Fueron 20 años trepando hacia la cima del deporte mundial. Fueron 20 años, también, luchando para ejercer la condición de número uno siendo mujer. Fueron 20 años subiendo y subiendo, casi sin mirar atrás, con la elección de pagar todos los impuestos necesarios para terminar de escalar la montaña de ser la mejor del planeta, no una, sino ocho veces. Fueron 20 años cargando hasta allí con medallas olímpicas, títulos mundiales, champions trophy, torneos locales y el probable rótulo de ser la mejor jugadora de todos los tiempos. Fue tanto tiempo, que un día Luciana Aymar bajó la colina para siempre y se encontró con la vida. Y se chocó fuerte, como se chocan quienes deben volver a aprender. Había dejado tanto de lado que no sabía otra cosa que ser Lucha, ahí, adentro de la cancha. Había postergado a la persona, esa que ahora le pedía a gritos salir a vivir, sin siquiera entender cómo.
-Está claro que ser número uno viene de la mano de algunos renunciamientos. Marcelo Bielsa alguna vez le dijo a uno de sus jugadores que él tenía que saber que si quería ser el mejor, iba a perder tiempo con su familia y con sus amigos y que iba a dejar de lado muchas cosas. Que si no quería, estaba bien, pero que lo supiera si iba a intentarlo. ¿Cuántas cosas tuviste que dejar en el camino para llegar a ser la mejor jugadora del mundo durante tanto tiempo?
-A mí me pasó algo parecido, a los 19 o 20 años, con Cachito Vigil. Él me planteó, junto con una psicóloga, si estaba dispuesta a hacerme cargo del talento y de ser responsable de tomar un protagonismo diferente, de asumir un liderazgo. Y eso implicaba renunciar a un montón de otras cosas. Fue un proceso, porque una cosa es jugar con el talento y sin tomar responsabilidades, y otra es ponerte el equipo al hombro en momentos en que las cosas no funcionan bien, tanto en el juego como afuera de la cancha. Y es ser un ejemplo para todos, además. En la cancha, en las cámaras, en los medios. En todos lados.
-¿Por qué elegiste postergar?
-Es que yo amaba jugar al hockey en la selección y por eso tomé la determinación de llevar una vida diferente. Yo siempre lo tuve en claro: quería revolucionar un deporte que era medio anónimo. Claro, eso implicaba dejar de lado las cosas que hacían la mayoría de las chicas de mi edad. Me venía a Buenos Aires a entrenar desde Rosario haciendo dedo y durmiendo en lugares donde no había comodidades o donde las necesidades básicas no están colmadas. Y mi familia se enteró muchos años después. Hubo momentos hostiles en todo ese recorrido. Pero lo quise desde el minuto cero. Estaba segura de querer ser lo que fui. Y no me arrepiento para nada, lo volvería a hacer. Lo volvería a hacer a pesar de las presiones de ser número uno, que van desde lo más chico a lo más grande.
-Tenías claro el camino...
-Sabía lo que quería perfectamente. Y me bancaba las presiones de ser alguien distinto, porque te destacás y tampoco es algo fácil de sobrellevar. Yo no quería ponerme unas zapatillas fucsias cuando mis compañeras tenían unas normales, pero tenía que hacerlo por el lugar que ocupaba. No estaba tan bueno. El dedito que marca te sigue a todos lados. Cuando jugás bien, es normal, pero cuando jugás mal, sos horrible. Es mucho más difícil que lo que la gente piensa.
-¿Tu vida afectiva también se acomodó a esa etapa de plena dedicación al hockey?
-Pasa que cuando estás jugando no te das cuenta de muchas de las cosas que hacés o dejás de hacer, de lo que te perdés, entonces recién lo ves más claro cuando ya no estás en actividad. Llevás una vida alocada, de poca vida social con tu familia y tus amigos; y también es difícil encontrar una persona que esté al lado tuyo cuando decidís que lo primero es el deporte al que te dedicás. Si quien está al lado tuyo no te sabe acompañar, se vuelve muy complicado. El deportista es muy egocéntrico, porque es el que viaja, el que es conocido, al que le hacen notas y sale en las revistas; y es mucho más difícil que un hombre esté con vos en ese contexto.
-Pongamos el caso de un futbolista, que si va a ser padre, puede continuar en su actividad, porque el embarazo lo lleva su pareja. Para vos debe haber sido todo un tema el postergar, por ejemplo, la maternidad por tu carrera.
-Seguro. En mi caso, siendo mujer sentía que a un hombre le costaba mucho más ocupar ese lugar de acompañante. Porque viajás permanentemente, tenés la energía puesta en otro lado, hay celos…Yo dejé de jugar, cuando capaz podría haber seguido un año más, por todo lo que había postergado en mi vida personal, y eso incluye tener una pareja estable y ser madre. Yo puse en pausa mi vida para ser número uno. El deportista vive un poco en una burbuja en la que tiene todo y lo miman en todo. Cuando salí de ahí sentí que empecé a aprender de la vida y me empecé a conocer más a mí misma. Conocí a Fer (Fernando González, su pareja y ex tenista chileno) cuando ya estaba retirada y mucho más distendida. Por eso creo que fue mejor.
-¿Antes se te hubiera complicado?
-Segurísimo. Por los viajes, por los celos, por mi energía puesta en ganar y ganar en el hockey. No sé qué hubiera pasado.
-¿Qué te impulsaba ser número uno? ¿Dónde está el gen de tu competitividad?
