Hablar de naturalidad a propósito de Lady Gaga -o de cualquier estrella pop, llegado el caso- tiene poco sentido, y más desde que los realities impusieron sus propias convenciones para producir realismo: cámara en mano, poco maquillaje, ropa de entrecasa, sensación de descuido generalizada y planos que sorprenden a los personajes in fraganti, en situaciones poco favorecedoras. Gaga: Five Foot Too, el nuevo documental de Netflix sobre la estrella pop, cumple punto por punto con todos los parámetros de “realidad al desnudo” mientras acompaña a Lady Gaga en los meses de 2016 que rodean al lanzamiento de su último disco, Joanne, que representó un giro en su carrera. Y en ese sentido está en la misma línea de Joanne, un disco al que Gaga rodeó de una estética despojada, puro contraste con el barroquismo, el glam y el despliegue de fealdades varias que la caracterizó hasta entonces, casi como si disco y documental fueran parte de lo mismo.

Para ilustrarlo con solo una imagen, la nueva Lady Gaga luce casi todo el tiempo remeras blancas como si se tratara de una bandera, shorts de jean, poco o nada de maquillaje y un pelo rubio que de tanto decolorarse tiende a la textura de la paja, salvo que una planchita salvadora venga a darle forma artística. Gaga se pasea en ropa de ensayo -malla gris cola less y jogging encima que no alcanza a cubrirla-, cocina, se sorprende de que la cámara la encuentre paveando en la cocina con amigas y dando detalles sobre la dolorosa ruptura con su último novio. La sensación es de que lxs espectadorxs no la hubiésemos visto nunca, y algo de eso hay. Porque después de diez años de culto a lo freak, de vestidos de burbujas o de carne, pelucas imposibles, looks tan teatrales que la acercaban más a una Marta Minujín que a una Madonna, Lady Monster decidió darle un giro a su carrera, el más radical posible, o quizá lo único que le quedaba por hacer: sacarse todo. Mostrarse despojada. 

Tanto en Joanne, el disco, como en el documental de Netflix, todos los signos trabajan en la misma dirección para construir a esta nueva Gaga: Joanne recibe su nombre de una parienta que murió a los 19 años de lupus y con la que la artista, por alguna razón que nunca queda demasiado clara, se identifica. El motivo intimista se replica en el documental, donde la familia de la estrella aparece participando de un bautismo de católicos italianos que podría estar en El Padrino, o donde una visita a una abuela, hay que decirlo, un poco desconcertada para presentarle la canción que se llama como su hija muerta, son hitos necesarios en una construcción que se va hilando con frases como “Mi familia es lo más importante para mí”, “Por primera vez me siento segura como mujer”, o “A la noche, después de que me tocaron y me hablaron todo el día, me quedo sola”.

Gaga se muestra fuerte y frágil a la vez; es una mujer que trabaja y gestiona su carrera, una jefa, y también una chica que apenas pasados los 30 tiene que lidiar con un nivel de dolor físico que por momentos la deja en la lona desde que se rompió la cadera en una gira. El tema de la salud es una línea importante en Gaga: Five Foot Too, donde la cantante aparece dándose inyecciones o llorando de impotencia mientras la masajean y la asisten de mil modos distintos. Casi siempre tiene un equipo de maquilladorxs, masajistas, productorxs y asistentes alrededor, pero ella se las arregla para aparentar la perfecta naturalidad de una chica hablándole a alguien muy cercano, ya sea divertida o cariñosa o emocionada cuando repasa su carrera. En ese sentido el documental, que tiene como excusa filmar la previa a la presentación de Gaga en el entretiempo del Superbowl, según ella el show más grande de su vida, es una especie de homenaje a sí misma, que cuenta con Chris Moukarbel en la dirección y con Lady Gaga entre sus productorxs.

En cuanto a Moukarbel (que antes había hecho un documental sobre Banksy), por momentos la filma con la mirada de un enamorado, con una concentración fetichista y sensual en el cuello, las manos o el pelo de ella. Cuando Gaga llega al Rainbow Room en una limusina para cantar en el cumpleaños de Tony Bennett, el plano le muestra parte de la nuca, con el pelo recogido a lo Grace Kelly, y un aro de brillantes colgando delicadamente de una oreja. Enseguida ella está sentada al piano en su vestido de gala, sola con su talento y con su voz, para cantar una versión jazzera de “Bad romance”, donde incluso pronuncia un par de versos en perfecto francés. Está claro que todo está al servicio del lucimiento de Gaga y de su construcción como artista madura (que dice, por ejemplo, “Ya no soy una chica, soy una mujer que lucha”) pero lo cierto es que ella demuestra merecer minuto a minuto el lugar que ocupa. Con gracia, con carisma, con un despliegue de belleza sin pausa -porque está lindísima, sexy, insuperablemente canchera en sus anteojos nerds y los cigarros que fuma como un tipo-, lo que más se ve en el documental es que Gaga la tiene clarísima. Tanto que puede, por ejemplo, hacer topless mientras conversa con su directora artística y barrer de un plumazo cualquier histeria respecto a su cuerpo. Incluso si Gaga: Five Foot Two no fuera más que un complemento de Joanne que viene a justificar a esta nueva Gaga y hacer que sigamos enamoradxs, lo consigue ampliamente.