“Friends will be friends”, reza el famoso estribillo de Queen. Y si bien El futuro que viene no incluye en su banda de sonido el famoso tema, la amorosa esencia de su letra puede sentirse en varias escenas de la ópera prima de la realizadora Constanza Novick, que acaba de presentarse en el Festival de Toronto y se estrena comercialmente este jueves. En otras instancias, en cambio, los conflictos entre las protagonistas, Romina y Florencia, toman posesión de las emociones y todo parece estar a punto de irse al diablo. Pero ¿qué es la amistad, al fin y al cabo, sino un extenso camino plagado de momentos de felicidad y de tristeza –pero casi siempre de apoyo mutuo– y otros que ponen a prueba su misma existencia? Queen no está, pero la película arranca con un olvidado tema de una banda más olvidada aún: los belgas Confetti’s, que entre 1988 y 1991, cuando la Z95 era la reina del dial radiofónico, lograron meter un par de hits en los charts de música bailable internacionales. “Estuve en contacto con Serge Ramaekers, el mismísimo Confetti’s, para conseguir los derechos del tema. Pero costó sangre, sudor y lágrimas”, afirma Constanza Novick mientras comparte un café con su nueva amiga, la actriz Pilar Gamboa, encargada de darle vida a Florencia. Dolores Fonzi (Romina, desde luego), amiga de la directora en la vida real desde hace un par de décadas, no está presente: todavía no acaban sus labores en el jurado oficial del Festival de San Sebastián. Faltan diez días para el estreno de la película y los nervios se confiesan, para qué ocultarlos. Mientras tanto, en la pantalla, durante la secuencia de títulos suena Confetti’s y las dos amigas de la ficción, durante sus años de escuela secundaria (las actrices Victoria Parrado y Charo Dolz Doval), pergeñan una coreografía en el living semi desierto de la casa de una de ellas. Son hijas, niñas que apenas comienzan el derrotero de la adolescencia –con sus primeros amores y resquemores– y luego serán madres, cuando el film avance cronológicamente y llegue hasta nuestros días. Amistad y maternidad, a prueba (y con la dura prueba) del paso del tiempo.
Novick es dueña de una amplia experiencia a la hora de escribir profesionalmente para el medio televisivo y su frondoso currículum profesional incluye trabajos para series y shows televisivos como El sodero de mi vida, Son amores y Soy tu fan, además de la escritura del guion de ¿Sabés nadar?, el largometraje de Diego Kaplan estrenado en el año 2002. Medios, formatos, estéticas, tamaños de pantalla y tiempos de realización muy diferentes, por cierto. En El futuro que viene, a pesar de bucear en temas muy caros al costumbrismo de la tira diaria, la construcción de los personajes y sus relaciones a través de los años están a años luz del lugar común o la simplificación con fines dramáticos. “Comencé a pensar en la historia cuando estaba embarazada de mi primer hijo, que ahora va a cumplir seis años”. Así detalla Novick el proceso de escritura, que fue prolongado y dividido en varias etapas. “El tema fue siempre el encuentro entre dos amigas, de alguna manera distanciadas por el tema de la maternidad: una era mamá y la otra no. Ese concepto terminó siendo el segundo acto de la película, pero en un primer momento era la totalidad de la historia, que originalmente fue pensada para el teatro. Y siempre estuvo presente la idea de que los personajes fueran muy cercanos, desde que las protagonistas eran muy chicas, sumado a la intención de incluir ciertas imágenes de mi propia infancia que tengo grabadas de manera muy fuerte. En algún momento me di cuenta de que tenía que ser una película, pero no llegaba a darme una buena idea de cómo incluir esos recuerdos. No me llevo bien con los flashbacks, no los sé escribir, y entonces pensé en construir un bloque entero con la infancia. El tercer segmento, que trascurre en estos días, surgió después, con la intención de que las dos amigas tuvieran hijas de una edad similar a la que ellas mismas tenían cuando empieza la película. La historia fue mutando y en total fueron casi cinco años de escritura”.
