Los ingleses en general y los conservadores en particular esperaban hoy el discurso de la Primera Ministra Theresa May. En Manchester, la Conferencia del Partido Conservador se cerraba con May, quien iba a hacer un llamamiento a la unidad tory en medio de la salida británica de la Unión Europea. Las consignas las pudo hacer, pese a las interrupciones por las cuales su alocución será recordada como “el discurso de la tos”.
Se trataba del primer cara a cara de la líder conservadora con las bases del partido tras la victoria con sabor a derrota en las elecciones del 8 de junio, cuando los conservadores perdieron la mayoría absoluta y debieron pactar con los unionistas del Ulster para poder formar un gobierno en minoría. May había adelantado los comicios con la idea de fortalecer el Brexit, y fue ella la que no salió fortalecida.
May comenzó a hacer su llamamiento a la unidad, a dejar de lado las luchas internas y evitar el acceso al poder del laborismo de Jeremy Corbyn cuando la tos ganó protagonismo. Justamente, comenzó a toser apenas nombró al líder de la oposición. May debió interrumpir varias veces el discurso, haciendo pausas para tomar agua, pero la tos volvía. En un momento dado, Philip Hammond, el ministro de Economía, que estaba sentado en primera fila, le alcanzó un caramelo. May pudo hacer gala del humor británico: “Espero que hayan notado, señoras y señores, que el ministro de Economía me ha dado algo gratis”.
Las desventuras de May en su esperado discurso no terminaron con la tos. Un hombre en primera fila avanzó para alcanzarle un formulario, que ella tomó y dejó en el piso, mientras los encargados de seguridad se lo llevaban. Resultó ser el cómico Simon Brodkin, y el que hubiera podido estar tan cerca de la premier disparó las críticas a la seguridad en un gobierno que activó las alertas contra el terrorismo. Al parecer, el formulario era una carta de despido, en alusión a la duras críticas del canciller Boris Johnson, factótum del Brexit, en su discurso de ayer, que May prefirió no presenciar.
Hubo más. May estaba parada detrás de una pared con el lema “Construyendo un país que trabaja para todos”. Mientras hablaba, cayó la f de “for” (“para”). Si el slogan quería hacer notar la fortaleza de su gobierno, la caída de una letra podía entenderse como un síntoma de la crisis interna de los conservadores.
El Daily Telegraph, uno de los principales diarios británicos, y de simpatías conservadoras, fue lapidario. “La tos de Theresa May era una metáfora de todo su liderazgo. Está acabada”, señaló una columnista. El diario vaticina una avanzada de treinta parlamentarios del partido para Navidad, con la idea de desbancarla, tras lo que calificó como “una desastrosa intervención”. Desde el otro extremo, el progresista The Guardian tituló: "El sueño de May se convierte en pesadilla".
Así las cosas, el discurso será recordado por los incidentes, empezando por la tos, y por el rol no menor que podría cumplir en su caída, más que por sus llamados a la unidad del partido en una alocución que, más allá de lo ocurrido, fue muy chata. Sobre todo por el contraste con la vehemencia de Johnson en su aparición ante los delegados.
El canciller, rival interno de May, había dicho que “no vamos a salir de la botella del Brexit para acabar en la sucia antesala de la Unión Europea, esperando patéticamente las migajas y sin poder controlar el menú".
May recogió el guante por la crítica velada a cómo conduce el Brexit. “Más allá de este auditorio, más allá de los cotilleos en las páginas de los periódicos, y más allá de los corredores de Westminster (el parlamento), la vida ordinaria de la gente trabajadora sigue adelante", dijo la premier, quien manifestó su responsabilidad por el resultado electoral de junio.
Con todo, Johnson quedó en el ojo de la tormenta cuando en la conferencia dijo que la ciudad siria de Sirte tiene “potencial real” para ser un futuro Dubai bajo una condición: “Lo único que tienen que hacer es retirar los cadáveres”. Varios miembros del partido repudiaron semejante frase y pidieron su renuncia. Fueron muchos más los que lo aplaudieron cuando proclamó: “Dejemos que ruja el león británico”.