“Todo, en la vida y en el arte, se trata de entrega: quien se enfrenta a una obra se lleva algo que lo acompaña por siempre”, dice Christian Boltanski, uno de los personajes principales de la escena artística actual y global. La entrevista tiene lugar en la mesa de un bar, bajo el sol, a pasos del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), donde se exhibe Misterios, su estremecedora videoinstalación. En paralelo, Take Me (I’m Yours) (“Llevame, soy tuyo”), la muestra que ideó junto con Hans Ulrich Obrist en 1995 para la Serpentine Gallery de Londres, se presenta en el Museo Nacional de Arte Decorativo. Ambas exposiciones del artista forman parte de la monumental Bienalsur. 

Con distintas versiones, Take Me (I’m Yours) pasó por París, Nueva York, Copenhague y, tras hacer pie aquí, se verá en Milán. En la versión local, incluye obras de artistas argentinos y extranjeros. Quien vaya a la muestra podrá llevare una prenda (hay que seleccionarla entre una gran pila de ropa que se va reponiendo y que integra Dispersión (obra de Boltanski). También se puede llevar a casa un vino, pan y café (obra de Artur Barrio); pósters desplegables de Adrián Villar Rojas; postales de artistas como Fabio Kacero y Hans-Peter Feldman; caramelos de la gran instalación del artista cubano Félix González Torres, y galletas de la suerte. Hay también un rompecabezas magnético de Jorge Macchi (cada visitante puede quedarse con un fragmento que integra una obra compartida con desconocidos). Se incluye la instalación Árbol de los deseos de Yoko Ono, donde se pueden dejar mensajes. 

Para Boltanski se trata de una regla de juego: subvertir prácticas tradicionales en el modo de ver y consumir el arte y, sobre todo, poner en cuestión la idea de reliquia y de obra de arte como objeto sagrado. Take Me (I’m Yours), explica el artista, propone vencer el tabú de que nada puede tocarse ni llevarse en los museos porque la obra es sagrada. Aquí el don, el disfrute y el juego pasan a primer plano. Si la obra se consume –se bebe el vino, se come el pan o se luce la prenda–, se desacraliza el objeto de arte. Contra todo deseo del artista, en una oportunidad una bolsa con ropa de la exposición fue subastada en remate.

“Con la tecnología actual, se podría reproducir perfectamente un Van Gogh, pero no es lo mismo que ir a Ámsterdam a ver la obra: una gran parte de la emoción que da el arte es una cuestión religiosa ligada a la idea de reliquia”, dice Boltanski. Mientras que el mercado del arte deviene poderoso, esta muestra impulsa la generosidad del artista, superando el tradicional intercambio recíproco de dones.

Misterios

Desatar mitos

 “Hoy –dice Boltanski– me hago preguntas sobre el después, sobre mi propia muerte, ya no tengo ganas de crear objetos que permanezcan”. La mayoría de sus obras son monumentales y efímeras. En sus instalaciones incluye objetos cotidianos como fotografías, ropa usada, recortes de periódicos, muebles. Comenzó hace diez años con Los archivos del corazón, donde ya lleva compiladas grabaciones de audio con los latidos de más de ciento veinte mil personas (unos 20 mil provienen de Argentina), registrados en más de veinte países. En la cabina, un operador manipula un equipo de grabación, con un estetoscopio con micrófono, que guarda los latidos del corazón del visitante en una computadora. Todos los latidos, muchos de los cuales se han extinguido en la vida real, se conservan en la pequeña isla Teshima, en Japón. Gran cantidad de personas, cuenta el artista, van en peregrinación a la isla para escuchar el latido de un ser querido que ya no está. La obra, aquí, deviene ritual compartido. 

Boltanski suele viajar a Japón: le fascina que allí la transmisión del conocimiento es central: “Conocí un templo, cuya primera construcción data de hace 600 años: cada 25 años lo destruyen y lo vuelven a construir. Para ellos, lo importante es saber levantar ese templo, transmitir el saber para que otros puedan hacerlo; no el objeto en sí”. La mayoría de las obras de Boltanski se destruyen, pero es posible rehacerlas. “Para mí, la noción de obra como objeto desapareció: mi obra es como una partitura musical que se puede ejecutar de distinta manera. Hoy puedo ejecutar mi propia música. Cuando me muera, espero que se diga: esta es una obra de Boltanski interpretada por tal y cual”.

Boltanski es protagonista de incontables mitos que crea como conjura contra un destino que le resulta agobiante: la muerte y el olvido: “La vida es trágica porque siempre termina así: por eso, precisamente, hay que aprovecharla”, señala. “En Tasmania, un hombre compró mi vida –cuenta el artista–. Hay miles de horas filmadas. Mi taller y mi casa tienen cámaras en todos lados, desde el baño hasta el dormitorio. Se graba todo el tiempo: esas filmaciones se envían en directo a un bunker en Tasmania, donde se conserva todo, no importa si estoy en mi casa o no”. La idea fue del propio Boltanski: “Me interesa que podés filmar a alguien durante miles de horas, pero finalmente no tenés a nadie. No podés impedir la muerte. Además, como me está filmando hace siete años, me verán cada vez más viejo, me va a costar subir las escaleras de mi casa. Es como una leyenda: hubo un hombre que compró la vida de otro hombre”.

