Pocas veces la cinefilia porteña registró dos hechos tan importantes un mismo día y a escasos quinientos metros de distancia. Fue el último miércoles, cuando dos templos de la pantalla grande festejaron a lo grande con apenas horas de diferencia. Reinaugurada a principios de agosto después de haber estado cerrada durante casi cuatro años por refacciones edilicias (hubo un breve apertura en condiciones precarias en 2015), la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín sopló cincuenta velitas con la proyección de la versión recientemente restaurada de La pasión de Juana de Arco, de Carl Theodor Dreyer, el mismo film que el 4 de octubre de 1967 había marcado oficialmente el inicio de las actividades. Un buen número de espectadores llegó hasta el décimo piso del San Martín con una importante dosis de fiesta fílmica en sangre, pues la doble faena había arrancado horas antes con la reapertura del Cine Cosmos UBA. La avenida Corrientes, de parabienes.

La sumatoria de años que pasaron desde las primeras proyecciones de la Lugones y el Cosmos da casi 140. 138, para ser precisos. Un número mayor a la mismísima edad del cinematógrafo de los Hermanos Lumière, cuyo debut en público se produjo en diciembre de 1895, es decir, “apenas” 122 años atrás. Queda claro, entonces, que son dos espacios fundamentales en la construcción del acervo audiovisual de prácticamente todos los amantes del cine de la Ciudad de Buenos Aires. Son, y seguirán siéndolo. Comprado por la Universidad de Buenos Aires en diciembre de 2009 a cambio de 2,5 millones de dólares, el Cosmos UBA volvió a abrir sus puertas luego de la puesta en valor de sus instalaciones. Esto ocurre en el marco de la gestión de la Secretaría de Relaciones Institucionales, Cultura y Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, que también está a cargo del Centro Cultural Ricardo Rojas. El evento se realizó el miércoles por la tarde y contó con la participación de autoridades del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), representantes de la industria audiovisual e importantes directivos de la UBA. Entre ellos su rector, Alberto Barbieri, encargado de estampar la firma en el convenio que incorpora la sala a la esfera del programa de exhibición Espacios Incaa, y el director de la sala y encargado de la programación, Gabriel Guralnik. Desde ahora allí se verán estrenos estrenos nacionales e internacionales y se realizarán ciclos y retrospectivas. El precio de las entradas es de 40 pesos, con 50 por ciento de descuento para jubilados y estudiantes.

Con esta medida se intenta que el Cosmos vuelva a estar a la altura de los mejores momentos de su pasado. Pasado que se remonta hasta la década del ‘20, cuando el arquitecto Albert Bourdon ideó el edificio art decó que en 1929 abrió sus puertas con el nombre de Cine-Teatro Cataluña. El esplendor empezó a cocinarse a fuego lento cuando Isaac Argentino Vainikoff, cansado de batallar contra las acusaciones de hacer “propaganda comunista” con los títulos de su distribuidora de cine soviético Artkino, pensó que la mejor forma de estrenar lo que quisiera era hacerlo en un espacio propio. En 1957 alquiló el Cataluña con unos socios sin saber que ellos querían pasar cualquier cosa menos películas rusas. Uno a uno fueron bajándose del proyecto y vendiéndole su parte a Vainikoff, que en 1966 obtuvo el control total. Lo cerró para renovarlo y rebautizarlo Cosmos 70, en referencia al ancho de las cintas de fílmico de 70mm. Rápidamente se convirtió en el punto de encuentro de la juventud intelectual de los años ‘60 y ‘70, casi una contraseña entre quienes pasaban horas y horas dándose panzadas con las películas de Andrei Tarkovski, las retrospectivas de Serguéi Eisenstein o Guerra y Paz, de Sergei Bondarchuk, ganadora del Oscar en 1968.

La proliferación de hoces y martillos fue demasiado para las dictaduras de aquellos años. Una y otra vez los militares fueron por el Cosmos. “Todavía se tejen las fantasías más delirantes: el oro de Moscú, la pertenencia a la embajada rusa y al Partido Comunista o que era una empresa judía al servicio de una confabulación internacional. Durante cinco años, desde Onganía en adelante, tuvimos a la DGI en la oficina intentando encontrar dichas conexiones”, recordó en una entrevista a La Nación Luis Vainikoff, uno de los hijos de Isaac Argentino y encargado acompañar las proyecciones de alguno de los más de quinientos títulos que su padre conservó hasta su muerte en 2003, y que actualmente está en manos del historiador Fernando Martín Peña.

Vainikoff guardó películas incluso con la orden explícita de no hacerlo. “Las comprábamos a través de un proceso complicadísimo, después llegaba la orden de que la película se prohibía y la tenías que devolver, pero como los fletes eran tan costosos nos decían que las destruyéramos, y mi padre siempre las guardó. Él pensaba que las imágenes eran lo único que nos iba a quedar en el futuro y por eso nunca tiró una copia. Muchas se nos perdieron en incendios o por el paso del tiempo, pero él tenía la visión de que la imagen iba a perdurar”, recordó. Los militares, finalmente, no se atrevieron a tocar el Cosmos, más allá de alguna prohibición transitoria. Al que no pudo vencer fue al VHS. Las persianas bajaron por primera vez en 1987 después de una proyección histórica de Solaris, de Andréi Tarkovski. Fue entonces que lo ocuparon el Pastor Giménez primero y la discoteca Halley después. La reapertura en 1997 en formato reducido (la actual sala es el pullman de la original) fue un espejismo que duró hasta 2008, cuando volvió a cerrar. Desde la compra de la UBA se realizaron funciones especiales o de festivales, pero no hubo programación continua.

La programación de la primera semana tiene un doble programa acorde esa historia. Este sábado, domingo y miércoles –cierra lunes y martes– a las 19 se verá en carácter de estreno exclusivo Afterimage, trabajo póstumo del realizador polaco Andrej Wajda que aborda la vida del pintor Wladyslaw Strzeminski. A las 21.15 será el turno de La otra orilla, de George Ovashvili, que sigue la supervivencia de una madre y su hijo de doce años en medio de la guerra civil en la región separatista georgiana de Abjasia. La cereza del postre es La fuente de la doncella, de Ingmar Bergman, en el marco del ciclo Los clásicos del Cosmos. El cine argentino también es protagonista con Nadie nos mira. Ganadora de cuatro premios en el Festival de Ceará, incluyendo Mejor Película y Mejor Actor para Guillermo Pfening, y del de Mejor Actor en el de Tribeca, la película de Julia Solomonoff sobre un actor que viaja a Nueva York para probar suerte se verá a las 16.45 y 20.50. A partir del jueves 12 el Cosmos será una de las sedes centrales del festival Al Este del Plata, dedicado a promover cinematografías de países de Europa Central y Oriental.