Siempre que se habla de la precisión suiza es en relación con los relojes. Sin embargo hizo falta un nivel superlativo de esa misma precisión para fabricar la increíble colección de autómatas reunida en el museo de Sainte-Croix. Aunque es una de las maravillas del país, no es muy conocida y está lejos de ser tan concurrida como las calles de Zurich o las pistas de esquí de Gstaad. De hecho hay que tener de por sí una buena dosis de precisión para encontrarla... Es que no se llega de casualidad al medio de la pequeña cordillera que separa Francia de Suiza. Y muchos menos hasta Sainte-Croix, casi en su cresta, en medio de los bosques. Esta montaña se llama Jura: un nombre fácil de recordar, gracias a Steven Spielberg. En realidad no hay por aquí ningún Jurassic Park, aunque sería el lugar más indicado del planeta. Se trata sobre todo de una región de gente tozuda, que con paciencia y –una vez más– precisión logró alcanzar un altísimo nivel en las artesanías mecánicas. El protestantismo  forjó un modo de vida regulado por el trabajo y la disciplina y se combinó a la perfección con el espíritu industrioso de aquellos campesinos y leñadores que durante los largos inviernos se convertían en técnicos e inventores. 

COMO UNA PELÍCULAEl Jura no es muy elevado, pero sí muy empinado. El tren que va y viene entre la ciudad de Yverdon les Bains y Sainte-Croix es como un ascensor sobre rieles: pasa de 433 metros sobre el nivel del mar hasta 1066 en menos de 25 kilómetros. En el tramo superior del viaje hay que sacar las cámaras y prepararse: en los claros del bosque, la vista alcanza toda la cadena de los Alpes que enfrenta al Jura y se ven hasta las cumbres de Francia e Italia, del otro lado del lago Lemán. 

Una danza de personajes revela la magia del movimiento de los autómatas creados en Suiza.

Rachel es la guía habitual que recibe a los visitantes y les da la bienvenida apenas pasadas las puertas de un edificio austero, que se parece más a una fábrica que a un museo. Pero esta joven totalmente NYC (nacida y criada) supera ampliamente las expectativas y en pocos minutos se revelará como el alma de los muñecos y sus mecanismos. Gracias a ella los autómatas cobran un semblante de vida y las cajas de música se transforman en orquestas de circunstancia. 

Ya desde la sala de recepción se percibe lo que está por venir: una mezcla de gabinete de curiosidades, muestra de maravillas de otros tiempos y fantasiosas criaturas secuenciales. Para muchos es una puerta para entrar en el mundo de Hugo Cabret, la recordada película de Martin Scorsese. Antes de seguir a Rachel, sin embargo, hay que recordar un par de datos para comprender dónde estamos: el museo es actualmente propiedad de Reuge, la última compañía que supo hacer perdurar los oficios de las artes mecánicas en Sainte-Croix, la orgullosa Capital Mundial de las Cajas de Música. Ese pueblo fue en otros tiempos la cuna de muchos talleres luego devenidos en empresas, que produjeron la mayor parte de los mecanismos musicales en Europa durante más de un siglo. 

Solo para entendidos se fabrican todavía piezas de colección inspiradas en Star Wars.

PÁJAROS MECÁNICOS Recordando aquella aventura industrial y mirando los mecanismos, casi perdemos a Rachel que ya está subiendo la escalera para dar comienzo a la visita. Ella tiene la llave de la historia de este lugar único en el mundo. “Todo lo que ven aquí tuvo inicio en el año 1796. Mientras del otro lado de la montaña Francia ardía en las llamas de su Revolución, Antoine Favre –un relojero de Ginebra– ideó un cilindro con pequeñas púas que hacían vibrar láminas de metal  para crear música. Unos años antes, dos hermanos habían fabricado un pájaro mecánico cantor, el ancestro de los que tenemos en esta escalera. Los relojeros de Ginebra encomendaron a los hábiles habitantes de Sainte-Croix la fabricación de sus mecanismos y la producción de las pequeñas y delicadas piezas que los componían. Algunos de ellos, con un espíritu más emprendedor, abrieron talleres y contrataron empleados: así se fueron transformando en verdaderas empresas que convirtieron a nuestro pueblo en uno de los mayores centros industriales de Suiza a principios del siglo XX”. 

Los pájaros de los que hablaba Rachel están aquí, en sus jaulas. Sus cuerpos de engranajes y rueditas fueron cubiertos con plumas coloridas que les dan un curioso realismo y parecen concentrar toda la precisión suiza en las magníficas piezas que cuelgan en la escalera. 

