-El Negro no lo supo nunca, escuchame lo que te digo. No lo supo nunca porque el tipo es así, vive en su mundo, vive en otra realidad, es un rey, es un jeque, es un emperador, es todo. Y mirá que Diego se juntó con el que quiso: con Pelé, con Federer, con Tyson, con el Papa, con Fidel y hasta con Dios, que le prestó la mano. Pero con el Negro, nada. Pasa que Diego es Diego y cuando a Diego se le pone algo en la cabeza, agarrate. Lo saben los ingleses, los italianos y los brasileros. Lo saben todos los argentinos. Y los maradonianos. Esos lo saben más que ningunos.
Maradona quiso conocer a Jordan desde la vez que lo tuvo más cerca, a sólo 996 kilómetros, de un televisor en Sevilla a una cancha de básquet en Barcelona. Diego volvía de su primera sanción por dóping en el Nápoli y se jugaba un pleno de revancha en el club andaluz, en uno de los tantos resurgimientos con su marca de identidad. Michael desfilaba por el aire junto al mejor equipo de todos los tiempos, de todos los deportes: el Dream Team con el que voló en los Juegos Olímpicos de 1992. Fue ahí cuando el de Fiorito observó al de Brooklyn y se miró a sí mismo con una pelota en la mano. El brazo largo, gigante y oscuro del 23 era su zurda regordeta, chueca y hechicera. Maradona vio en Jordan a un par y dijo: “En el Mundial que viene voy a hacer que me venga a ver”.
-A Diego lo cagaron. Pero no por la enfermera esa, esa rubia infame que lo agarró del brazo y nos cortó las piernas. A Diego lo cagaron desde el sorteo. Lo cagó Joao Havelange. Lo cagó Grondona. O Bill Clinton. O todos esos juntos. Y no por haberle puesto a Bulgaria, Nigeria y Grecia en el grupo. No. A Diego lo cagaron porque no dejaron que Argentina jugara en Chicago, en la ciudad que él quería para que el Negro lo fuera a ver. Y mirá que al equipo lo pasearon por todos lados y no fueron capaces de dejarle un partido en Chicago. Ahí se dio cuenta que la cosa no iba a andar.
Diego retornó a la selección argentina para encender de nuevo las ilusiones perdidas en una clasificación ajustada al Mundial de Estados Unidos 1994, goleada ante Colombia de por medio y repechaje con Australia mediante. El 10 volvió como vuelven los grandes, despertando pequeñas infancias en los corazones, renovando las ansiedades y bosquejando imposibles. Antes de todo eso, Maradona decidió prepararse para jugar la Copa del Mundo de una manera especial, en un campo perdido de La Pampa, con carreras interminables al rayo del sol y un sacrificio físico inédito. Era ahí que, mientras el país lo soñaba con una pelota de cuero, él guardaba su secreto en silencio: corría hectáreas y hectáreas con una musculosa de básquet del Dream Team, con el número 9 y el apellido de su más amado ídolo. Diego corría por Jordan.
-Lo que pasa es que los capos yankis tenían miedo de que todos tomaran noción de que un villero pobre, pero pobre-pobre, podía conquistar el mundo sólo con una pelota. Fue eso. Mirá si se iban a arriesgar a que todos creyéramos que alcanza para tumbar a cualquiera sólo con un par de enganches. Mirá si Diego lograba que los gringos se dieran cuenta que el mundo es un lugar en que se puede gambetear al sistema, al orden dado y a todos esos gerentes de traje que nos gobiernan acá, allá y más allá. Por eso no lo dejaron ir más. Porque Diego es todo lo que ellos no son y lo que quieren que el mundo no sea. Y si el planeta se llenara de Diegos, papito, te juró, no les alcanzarían las bombas a estos hijos de buena madre.
Diego intentó volver a los Estados Unidos pero no tuvo éxito. Desde su dóping positivo en el Mundial, el país del norte le negó sistemáticamente la visa para ingresar a su territorio, algo inédito en estrellas de su calibre. En el medio, el 10 se volcó a Cuba y profundizó su amistad con Fidel Castro, quien sí lo recibió en reiteradas oportunidades, la más dura de ellas, cuando Maradona volvió de la muerte, en el año 2000. Diego en Cuba fue una cabellera rubia y aquella nota inolvidable con el Potro Rodrigo, cuando fue a mostrarle el tema “La Mano de Dios”. Fue playa, sol y golf. Fue malecón. Fue siempre Playa Girón. Fue nunca Bahía de Cochinos. Ese fue Diego en Cuba.
-Diego los conoció a todos y, después de Fidel, sólo le quedaron dos pendientes, el Negro y el golfista. Y yo no sé si Diego lo sabe, pero una vez un amigo de él intentó que el otro, ese Tiger Woods, le firme una remera de golf, justo cuando le había agarrado la locura con eso y jugaba ocho horas por día. Entonces, el tipo fue, viste. Le estiró la camiseta enfrente y le dijo que pusiera “Para Diego”. Pero se ve que al golfista (y no lo vuelvo a nombrar porque es un hereje) no le habían avisado qué Diego era el que quería su remera. Y preguntó. Y cuando le dijeron Maradona, empezó a los gritos. Decía que no, porque parece que al 10 no lo quería, porque decía que el golf era para la clase alta. Resultó ser un botón, el golfista. Resultó que, al final, el número uno era el Negro. Pero a ese no lo podían enganchar ni para que le firme una media. Imposible encontrarlo.
