Los dos faroles grandes y oscuros que escoltan tradicionalmente la entrada de Museum se ven casi tan pesados como la enorme puerta de hierro que hay debajo. Eso hace que implique un poco de esfuerzo entrar al recinto porteño donde, en 2000, a Die Toten Hosen también le costaba registrar su material en vivo, para ser editado en VHS bajo el nombre En misión del Señor: el público presionó demasiado sobre las vallas de contención, se cayó el escenario y hubo que reprogramar la fecha. Es sábado a la tarde, las luces del boliche están altas y el grupo alemán de punk rock está exactamente en el mismo lugar, pero despreocupado, porque su equipo está en los preparativos y ya sabe de qué se trata. Una chica afina y prueba la guitarra de Breiti, un samaritano robusto golpea la batería, un compatriota rellena la máquina de humo, y las cajas proyectan un perseverante “Yeah-yeah-yeah” con tonalidad teutona, que llega desde la mesa de sonido. Sobre una barra hay una buena fila de vasos descartables de café, al lado de dos cajas de hamburguesas, unas veganas, otras de carne.

A horas del primer show de su enésimo aterrizaje en el país, que incluyó un mini-raid de conciertos con localidades agotadas y un temerario mosh desde el primer piso de Museum, Campino repasaba su agenda estable para cada visita a la ciudad o, como prefiere decirle, su lista de “rituales”. “El primer día tenemos que ir a comer un buen bife con una copa de vino –dice–. Me gusta caminar por el cementerio de la Recoleta, Puerto Madero, Palermo, o alquilar una bicicleta un domingo para salir a dar una vuelta por San Telmo. Siempre tenemos que visitar algún bar de tango e ir a un partido de fútbol. Este domingo nos dijeron que fuéramos a ver a Independiente, pero no se trata de apoyar a un equipo en particular, sino del espectáculo”.

El programa de eventos privados parece estático y previsible, todo lo que no fueron los conciertos locales de Die Toten Hosen a lo largo de los años. Desde su segunda presentación en Buenos Aires, en la antesala de Iggy Pop y la despedida definitiva de Ramones, que terminó con Campino subido al techo del escenario para la presentación del imprescindible Opium Fürs Volk, pasando por actuaciones callejeras y livings de departamentos particulares. “Cada vez es especial. Me acuerdo de cuando tocamos en avenida Santa Fe, frente a la galería Bond Street. Nunca es normal, siempre pasan cosas raras, por eso amamos venir”, reflexiona el vocalista de 55 años. 

Esta vez, el quinteto de “gauchos alemanes” llegó con la novedad de Laune der Natur (“Fenómeno de la naturaleza”), su decimosexto trabajo de estudio, con la programación de una fecha en La Plata (ver aparte) y dos en Buenos Aires, con cierre esta noche en el estadio Obras. Se trata del primer material original en cinco años, hiato en el que el grupo se encontró abatido por la muerte de Jochen Hülder, manager y mentor discográfico desde el éxito de los ‘80 para acá, y de Wölli, su baterista anterior. Campino recupera la amarga sensación con habla pausada, sin la firmeza habitual, pero entendiendo que los Hosen se dedican a hacer discos así como otra gente se aboca a escribir diarios íntimos: “Para nosotros es lo más natural poder procesar qué nos estuvo pasando y declararlo a través de canciones. Es un privilegio ser capaces de eso”.

