“No queremos ser como los taxistas que vinieron antes que nosotros: nosotros recibimos el futuro con los brazos abiertos”, dijo recientemente Travis Kalanick, el CEO de Uber, recientemente en una conferencia de prensa en San Francisco. La frase (que en el barrio se denominaría como una “mojada de oreja”) indica que la empresa no solo representa una versión posible del futuro en disputa, sino que sigue pensando en otros futuros, más particularmente en uno que utiliza autos que se manejan solos.

Uber llegó a la Argentina como a otros países con lo que algunos llaman un “emprendedorismo de shock”: se presenta como una aplicación práctica, que ahorra tiempo gracias a un sistema que busca al auto disponible más cercano, permite pagar con tarjeta de crédito y evaluar al chofer. Es una muestra de lo que el poder informático, los datos y el GPS combinados pueden hacer para facilitar la vida. El problema es que, como se sabe, la tecnología nunca es neutral y, en este caso tiene un modelo de negocios que se lleva mucho invirtiendo poco. Por decirlo de otra manera, Uber no invierte localmente en nafta, autos, seguros, choferes u oficinas locales sino en una plataforma que es igual en todo el mundo, los servidores para mantenerla, oficinas en San Francisco y menos de siete mil empleados, además de una sofisticada ingeniería para evadir impuestos. A cambio se lleva un porcentaje de lo que cobran cientos de miles de trabajadores (sus “socios”, según la empresa) que mantienen los autos funcionando, limpios y trabajan como choferes. Es decir que, si bien la aplicación muestra el poder de la informática para hacer más simple la vida, tiene detrás un modelo de negocios ya conocido que envía divisas a corporaciones de los países centrales sin que estas inviertan en casi nada localmente. 

Llevado a escala global, este modelo de negocios que abre vasos comunicantes de fibra óptica con cada rincón del planeta y es financiado sobre todo por capitales de Wall Street, permite apropiarse de un porcentaje cada vez más significativo del mercado de transporte global. La ganancia se concentra en una sola corporación, actualmente valuada en más de 5000 millones de dólares. Simplificando, lo que hacen es utilizar la tecnología para reproducir lógicas extractivistas en versión digital.

A consecuencia de su propio éxito, taxistas de todo el mundo comprendieron que Uber significaba flexibilización laboral y se decidieron a enfrentarlo. En algunos casos lograron el apoyo de distintos gobiernos, como en la ciudad de Buenos Aires, pero también en Europa o incluso en países insospechados de conservadurismo tecnológico pero con un modelo de país consolidado como Corea del Sur. En este último país, tras prohibir algunos de los servicios de Uber, el gobierno ofreció recompensas de 900 dólares a quien denunciara a los choferes y demandó al CEO de la empresa–aplicación. En otras ciudades, como Nueva York, incluso los “socios” de la corporación protestaron por cambios unilaterales en las tarifas o lo que consideraban excesivas penalizaciones contra algunos de ellos.

 En el mejor de los casos los actores involucrados aprendieron de lo bueno (una tecnología que puede simplificar la vida a choferes y pasajeros) sin aceptar lo malo (ceder un porcentaje significativo de sus ingresos). Aplicaciones como Taxi BA en Buenos Aires o KakaoTaxi en Corea del Sur parecen respuestas superadoras a ambos problemas y con modelos de negocios menos predatorios para las economías locales.

Pese a las resistencias, el negocio de Uber sigue funcionando. Parte de la enorme rentabilidad de la empresa se dedica a producir nuevas innovaciones. Al igual que otras grandes corporaciones como Tesla, Google, Apple, BMW o Audi, Uber está experimentando con autos que se manejan solos. Este tipo de autos tiene, entre otras promesas, la de reducir el “factor de riesgo humano” y los accidentes de tránsito. Por ahora el costo en láser, GPS, radares y cámaras  hace que la tecnología sea muy cara y aún no del todo confiable: este año murió el conductor de un Tesla en piloto automático que chocó contra un camión. Los rescatistas encontraron al llegar que seguía corriendo una película de Harry Potter en la pantalla del auto.

Uber tiene su propio centro de investigaciones en esta tecnología y en septiembre realizó los primeros viajes en piloto automático para sus pasajeros más fieles en la ciudad de Pittsburgh, al noreste de Estados Unidos. En caso de que logren implementar un servicio automatizado eficiente, habrá que ver si el mundo lo acepta como un paquete cerrado de “futuro” o si lo discute en el marco más amplio de un proyecto de sociedad