Este artista, que se define como conceptual y al tiempo ávido de generar emociones, crea historias de una nueva mitología contemporánea; busca que sus leyendas tengan anclaje real o verosímil. “Los mitos –dice– duran más que las obras”. Misterios es la magnífica videoinstalación que se exhibe en el MNBA y, dice, quizás la última que haga en su vida. Tras varios viajes exploratorios, instaló en un sitio de muy difícil acceso en Bahía Bustamante (Chubut) tres enormes cornamusas de hierro que, activadas por el viento, emiten sonidos: el resultado es un grito extraño, angustiante. Con estos sonidos, Boltanski propone establecer un diálogo con las ballenas que, señala, son consideradas por algunas comunidades de indios como animales que conocen el inicio de la historia. La videoinstalación registra con cámara fija qué ocurrió en Bahía Bustamante. “Por supuesto que las ballenas no me van a responder, pero mi deseo es que dentro de unos años, cuando esté muerto y mi nombre haya desaparecido, la gente diga: hubo un hombre, un poco loco, que quiso comunicarse con las ballenas”.

Boltanski ya había trabajado con el viento en su instalación Animitas (2014), en el desierto de Atacama (Chile), cuando colocó quinientas campanitas que, al ser movidas por el viento, producían un sonido singular. En Chile, se denomina animitas a las estructuras erigidas al costado de los caminos y rutas para recordar a quienes murieron allí en un accidente. Esta instalación representaba las almas de quinientas personas: un memorial sonoro inolvidable.

Como muchas de sus instalaciones Misterios podría desaparecer, en este caso al quedar enterrada por una tormenta. Desde hace una década, Boltanski desata sus obras y, claro, sus leyendas, en sitios lejanos o lugares ocultos o inaccesibles y hasta llegó a hacer una obra bajo la catedral de Salzburgo (Austria). “Allí, hay una voz que dice la hora justa por segundo –señala–. Logré hacer esta obra porque le expliqué al obispo que Dios es el dueño del tiempo”. El artista creó Vanitas porque sostiene que la gente es capaz de muchas cosas, pero no puede retroceder el flujo de tiempo: Dios es el Señor del tiempo.

TAKE ME (I’M YOURS)

Trauma imborrable

El Holocausto marcó la vida de Boltanski: la identidad y la memoria son ejes centrales en su obra. “Como artista uno se cura hablando de su trauma. En mi caso, es probable que el trauma haya sido que cuando era chico oí muchas historias de la Shoah contadas por sobrevivientes”.

Salió por primera vez sólo a la calle a los 18 años. “Vivíamos en una casa muy grande, pero todos dormíamos en la misma habitación. Mis padres no querían que saliera solo: tenían miedo de que se produjera un accidente o algo así. El trauma de la guerra hizo que aún después de la guerra, cuando ya no había peligro, siempre estuviera la idea de que cualquier cosa podía ocurrir. Ni mis hermanos ni yo salíamos de la casa”, recuerda.    

Este artista que expone en los principales museos y bienales del mundo y cuyas obras integran las colecciones del MOMA, la Tate y el Centre Georges Pompidou de París, dejó la escuela a los 12 años. Por problemas de integración, la pasaba mal en el colegio. Solía escaparse: sus padres, cuando iban a retirarlo, lo encontraban llorando en la calle. Cuando les dijo a sus padres que no quería ir más a la escuela, ellos se lo permitieron. Recuerda que se quedaba en su casa, sentado durante horas, sin hacer nada. Sus hermanos, en especial Luc Boltanski, uno de los grandes nombres de la sociología contemporánea y con quien conserva una relación muy cercana, siempre lo ayudaron. “Un día hice un dibujo, algo pequeño. Cuando Luc lo vio, me dijo hiciste algo bien. Fue la primera vez que me decían que hice algo bien”, recuerda Boltanski. Y añade: “Tuve la suerte de nacer en una familia burguesa e intelectual. Si hubiera nacido en una familia obrera, hoy estaría en un asilo psiquiátrico”.  

En una de sus inolvidables instalaciones incluyó imágenes que encontró y que fueron tomadas en 1938 en una escuela judía en Berlín. “Probablemente esas chicas estaban viendo un espectáculo. Nunca se sabrá por qué se ríen: la mayoría murió después en los campos de concentración”, dice Boltanski. Otras instalaciones son como altares modernos, con luces cálidas, características de los íconos religiosos, “como nuestra vida, dice el artista, pueden apagarse súbitamente”. 

¿Qué puede aportar el arte a la condición humana?, ¿qué aspectos de la vida puede iluminar?

–Soy muy negativo en ese aspecto. Ahora que estamos en Argentina, quizás haya un torturador sentado en una de las mesas de este café. Eso es posible. Puede estar comiendo un helado y es muy amable. En algunas situaciones, los seres humanos pueden hacer cosas terribles. Creo que cada uno de nosotros puede matar al de al lado. La crueldad humana no tiene límites y, al mismo tiempo, alguien puede salvar a otro.

La muestra Take Me (I’m Yours) se puede visitar en el Museo Nacional de Arte Decorativo (Libertador 1902), de martes a domingos, de 14 a 19. Y la exhibición Misterios, en el Museo Nacional de Bellas Artes (Libertador 1473), permanece abierta de martes a viernes de 11 a 20; sábados y domingos, de 10 a 20.