Maradona siempre buscó juntarse con los grandes deportistas. Comenzó en 1979, cuando viajó a Brasil de la mano del periodista Guillermo Blanco y conoció a Pelé. Después se pelearon mil veces y se amigaron mil más. En su primer encuentro con Roger Federer, allá por 2010, Diego le apretó los cachetes como si se tratara de un chico y, fiel a su estilo, dijo que el suizo es el más grande y que “el resto no existe”. Si hasta logró que Mike Tyson contara en el 2005, en “La Noche del 10”, que su barrio en Brooklyn era bastante parecido a Villa Fiorito. Y tiene anécdotas similares con Magic Johnson, Yelena Isinbayeva, Michael Schumacher y otros tantos. Todos, menos uno.
-Yo te la firmo que era un chamuyo para que los tipos aflojaran. Aparte estaba Obama, que era de otro palo que Bush. A Bush, Diego le dijo de todo. Pero habían pasado los años y él les pidió la visa de vuelta, 20 años después, para llevar al nieto a Disney. Bah, eso fue lo que dijo, porque para mí, seguro, quería hacerse una escapada a ver si lo enganchaba al Negro. Porque en Disney tenés a todos los muñecos, pero ver a un superhéroe de verdad, eso, hermano, no tiene precio.
Maradona volvió a intentar ingresar a los Estados Unidos en 2013, motivado por un pedido de su nieto, Benjamín, que quería ir a conocer Disney de la mano de su abuelo. Y Diego, con el corazón hecho un estropajo por la sola idea de no contentar al nene por el que se derrite, tramitó, otra vez, la visa. Lo hizo desde Dubai, su nueva casa de estos tiempos. Y aunque se vislumbraba que el agua corrida debajo de los puentes podría allanar el camino, el 10 volvió a recibir la negativa del gobierno estadounidense. El sueño parecía quedar trunco para siempre.
-Tanto le insistió a Obama, que, en el revoleó, lo convenció. No sé cómo habrá hecho. Diego es capaz de llamarlo y decirle que no sea buchón y que le habilite el ingreso. Su aura todo lo puede. Igual lo hizo sin renunciar a nada, porque al toque tiró que Donald Trump es un dibujo animado. Y le dijo Peluca. Es bueno Diego para poner apodos. Se les habrá escapado la tortuga a ellos, no sé. Algo raro hubo.
A finales de 2016, Estados Unidos permitió que Diego Armando Maradona obtuviera, por primera vez en 22 años, una visa para ingresar al país norteamericano. Sólo dos meses después, el 10 recibió una carta firmada por la prestigiosa Harvard University, donde lo invitaban formalmente a dar una cátedra en el establecimiento. “Su presencia en Harvard constituiría una oportunidad formidable para nuestros estudiantes y para toda la comunidad académica de aprender sobre la vida y las hazañas del mejor jugador de la historia. Y será el complemento más perfecto para nuestras conferencias sobre historia, sociología y estética del fútbol”, aseguraba el texto.
-Era la chance. ¿Cuándo iba a ser si no era ahí? Yo creo que Diego la estuvo preparando toda. Dijeron que se sorprendió, pero no lo creo. Él ve la jugada antes porque es enganche, y los que juegan ahí tienen un sentido más. Si hasta le había tirado un posteo en Instagram al Negro, a ver si agarraba viaje. Pero del chabón, ni noticias. O no lo veía. O no le contaban. O no sé. Hasta que...
Diego Armando Maradona y Michael Jordan se conocieron en una tarde perdida de 2017, en el hotel Four Seasons de Boston. Al parecer, Jordan deseaba encontrarse con Maradona desde hacía años y nunca lo había podido concretar. Incluso, pensó en viajar secretamente a la Argentina, pero nunca le dieron los tiempos. Por eso, ante el retorno de Diego a los Estados Unidos, no dudó y se subió una hora a un avión para ir a verlo. Eso sí, ante el asedio de la prensa por la conferencia del 10 en la Universidad de Harvard, Jordan puso una sola condición: encontrarse en un lugar de fácil acceso, donde no lo vieran ni entrar ni salir. Y a pesar de los intentos por convencer al ex basquetbolista de subir a alguno de los salones más coquetos del hotel en el que se hospedaba el argentino, su pedido se mantuvo impasible y hubo que improvisar. Diego Armando Maradona y Michael Jordan se conocieron en una tarde perdida de 2017 en la cocina del hotel Four Seasons de Boston. Charlaron durante una hora mano a mano y se juramentaron no contar jamás aquello de lo que se habló en esa conversación. No hubo cámaras ni grabaciones. Apenas un par de asistentes, que se cuentan con los dedos de una mano. Del encuentro se supo una sola cosa. Cuando Michael se acercó a despedirse de Diego, luego de pegarle un sentido abrazo, volteó con su mano derecha una pequeña fuente con tres naranjas.
-Resulta que dos de las naranjas se perdieron por los rincones de la cocina, viste, pero una rodó despacito y se fue frenando de a poco. Esto lo vimos dos o tres tipos, apenas. Te decía, que fue girando y quedó ahí, justo frente al grandote de dos metros. Entonces, el Negro la miró y lentamente, empezó a inclinar la cabeza para agacharse a agarrarla. Fue ahí que a Diego le brillaron los ojos. Se le prendieron fuego, no sabés. Y no se aguantó. La zurda se le disparó. Creo que ni él se dio cuenta de lo que hizo. Fue un rayo. Fue un segundo. O menos, fue medio. Yo lo vi, vieja, te juro que lo vi. Yo vi a Maradona tirarle un caño a Michael Jordan, ahí, adelante mío.