“Creo que intentamos sobrepasar el nihilismo al que en esta época somos invitados”, afirma Diego Cazabat, director de Periplo Compañía Teatral, al referirse a El cantar de los soñantes, el último espectáculo del grupo. Elaborado según un proceso de montaje colectivo e interpretado por Andrea Ojeda y Hugo De Bernardi, la obra puede verse en El astrolabio, la sala ubicada en el barrio de La Paternal donde el grupo desarrolla su labor docente y creativa. Desde 1995 y con el foco puesto en la creación de un lenguaje escénico propio, Periplo vuelve a inspirarse en textos literarios (esta vez los autores elegidos son Julio Cortázar, Enrique González Tuñón, Roberto Juarroz y Leónidas Lamborghini) para retratar un mundo extraño y a la vez cotidiano, en este caso habitado por dos seres amenazados por el orden que impone la costumbre. El diseño de vestuario pertenece a Julieta Fassone y la escenografía a Hernán Bermúdez.
Sin relación de parentesco entre sí, como señalan el director y los actores en la entrevista con PáginaI12, los personajes se complementan en la tarea de que nada cambie de los márgenes establecidos. Claro que, cuando alguno de los dos se conecta con sus anhelos particulares, entonces intuyen que hay otra realidad posible. Tal como los creadores describen, si hay algo que hermana a los espectáculos del grupo es “la lucha que entablan sus personajes para liberar su potencial singular en un medio que institucionaliza la subjetividad”.
–¿Cómo describirían a los dos personajes de El cantar de los soñantes?
Diego Cazabat: –Tienen en común el sentirse profundamente insatisfechos, atrapados en el lugar que les fue dado, como engranajes de una misma maquinaria, temerosos de traspasar los límites impuestos.
Andrea Ojeda: –Los diferencian sus deseos y sueños particulares, también sus fantasmas y sobre todo las intuiciones que los impulsa a dar los primeros pasos en nombre propio y bajo ninguna tutela.
–¿Cuál es la metáfora que se esconde detrás de lo que llaman “la gran orquesta”?
Hugo de Bernardi: –Ellos son músicos de “La gran orquesta” y como en toda orquesta su lugar y función están determinados, al igual que su futuro. A lo sumo se puede pasar de la tercera fila de violines a la segunda o a la primera. Pero lo cierto es que el camino está inquebrantablemente establecido.
D. C.: –La gran orquesta nos remite a una sociedad que está sumergida en un modelo que no fue pensado por nosotros mismos. Todos formamos parte de ella. La pregunta que se abre con el espectáculo es una muy sencilla: ¿Qué pasa con el universo subjetivo, particular, original de cada uno en esa situación?
–Una voz externa acompaña el despertar de los personajes. ¿Se trata de una voz de alerta que los pone en movimiento hacia una reflexión sobre la realidad?
D. C.: –Esa voz que sale de una radio interpela, interroga, seduce y va corriendo el velo de una realidad falsificada que solo puede sostenerse a un altísimo costo. Entonces eso que hasta hoy llaman realidad con sus leyes de límites duros y sin porosidades va dejando ver sus fisuras. Va dejando entrever otro horizonte de lo posible.
–¿A qué se refieren cuando dicen que todo ser humano necesita una canción intraducible?
A. O.: –A que todos necesitamos un sueño–canción, que no se puede nombrar para otros directamente, que nunca inclusive logramos cantar del todo, pero que es nuestro latido particular, nuestra potencia transformadora.
D. C.: –Esa canción podría ser un sueño al que darle forma, algo que aunque no se puede nombrar o traducir nos sostiene y motoriza. Aquello que nos da identidad y nos hace diferentes. Es, también, la intuición que nos hace abrir los caminos y las puertas propias.
–¿Cuál es el aporte de cada uno de los autores elegidos a la dramaturgia que realizó la compañía?
D. C.: –Pensamos que es un diálogo entre todos esos autores, porque debimos adaptar, reescribir y diseccionar los textos siempre pensando en la lengua escénica que se va articulando.
H. D.: –No hicimos un traslado ni literal ni literario de los autores con los que trabajamos. Cortázar fue al inicio un hilo conductor donde se incorporaron las visiones de Tuñón, Lamborghini o Juarroz con sus miradas que desencajan de lo habitual. Ellos hicieron algo con nosotros y nosotros algo con ellos.
* El cantar de los soñantes. El Astrolabio Teatro (Terrero 1456), sábados a las 21.