La fiebre mundialista viene asomando. Pero no es por el Mundial de Rusia, que está próximo y desvela a la patria futbolera. Se trata de una fiebre proyectada a 2030, el año en que se cumplirá el centenario de la primera Copa de la FIFA. La foto de los tres presidentes juntos, Mauricio Macri, Tabaré Vázquez y Horacio Cartés, ahora simboliza un acuerdo. Aunque antes se había generado tensión cuando el mandatario paraguayo se cortó solo con la idea de sumarse a la organización bilateral del torneo entre Argentina y Uruguay. En ese propósito había conseguido un guiño del ocupante de la Casa Rosada. Acaso una devolución de gentilezas, una demostración más de la afinidad política que los une. Está muy claro: Macri tiene más empatía con Cartés y no tanta con Vázquez. Los dos primeros son empresarios; el uruguayo un oncólogo prestigioso.
La candidatura premundialista de Uruguay y Argentina acaso sea la más preanunciada de la historia. Nunca quedó atada una Copa del Mundo a un aniversario tan redondo: el del centenario de la primera. Si otros países se presentaran a competirles, sería difícil que ganaran una votación en la FIFA. Aunque la federación internacional desmienta esa presunción con su propia historia. Incluso el Comité Olímpico Internacional (COI) asignó a Atlanta en detrimento de Atenas los Juegos del centenario. Pesaron más los intereses de la Coca Cola, la CNN y otras multinacionales en aquel momento.
Supongamos por un instante que la alianza tripartita de Uruguay, Argentina y Paraguay no tuviera desafiantes. Y que el Mundial de 2030 se realice en trece años por estas tierras. El desafío sería mayúsculo. La organización compartida de una Copa solo se le otorgó a Corea del Sur y Japón en el 2002. En Paraguay, la sociedad está dividida por la meta que se fijó Cartés. Los críticos le endilgan un mero objetivo proselitista. En abril del año próximo habrá elecciones presidenciales. Y antes una crucial votación para definir la candidatura del partido Colorado, donde Santiago Peña ha sido bendecido por el mandatario que se abrazó ayer con Macri en la Casa Rosada.
El canciller paraguayo Eladio Loizaga dijo antes del encuentro en Buenos Aires: “El fútbol es un elemento integrador antes que disgregante”. Puede que tenga razón. Pero en línea paralela a ese propósito que suena a frase hecha, van los potenciales negocios que proyecta una candidatura mundialista. Y esos negocios es muy fácil adivinar quiénes los hacen. En el último de Brasil quedó muy claro. Odebrecht, la desarrolladora coimera, admitió en abril de este año que cobró sobreprecios en seis de los doce estadios que construyó. La fiebre mundialista del 2030 también debe ser analizada en ese contexto.