En el primer piso, la visita empieza con la réplica de un taller tal como solía funcionar en las granjas del Jura en el siglo XIX. Las herramientas sugieren una minuciosidad y una prolijidad llevadas al extremo. Luego de ponerse guantes, Rachel abre varias cofrecitos de madera. “Al principio las cajas de música integraron relojes y tabaqueras. Pero muy rápidamente pasaron a constituir objetos de por sí, complejizándose cada vez más. Del pequeño cilindro de púas de Favre se pasó a discos de metal perforados y a sistemas cada vez más complejos que accionan cuerpos capaces de generar música por vibración o percusión. Los artesanos rivalizaban en ingenio y cada uno quería aportar su innovación. En 1870 una de las empresas de Sainte-Croix logró proponer hasta 18 melodías distintas sobre un solo cilindro. Las cajas de estos mecanismos también evolucionaron y al principio del siglo XX algunas tomaron la forma de los gramófonos. Otras, más grandes aún, parecían relojes de pie”. Rachel acciona meticulosamente los mecanismos, que dejan escapar viejas melodías. Cada pieza es única, al igual que las que sigue fabricando Reuge y se exponen al final del recorrido.

El museo de Sainte-Croix encierra lo mejor de la artesanía nacida en estas montañas.

ILUSIÓN DE VIDAPero lo mejor está por venir. Al entrar en una sala en semipenumbras, Rachel no puede disimular su sonrisa: “Llegamos por fin al rincón mágico de nuestro museo. Lo que van a ver es único. Siéntense y preparen sus cámaras para sacar fotos sin flash”. De repente se enciende un foco e ilumina a un niño vestido de rojo sentado sobre la repisa de un armario. Al rato se anima, se levanta y abre las puertas en busca de un frasco de mermelada para su merienda… 

Otro halo de luz: esta vez es para sacar de las sombras a un Pierrot que –como en una famosa canción infantil francesa– escribe una notita a la luz de una vela. Au clair de la lune, mon ami Pierrot, prête moi ta plume pour écrire un mot…

El autómata traza prolijas letras que podrían envidiar cualquier alumno de caligrafía. Apenas terminó otro foco se prende y aparece Colombina, la inesperable compañera de Pierrot en la Commedia dell’Arte. Ella también escribe y le está respondiendo su mensajito romántico. 

Cuando termine, será el turno de un acróbata que hace un número de circo con sillas, y luego otro y otro. Este espectáculo mágico dura el tiempo suficiente como para sentirse flotando en un mundo de fantasía. Cuando se prenden las luces, nadie se levanta de sus asientos enseguida: todos miran aún a los personajes nuevamente quietos en mudas posturas. ¿Es cierto que no volverán a moverse? Es el mundo de Toy Story, al revés: aquí los muñecos se animan cuando están los humanos.

LA CAJITA DE “STAR WARS” Se siente el orgullo de Rachel a través de sus gestos y palabras. A través ella se percibe que es en realidad el orgullo de todo un pueblo concentrado en estos delicados mecanismos que simulan la vida a la perfección. 

La visita sigue por la planta baja, dedicada a la empresa Reuge y su colección de cajas de música. Lo que a veces comenzó como pequeños talleres se convirtió luego en una producción masiva de lo que el visitante tiene ante los ojos: máquinas de escribir, tocadiscos, radios, proyectores, filmadoras super-8. “Aquí tuvimos muchas empresas muy importantes, como Thorens, Bolex o Paillard, que fabricaban estos artefactos y rivalizaban con las grandes multinacionales de Estados Unidos, Alemania o Japón. En 1950 había más de 10.000 personas que trabajaban para ellas. Desgraciadamente, la pequeña Suiza no pudo resistir mucho tiempo frente a estos gigantes y las últimas empresas cerraron sus puertas en los años 80. Reuge es la única que quedó en pie, tal vez porque se especializa en la fabricación de de cajas de música de muy alta gama para coleccionistas, regalos protocolares o la industria de lujo”. Algunas de sus creaciones más destacadas se exhiben y muestran cómo pudo sobrevivir un oficio tan especializado: la caja iReuge (que destila música mecánica, recarga celulares y oficia de parlante) convive con una nave espacial de Star Wars. Los fanáticos reconocerán la silueta de un cazador TIE de Darth Vader: se trata de una producción especial para coleccionistas. Y por supuesto reproduce con su delicado mecanismo la famosa composición de John Williams que identifica a la saga.



DATOS ÚTILES

  • Centro Internacional de la Mecánica de Arte (CIMA): es el museo de las cajas de música y los autómatas. Queda en la Calle de la Industria 2 y abre de martes a domingo. Las visitas guiadas duran 75 minutos y empiezan a las 10.00, 14.00, 15.30 y 17.00. De octubre a marzo, en invierno, los horarios son reducidos y se recomienda tomar contacto previamente: [email protected].
  • El CIMA tiene una boutique con regalos y souvenirs especiales. Por supuesto hay distintos tipos de cajas de música a la venta, para cualquier presupuesto. También está la tienda oficial de Reuge Music, que vende sus propias cajas y pájaros cantores. 
  • Más información: www.musees.ch y www.misuiza.com.