plena convicción de que todo ser nacido y criado en sociedad es un ser político, con derecho a una educación en libertad y con respeto por parte del mundo de los adultos”.
El reclamo por la aparición de Santiago Maldonado fue otra de las guías del encuentro. “Yo estoy en el Obelisco. ¿Dónde está Santiago Maldonado?, se escuchó una y otra vez, y la cara del joven se multiplicó en carteles y banderas. La realidad siguió dando motivos de alarma cuando, desde la radio abierta, se leyó un comunicado recién llegado desde la Universidad Nacional de Rosario: las autoridades de esta casa de estudios denunciaban el ingreso de la Gendarmería en el Centro Universitario de Rosario, mientras se celebraba un acto por cumplirse dos meses de la desaparición de Santiago Maldonado. Claramente violatoria de la ley, la acción, desarrollada en medio de una clase pública y denunciada por las autoridades y los estudiantes como “una provocación”, ya fue denunciada en la Fiscalía.
“Hoy soy catalán, soy palestino. Hoy soy Santiago Maldonado, soy el pueblo mapuche. Hoy soy todos los que quieren ser borrados del mapa y silenciados, y sin embargo se resisten desde lo que tienen de dignidad”, dijo el actor Norman Briski tras leer un fragmento del Manifiesto de Núcleos Culturales. “No hay verdadera democracia si no hay libertad artística”, sostenía ese manifiesto. “No una libertad artística que precise certificación estatal; el Estado se reconstruye en sus libertades internas cuando sostiene la vida artística sin restricciones, especialmente aquella en la que el Estado se siente interpelado. El arte no es para poner cómodo a nadie. Y siendo así, la acción del Estado debe tener un nivel que hoy está lejos siquiera de imaginar. Por eso esta movilización, que suma reclamos de todos los sectores culturales, lanza nuevamente la idea de un arte emancipado en una sociedad de libres creadores”, proponía.
Por allí aparece Horacio González y, entre los muchos que se acercan a saludarlo o a sacarse fotos con él, llega una chica y le dice: “te extrañamos”. Es una trabajadora de la Biblioteca Nacional. Ella también pide su foto. “¿Estás buscando un despido rápido?”, ¿bromea? el ex director de la institución. “La narración oral es cultura”, defienden a unos metros, organizados bajo una bandera, un grupo de narradores orales. Otro grupo pide por la reapertura del Arte Cinema. Los marionetistas y titiriteros hablan a través de sus creaciones. Armada la ronda, los trabajadores del Espacio Cultural Nuestros Hijos, de Madres de plaza de Mayo, cuentan algo que es recibido con incredulidad por otros gestores culturales: no sólo les han cortado todo ingreso para sueldos y programación, hoy en día hasta tienen que pagar, con lo que recaudan como pueden, las facturas de luz, gas y teléfono, que ya no forman parte del presupuesto nacional dentro del espacio que funciona en la ex Esma.
Los profesores del programa de Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles del Bicentenario, que depende del Ministerio de Educación, cuentan cómo lo sólido se desvanece: “no es que lo cierran, porque en lo formal continúa. Pero en los hechos, no renuevan los contratos, pagan los sueldos tan atrasados como para que prefieras irte, no renuevan ni arreglan los instrumentos, no hacen más encuentros de intercambio y formación”, enumeran. Para seguir subsistiendo, en Wilde y la Isla Maciel, por ejemplo, orquestas y coros como los de la Universidad Nacional de Avellaneda organizan conciertos a beneficio (hace poco dio uno Miguel Angel Estrella, en el teatro Roma) y organizan campañas de financiamiento colectivo en plataformas virtuales.
Mientras tanto, en un escenario prolijamente delimitado en la plazoleta del obelisco, se suceden los números artísticos: suena Bruno Arias y actúa el grupo de danza comunitaria “Bailarines toda la vida”; más tarde se acerca la Orquesta de la Escuela de Música Popular de Avellaneda. La cultura alza la voz y se declara en emergencia, pero no detiene.