PáginaI12 En Gran Bretaña
Desde Londres
La lame duck (pata renga) Theresa May tenía que dar el discurso de su vida durante el Congreso Anual Conservador en Manchester ayer para convencer a furiosos pro y anti Brexit de que podía unificar al partido y, al mismo tiempo, persuadir a la Unión Europea de que es una mandataria con autoridad para llegar a un acuerdo sobre la salida británica del bloque europeo, el más grande del mundo.
La primera ministra nunca se destacó por su oratoria o carisma, pero ayer, en su rol de lame duck, sus limitaciones quedaron más expuestas que nunca. La tensión interna en su partido y el cuestionamiento por el pobre resultado electoral en junio se visibilizaron en una tos que la interrumpió constantemente y que obligó en un momento a su ministro de finanzas, Philip Hammond, a alcanzarle un vaso de agua y una pastilla amentolada para ver si de esa manera destrababa su discurso.
Así, entre toses y vasos de agua, May propuso un acotado congelamiento de tarifas energéticas y un programa de viviendas sociales, pero a pesar del polite y embarrassed aplauso de los delegados, no pudo borrar una imagen de penosa debilidad con esa garganta que le sacaba gallos a la voz o le cortaba el sonido en el momento culmine de un anuncio. En medio de sus palabras, toses y silencios un cómico británico atravesó la seguridad sin que nadie lo notara para entregarle, en nombre de uno de sus grandes rivales, el canciller Boris Johnson, un P45 (certificado de desempleo). Al terminar su discurso, el marido de May subió rápidamente al escenario para abrazarla y ayudarle a contener las lágrimas.
No era el plan de su equipo que lucha desde junio por sacarle de encima esa imagen de lame duck, expresión anglosajona para mandatarios en sus últimos meses de gobierno, cuando se sabe que serán sustituidos y, por tanto, sus decisiones importan poco. El problema de May es que la eligieron hace poco más de cinco meses: cuatro años y medio más de autoridad renga es demasiado para un país sumido en la crisis del Brexit.
En un intento de revivir a la congregación conservadora y transmitir confianza a nivel nacional, May buscó concentrarse en temas domésticos más que en esa negociación con la Unión Europea que desgarra diariamente al país y a su partido. La principal batalla que eligió es sintomática de los tiempos que corren en el Reino Unido: capitalismo versus socialismo.
El debate se suponía sellado con la victoria del Thatcherismo en los 80 y la aceptación de derrota del Nuevo Laborismo de Tony Blair, esa suerte de socialdemocracia neoliberal que gobernó entre 1997 y 2010. La elección de junio cambió las cosas. En medio de la creciente tensión por el Brexit, el laborismo presentó el programa más a la izquierda de las últimas décadas que incluía la nacionalización de los servicios y un importante programa de inversión social.
El programa de Corbyn y el Brexit encendieron la lámpara para una masa que raramente votaba, los menores de 35 años, que se hizo presente en las urnas. Los conservadores, que cuatro semanas antes de las elecciones estaban seguros de una victoria arrolladora, perdieron la mayoría parlamentaria y le dieron al laborismo el mayor incremento de votos en 20 años. “Dos semanas más de campaña y ganábamos”, se lamentó el portavoz económico del laborismo John Mac Donnell.
Nadie sabe si este resultado significa que el Reino Unido está por darle definitivamente la espalda al Thatcherismo y abrazar una socialdemocracia de izquierda, pero el debate está abierto. En Manchester la primera ministra se presentó como la defensora del capitalismo frente a los embates socialistas de Corbyn. “Nosotros sabemos que para hacer lo que queremos la empresa privada es fundamental. Esa es la diferencia con el laborismo. Nosotros tendremos una política equilibrada. Lidiaremos con la deuda, bajaremos los impuestos, pero también invertiremos en lo que es necesario”, alcanzó a decir. El nuevo acceso de tos se parecía cada vez más a una somatización o síntoma freudiano.
La ofensiva de May contra un laborismo que “nos va a convertir en Zimbawe o Venezuela” cayó bien en una audiencia partidaria desorientada por la victoria pírrica en las elecciones de junio y por una negociación con Europa que les está haciendo perder sus sueños anacrónicos de gloria imperial. En vez de la canción patriótica “Rule Britannia, rule the waves” (gobierna Gran Bretaña, gobierna los mares) que se sigue entonando con fervor en muchos actos públicos, May prometió el “British Dream”, una suerte de parodia del sueño americano, y se presentó a sí misma como el modelo. “Mi abuela trabajaba en el servicio doméstico de una ‘lady’. Y los nietos de esa sirvienta de una lady son tres académicos y una primera ministra”, dijo May.
Imposible predecir si en estos tiempos tan volátiles de las democracias a nivel global Jeremy Corbyn es un “fad”, una moda que borrará algún nuevo vendaval político o económico. Pero la preocupación de los conservadores es evidente. Una encuesta de la Social Market Foundation publicada el domingo halló que el doble de los menores de 45 años piensan que Corbyn está de su lado y que los conservadores “son el partido de los ricos”. Entre los que tienen 18 y 34 años la diferencia es abismal: solo un 18% cree en los conservadores, el 53% apoya a los laboristas. El mismo fenómeno se percibe en el apoyo a la nacionalización de los servicios: una mayoría está a favor.
El problema más acuciante de May, sin embargo, es a corto plazo. La semana próxima es la última ronda de negociación con la UE antes de que el principal negociador europeo, Michel Barnier, presente el 18 de octubre su veredicto al Consejo Europeo (los mandatarios de los 27 países de la UE) sobre si se ha progresado lo suficiente en la primera fase de negociaciones (deuda británica, frontera irlandesa y derechos de ciudadanos) como para avanzar hacia la segunda fase: el acuerdo post-Brexit entre el Reino Unido y la UE. Barnier fue hasta ahora pesimista al respecto. El martes el parlamento europeo votó por abrumadora mayoría en contra de avanzar a la segunda fase ya que no “hubo suficiente progreso en la primera”.
En Manchester Theresa May dijo poco y nada sobre el Brexit consciente que hasta las comas y los carraspeos pueden despertar una tormenta en esa congregación conservadora sobreexcitada por todo lo que sea Europa. Con el Congreso Anual detrás, a la primera ministra le queda una última bala para persuadir al bloque europeo con una propuesta que la UE considere “significativa”. Siendo un pato rengo, es decir, proclive a dar un mal paso, difícilmente pueda sacar un conejo mágico de la galera. Si ofrece muy poco a la UE, el Consejo Europeo no tendrá más remedio que estirar el plazo de la primera fase hasta que se llegue a un acuerdo. Si en cambio concede mucho, May se verá expuesta a la poderosa artillería mediática, parlamentaria y partidaria pro-Brexit. En resumen, que en cualquier momento, al pato rengo le terminan de cortar las patas.