Mi generación
1988. Florencia y Romina miran la tele. Una de ellas gusta de un chico. A las dos les gustan las telenovelas y repiten algunos diálogos de memoria, con esa entonación típica del español centroamericano que intenta, sin lograrlo, hacer gala de una cierta neutralidad. Quizás miren Clave de Sol, toda una marca generacional para aquellos nacidos en algún momento de los años 70. Para Novick “la infancia está un poco teñida de un imaginario... no diría de telenovela, pero sí por esas expresiones y sentimientos que podrían resumirse en ‘este es el chico que me gusta’, ‘¿me está mirando o no?’ o en el hecho de tener una amiga y querer vestirse como ella. Un mundo idealizado que se ve reflejado en la televisión. Soy consciente de que no me privé de nada, en el sentido de que no me alejé de quien soy para meterme en un universo o un lenguaje cinematográfico que desconozco. Quise poner Los Parchís y lo hice”. “Eso era así sobre todo en aquella época, supongo”, acota Pilar Gamboa, refiriéndose al final de la década que marcó la vuelta a la democracia. “Me interesaba mucho ese aspecto de la película. Fuimos criados en una generación en donde la tele te marcaba. Me acuerdo de que mi vieja no me dejaba ver Clave de sol, lo tenía que hacer a escondidas”. Es la voz de Tino entonando “Tu nombre” la que se escucha mientras Florencia le da su primer beso al chico que le gusta, en el banco de una plaza, ya de noche, mientras su madre la busca desesperadamente. No será la última vez que Flor desaparezca sin dar señales de vida. Un salto temporal transporta la historia unos quince años hacia el futuro: 2004. Romina es madre de una beba de algunos meses, vive con su pareja (Esteban Bigliardi) y recibe a la amiga que regresa de México, dolida luego de una desavenencia amorosa que se intuye fuerte y profunda. La que se quedó en Buenos Aires lleva una vida de las que suelen denominarse “normales”, incluido un trabajo de escritorio en la AFIP; la que se fue se ha convertido en escritora y parece llevar una existencia más excitante y creativa. El reencuentro está lleno de besos, abrazos y risas, pero también de un llamado al silencio, porque la criatura duerme, y las diferencias entre ambas –que ya podían adivinarse tiempo atrás, durante los años de los cuchicheos y las coreografías– no tardarán en subir a la superficie, de manera suave, primero, violentamente después.
“Ahora que empezamos a hablar de la película gracias a las entrevistas estoy tratando de ponerla en palabras”, afirma Gamboa, que este año ya tuvo dos papeles protagónicos en sendos largometrajes: El Pampero, de Matías Lucchesi, y La muerte de Marga Maier, de Camila Toker. “Charlamos un montón y nos juntamos a ensayar mucho. Creo que intentamos descubrir un lenguaje para la película, porque lo importante era contar el vínculo entre ellas, más allá de la preparación de cada personaje. Hablamos mucho de esa cosa medio impulsiva que tiene Florencia, una persona que puede ir de cero a cien sin escalas. Y sin pedir disculpas. Un personaje que a veces no registra lo que acaba de hacer o decir. Pero lo que me gusta de mi personaje es que es alguien que se expone, que se manda, que no es tibia en lo más mínimo. A diferencia de Romina, que creo es el verdadero talento de las dos, pero no se anima y mantiene un cierto nivel de comodidad”. Romina atraviesa los primeros meses de maternidad con un aire de fatalidad y algo de tristeza. En una charla cerveza de por medio le confiesa a su amiga algo que muchas madres (y padres) pueden llegar a sentir en determinados momentos, pero usualmente temen expresar: “Si alguien me hubiera dicho la verdad, me hubiera dicho realmente lo que es... y yo hubiera entendido... no la tenía”. Contracara: en la caminata previa hacia el bar, Florencia es la que pasea el cochecito, fumando, las cenizas a punto de caer en cualquier momento sobre la cabeza de su ocupante; Romina no se anima a decirle que eso no está bien, que mejor lo lleva ella. Todo es expresado con gestos, miradas, breves frases entrecortadas. Las diferencias entre ambas parecen ahora mayores que tres lustros atrás. “Constanza me pasó una película con Charlize Theron que no vio casi nadie, Young Adult, que a mí me encanta, aunque es medio trash, donde su personaje vuelve a su pueblo en un momento donde todos tienen hijos y ella no. Lo interesante es que, como actriz, en este caso la referencia más fuerte era la relación entre Constanza y Dolores, que se conocen desde hace muchos años. Al principio, cuando nos juntábamos, lo único que hacía era mirar cómo se llevaban ellas dos, estaba realmente fascinada por el vínculo que tienen. La película no habla exactamente de ellas, desde luego, pero la dinámica, el humor que circula entre las dos me sirvió mucho. Si me preguntás a cuál de ellas interpreto no sabría qué decirte. Supongo que es una mezcla de ambas”.