-Lo primero, sin dudas, el amor propio por ser una deportista destacada. A mí me gustaba que se me reconociera, me gustaba revolucionar la manera de jugar al hockey. Me gustaba ser la mejor. Amaba eso. Es lindo ser la mejor, hay que decirlo. Y también el amor que tenía por la camiseta argentina, porque disfrutaba estar acá, quedarme a entrenar acá y estar siempre cerca de la selección. Fui ambiciosa por llegar a donde llegué, algo que también fomentaron los entrenadores que tuve.
-¿Cómo es saber que sos la número uno en lo que hacés?
-Cuando era adolescente lo vivía más inocentemente. Cuando vas creciendo, mirás todo. Yo seguía a las jugadoras que podían ser número uno y me comparaba y competía. Y quería ser la mejor.
-Competir en ese nivel, de elite mundial, ¿implica algún grado de malicia en ese sentido?
-No creo, aunque sí estaba muy enfocada en lo mío. Tal vez protegiéndome en la misma competencia. Igual siempre tuve buena relación con las jugadoras de otras selecciones que competían conmigo en cuanto al reconocimiento. Yo me entrenaba para ser la mejor y en cada torneo que jugaba sabía que la vara iba a estar más alta. Pero yo quería el premio a ser la mejor. Ese faro estaba. Es la verdad.
-Vos vas a seguir siendo Lucha toda tu vida, pero hay una parte en la que no lo vas a ser más, que es justamente adentro de la cancha. ¿Cómo se llena eso?
-No, no, no se llena. Es muy difícil. El año siguiente al que dejé de jugar fue muy difícil para mí. Fue como un divorcio, lo padecí. Pasé por muchas etapas, tristeza, depresión. Yo me había obligado a dejar de jugar, porque era de la única manera que podía soltar el hockey. Pero ese primer año fue muy difícil. Entre mi familia, mis amigas y el terapeuta me ayudaron mucho; sin esos sostenes no sé si hubiese podido salir adelante. Me ofrecieron un montón de cosa apenas dejé de jugar, pero no quise tapar con nada eso que me pasaba. Incluso podría haber seguido jugando en otros lados. Pero me convencí. Sabía que no iba a jugar más al hockey y que el desafío era lograr que algo más me entusiasmara para levantarme a la mañana. Aprendí muchas cosas de mí que no conocía. Hoy me levanto feliz porque logré acomodar mi vida por otros lugares.
-Es más difícil aprender a ser ex deportista que jugadora, entonces...
-Y sí, es mucho más difícil. Porque cuando jugás te marcan un camino, tenés una rutina y todo ordenado. Yo me levantaba a las 7 y a las 8 estaba entrenando. Entrenamiento, kinesiología, descanso, alimentación, entrenamiento. Todos los días eran iguales. Y yo sabía pegarle a una pelotita. Nada más. Entonces cuando ya no tenés más eso, no sabés qué hacer. Tuve que encontrar otras facetas, no sólo laborales, sino también personales. Fue uno de los momentos más duros de mi vida, pero del que más aprendí.
-¿Tuviste que aprender a disfrutar de otra manera?
-Totalmente. Igual, viste que en una final te dicen “disfrutala”. Y yo tenía el estómago partido a la mitad. No era exactamente un disfrute, pero a la distancia se parecía. Si bien yo disfruté mucho de mi carrera, hubo momentos en lo que me costaba mucho más, por presiones o lo que fuera. Y en la vida pasa lo mismo. Cuando sos deportista hay cosas que suceden y que no les das importancia y que hoy las vivo de otra manera. Viajo relajada, disfruto cuando estoy en Rosario o cuando estoy en Chile con mi pareja. Estoy mucho más presente en el lugar en el que estoy, con mi familia o con mis amigas. Antes estaba y no estaba.
-Con todo el crecimiento que tuvieron las Leonas y la exposición por los triunfos, ¿hubo un relegamiento sexista por ser un equipo de mujeres?
-Antes de nuestra generación se le prestaba más atención a los varones y pasaba eso. Siempre la plata iba para el lado del hombre. Pero todo se fue cambiando en base a resultados. Cuando empezamos a ganar torneos, se fue volcando hacia nuestro lado y ahí empezamos a exigir. Lamentablemente, eh. Porque nos hubiera gustado que fuese así de entrada. Después, por muchos años, nuestra selección sostuvo a la Confederación Argentina de Hockey. Hoy está buenísimo que los chicos hayan salido campeones olímpicos porque nivela y equipara a los dos seleccionados.
-¿El deporte tiene una mirada sobre la mujer que hay que cambiar?
-Yo luché contra esa mirada casi 20 años. Es la verdad, no voy a mentir. Por ser mujer, a mí me costó mucho que me pusieran a la altura de otros deportistas, siempre era estar lidiando con eso. Hay muchos más deportistas varones reconocidos y en el periodismo deportivo también son muchos más los varones. Me llevó muchos años ser reconocida a la par. Y para conseguirlo yo tenía que ser la mejor en todos los torneos que jugaba. Me costaba el doble que al resto, sin dudas, por ser mujer. En general nos pasa eso y hay que cambiarlo
-¿Y ahora con qué soñás, cuál querés que sea la próxima medalla?
-Basta de medallas, no quiero exigirme más (risas). Tendrá que ver con mi vida personal, que es la que más había dejado de lado. Esa es mi última medalla. Quiero formar una familia. Después de todo lo que viví, sin dudas va a ser una hazaña.