"La mancha de humedad en su pared se originó en una pérdida de un caño de desagüe de mi departamento. Permítame que tome a mi cargo los arreglos", dijo el vecino del 4º C al del 4º B.

"¿Recuerdan el cuento ?La mancha de humedad? de Juana de Ibarbourou? Lo sé de memoria: En esa mancha yo tuve cuanto quise: descubrí las Islas de Coral, encontré el perfil de Barba Azul y el rostro anguloso de Abraham Lincoln, libertador de esclavos, que reverenciaba mi abuelo; tuve el collar de las lágrimas de Arminda, el caballo de Blanca Flor y la gallina que pone huevos de oro; vi el tricornio de Napoleón, la cabra que amamantó a Desdichado de Brabante y montañas echando humo de las pipas de cristal en que fumaban sus gigantes o sus enanos. Todo lo que oía o adivinaba, cobraba vida en mi mancha de humedad y me daba su tumulto o sus líneas", recitó el del 4º B.      

"¡Qué bueno! Mi madre me lo contaba", señaló la vecina del 6º A mientras hacía el gesto de aplaudir, pero en silencio, porque sus palmas apenas se acariciaban.

"Si me disculpan", interrumpió el administrador. "Es tarea de la Administración, y solo de la Administración, ocuparse de esos menesteres. Nos haremos cargo de inmediato", dijo.

"Está bien", dijeron, casi al unísono, los vecinos del 4º C y del 4º B.

"Quiero hacer una breve referencia, si se me permite, a la música, denominada rock, y discúlpeseme si mi ignorancia yerra en la denominación, digo, la vivaz música que se propala desde el departamento 3º C, que se ubica junto al que yo habito con mi marido que, de hecho, les manda saludos. No pudo venir porque anda con muchos achaques", señaló la vecina del 3º B.

"Felicito a los jóvenes estudiantes que nos han permitido conocer esa música nueva, al menos para mí y mi marido. Nos ha infundido nuevos bríos, nos ha regalado energía tribal y ganas de vivir. Nos ha rejuvenecido. Me llena de satisfacción y de esperanzas para el futuro de nuestro querido país saber que jóvenes estudiantes, además de cumplir con sus muchas obligaciones en la facultad, se ocupan de explorar en las artes y regalarlas, a toda hora, con total generosidad", continuó la señora, maestra jubilada, dirigiéndose a los estudiantes allí presentes, que la observaban con admiración.

"En cuanto a los horarios de emisión y el volumen de tan bellas sinfonías, es un tema menor. Ya lo charlaremos con ustedes, pero no en este ámbito, claro, que está para tratar temas más importantes. Pueden visitarnos cuando lo deseen. Vengan a nuestro departamento. Con gusto mi marido y yo los recibiremos a almorzar o cenar, con la sola condición de que traigan música", agregó la vecina del 3º B.

"Bueno, si consideran que ya hay acuerdo sobre estos temas, les sugiero seguir adelante con el orden del día, digo, si nadie se opone", agregó el administrador.

Varios vecinos hicieron gestos de aprobación.

"Vamos entonces a retomar el tema de la campaña de afiches que venimos haciendo por el barrio, exigiendo la aparición de Santiago Maldonado, y también la campaña de charlas sobre este tema en las escuelas y otras instituciones barriales. La idea era que a medida que vayan arrancando los afiches que pegamos en la calle, los vayamos reponiendo, así que vamos a imprimir una cuarta tanda. Y tengo que informar, además, que ya está todo listo para hacer la gigantografía con la foto de Santiago, que va a ocupar toda la fachada del edificio. Va a quedar hermosa. Y además Ana tiene casi listo el texto para trabajar en los talleres", dijo el administrador.

"Escuchemos a Ana, si les parece, así ya dejamos listo el texto sobre Santiago Maldonado", propuso el administrador haciéndole una seña a la maestra jubilada del 3º B, para que lea su texto.

La mujer desplegó un papel que tenía guardado en el bolsillo, se acomodó los anteojos y comenzó a decir, con vos suave, pero muy clara y audible. "Es una actividad didáctica, una propuesta para que los chicos se enganchen y ellos aporten lo suyo, la idea es trabajar con el discurso, en forma creativa, desde lo ficcional", explicó la vecina antes de fijar la vista en el papel.

"Se vino Quintiliano, el gran retórico, se vino desde el más oscuro Orco, y nos dijo: Enloquezcan a los goebbelsitos, tírenles letra, materiales, ingredientes a mansalva para sus ensaladas. Vénzanlos con el cortocircuito de la sinapsis, la chacona y el escarnio. El que enloquece al adversario, gana la batalla. El que es más payaso prevalece, al menos cuando la lucha es en el lodo de la mentira, la fantochada y la opereta. Denles de su propia medicina hasta intoxicarlos. Y digan así: Sí, somos guerrilleros, de las FARC, de la ETA, somos trotskistas, guevaristas, somos The Weather Underground Organization, los WUO, por eso asustamos tanto: ¡WUO, WUO! Somos un movimiento guerrillero de Michigan, tomamos el nombre de una canción de Bob Dylan, usamos cascos de football americano y bates de beisbol con energía nuclear de Corea del Norte. Somos aztecas y qom. Adoramos a Pol Pot y León Gieco. Somos del IRA irlandés, por eso nos basamos en la mitología celta‑guaraní. Somos Mao. Somos comandos entrenados por el general Giáp, capaces de desplegarnos en todo tipo de terreno y librar una guerra de guerrillas en espacios reducidos, en un cubículo incluso. Podemos librar la batalla de Stalingrado en un baño químico. Y todo esto impregnado por la ferocidad de los movimientos insurgentes de Kurdistán, Manitoba, los mapuches y Artigas. Y así, y así, se van agregando, siguen las firmas: Atila, Gengis Khan, los persas y los diaguitas, Julio Sosa, es muy didáctico para el alumnado", dijo la señora del 3º B, sonriente.

"¡Basta! ¡Basta hijos de puta! ¡Los voy a matar a todos!".

El grito estalló dentro del departamento de planta baja A, justo frente a la escalera y el palier donde tenía lugar la reunión de consorcio. Allí dentro, un hombre jadeante, semidesnudo, observaba, de a ratos, furioso, un televisor encendido a todo volumen. Transmitían un partido de fútbol.

"Los voy a matar. Hace años que me vienen jodiendo. Son los pendejos del 7º A, los mismos que nos tiran basura y bolsas llenas de mierda al patio. Son unos cagones, no dan la cara. Vienen a cuchichear detrás de la puerta cada vez que vamos perdiendo. Pero cuando salgo a buscarlos ya no están. No sé cómo carajo hacen para rajar. No usan las escaleras, ni el ascensor, ni salen a la calle. No se la bancan, cagones. Cargan y no se la bancan", dijo el hombre jadeante, ronco. Transpiraba copiosamente.

"Callate, boludo. Tomá de la buena si no te la bancás. Sentate y dejate de joder con los ruidos esos. Más mierda tenés vos en el balero. Mirá el partido y callate", dijo la mujer que estaba sentada de espaldas al hombre. Miraba fijamente la pantalla de un teléfono celular apagado.

Cuando su equipo recibió otro gol, el jadeante dio un salto hacia la puerta de salida. No le acertaba al picaporte. Temblaba. Salió al palier, semidesnudo, dispuestos a matar.

Y efectivamente, allí estaban. Allí estaban el bisbiseo, las voces apagadas, los susurros. El frufrú de telas con sordina. Todo estaba allí, flotando en algún lugar del aire, en el palier vacío.

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