El prestigio en juego
2017. Romina se ha separado hace ya un tiempo, vive con su hija, su madre acaba de fallecer. Florencia, en tanto, ha vuelto a instalarse en Buenos Aires y sigue al lado del misterioso hombre mexicano (¿o acaso se trata de otro hombre mexicano?), madre a su vez de una chica. El tercer segmento vuelve a reencontrarlas en otra etapa de sus respectivas vidas, todavía unidas por una amistad que, a pesar de los nuevos abrazos, besos y confidencias, sigue siendo conflictivo. Pero no hay aquí –como ocurre muchas veces en la televisión– una “mala” y una “buena”. Aunque a veces pueda tenerse la impresión de que el punto de vista es estrictamente el de Romina. “Eso lo empecé a tener un poco claro en algún momento del proceso de escritura, cuando arranqué con el tercer y último acto. De alguna manera, la mirada de preocupación ante la amiga que siempre se va y desaparece es la de Romina, entonces el espectador se pone casi necesariamente en ese lugar, el de quien es abandonado y no recibe explicaciones. Fue algo intuitivo, pero eso también me servía para construir cierto misterio, a partir de la ausencia del personaje de Florencia”. El naturalismo de los diálogos y situaciones no surgió de la improvisación y el azar. Más bien todo lo contrario. “Acá Coca (Constanza) no me deja mentir: no podíamos tocar ni una coma. Se respetó todo: palabras, pausas, como hacía tiempo no me ocurría en una película. Ella es muy brava con su propia literatura, lo cual está buenísimo porque en general los actores tendemos a pensar eso de ‘bueno, voy a ablandar un poco el diálogo’. En mi caso, como trabajé muchos años con Romina Paula, que tampoco te deja cambiar ni una sola letra, no me cuesta tocar a partir de una partitura sin posibilidad de cambios. Y eso, en parte, es lo que hace que la historia sea estrictamente cinematográfica: los tiempos, los textos y la forma en que estos son dichos”.
“Con Dolores nos conocemos desde la época de El sodero de mi vida: yo escribía algunos de los diálogos que ella después decía delante de cámara. Pero ojo, que también tengo una amiga de la infancia que se llama Romina. Ahí hay como un recorte, el personaje está atravesado por muchas cosas”, detalla Novick, madre de dos chicos y en pareja con el realizador Lisandro Alonso, productor de El futuro que viene. “Yo estaba preparada para ese tipo de pregunta, pero todavía no me la hizo nadie: ¿cómo es eso de que la mujer de Lisandro Alonso hace una película que no se parece en nada a La libertad o a Jauja? A veces, cuando mandamos una copia a algún festival, me da cierto morbo no decir nada. Y si estás esperando otra cosa... chupate esa mandarina. No me saldría una película de Lisandro. Yo descubrí muchos directores y films gracias a él y viceversa. Pero te digo que es alguien que se engancha mirando en la tele una de acción de Schwarzenegger doblada y empezada, por la mitad. Pero bueno, es genial que se haya jugado produciendo esta película, poniendo en juego todo su prestigio”. Risas y risas, de las entrevistadas y del cronista. La conversación llega a su fin, pero las amigas se quedan a tomar otro café, sin grabador de por medio. Están con poco tiempo: a Constanza Novick la espera una semana intensa de entrevistas y preparativos para el estreno y Pilar Gamboa debe volver al campo, al rodaje de un largo codirigido por Hernán Guerschuny y Jazmín Stuart cuyo título tentativo es Recreo. De regreso a la pantalla, el futuro que viene para Florencia y Romina es –como suele ocurrir en la vida real– incierto y el último de sus encuentros volverá a poner a prueba eso que el célebre refrán describe acertadamente como el más divino de los tesoros.