La edición incluye un segundo CD, Learning English, Lesson 2, una extensión de la placa lanzada en 1992, que contenía versiones de ya por entonces viejos temas punk, con la suma de algunos músicos invitados. Esta vez, aparecen Jello Biafra, Jake Burns de Stiff Little Fingers y hasta Bob Geldof, entre otros. “Cuesta encontrar un límite entre mis influencias como fanático y lo que hago sobre el escenario, porque la explosión del punk rock en Londres entre 1976 y 1977 me cambió la vida”, confiesa. “También es un privilegio haber estado en contacto con mis antiguos héroes y hasta haberme hecho amigo de varios. En 1991 pudimos ir a Londres a conocer a muchos de ellos, a aprender de sus experiencias y puntos de vista acerca de cómo manejar nuestra carrera, nuestro estrellato o como le quisieran llamar. Incluso ahora, cuarenta años después del estallido punk en Londres, fue muy lindo ver lo relajados que están los principales protagonistas respecto de lo que pasó con sus vidas”. El proceso fue tan ameno que los propios músicos lo recuerdan como a una larga y suave fiesta: “Ninguna de estas personas está amargada, todas siguen disfrutando de cada momento, se ríen del paso del tiempo, o hasta de que sus carreras no hayan terminado de despegar, ja. Ninguno estuvo celoso de nosotros a principios de los 90, nadie nos dijo: ‘Hiciste tu carrera imitándome a mí’. Jamás. Para nosotros, esos tipos son maestros”.

–A pesar del momento que atravesaban a la hora de componer los nuevos temas, el disco no tiene nada oscuro. ¿Cómo funciona ese contraste en ustedes?

–Es que no tendría que ser oscuro. La vida es todo: los momentos oscuros y también los luminosos. La regla número uno es ser capaz de reírse de uno mismo en cualquier situación. No debería asustarnos enfrentar momentos tristes. A fin de cuentas, la vida es una cosa muy rara; me gusta decir que me la tomo con importancia, pero no con seriedad. Creemos que podemos controlar todo, hacemos planes, pero a fin de cuentas todo es fortuito. Por ejemplo, la semana pasada vi a los Rolling Stones en Suiza. Ver a estos tipos de más de 70 años fue realmente especial. Y no me estoy refiriendo a la agilidad de los muchachos sino al hecho de que se reían de ellos en sus propias caras. Lo podías ver, era real, eran risas honestas, sinceras y amigables, porque estaban disfrutando de lo que hacían. Por eso les debo un profundo respeto, es esa capacidad de reírse de sí mismos lo que los hace tan especiales.

–Además de haber grabado un concierto, dedicarles la canción “Auswärtsspiel” a los seguidores argentinos y editar una versión en español de “Tage Wie Diese” que habla de San Telmo, ahora mencionan a Buenos Aires en “Alles mit nach Hause”. ¿De qué se trata?

–El tema trata sobre el resultado de las cosas que nos fueron pasando. No es la plata, ni siquiera nuestra carrera artística: es la propia vida. El recuerdo de estar una mañana dando vueltas por los muelles de Liverpool, o en Buenos Aires, en cualquier lado. Son todas cosas que me llevo a casa después de cada gira. Nadie me las puede sacar, me las llevo a la tumba. La vida se trata de aventuras y de conocer gente. Por eso incluí a Buenos Aires en esa canción, es un gran lugar para eso.

–Hace poco mencionó que antes la tarea de la banda era la de separar a los hijos de los padres, pero que ahora es unirlos. ¿A qué se refiere?

–No sé si dividir, pero al menos posicionarnos como outsiders, gente que vive por fuera del mainstream y está en contra de la generación anterior. El “nunca confíes en un hippie” y todas esas cosas. También solíamos creer que podíamos cambiar al mundo con nuestras canciones, pero eso se terminó hace mucho. Cada generación necesita de sus propios héroes y nosotros no podemos ser los líderes rebeldes de las nuevas generaciones porque perdimos actividad nocturna. Ahora es un trabajo diferente, ahora tenemos que unir y disfrutar de que el padre traiga al hijo a un show, que le comente al oído: “Esto es un show de rock and roll”. Nos encanta ver la cantidad gente vieja y joven que se junta en nuestros conciertos, sin peleas, todos de fiesta. En ese tiempo no hay discusiones sobre de dónde venís ni hacia dónde vas, es fantástico.

–¿Encuentra alguna otra expresión artística con esa capacidad de marcar límites entre generaciones?

–Sí, el hip hop. Si hoy tuviera 17 años, me imagino siendo parte de un grupo de hip hop, porque al menos en Alemania, y en Europa en general, es el lugar donde encontrar letras revolucionarias, algo que los padres y el resto de la gente no entiende de verdad. Algo que es para ellos solamente. Y eso siempre es importante.