Las diferencias en el uso del tiempo, que están en la base del concepto de “economía del cuidado”, “dan cuenta de la persistencia y reproducción de desigualdades”, afirma el Estudio, que basó su desarrollo en los resultados de evaluaciones piloto previas, como un cuestionario de actividades realizado en 2015 y un “diario de actividades” de 2005. La puesta en marcha de mediciones de trabajo no remunerado se desarrolla en la región desde 1995, a instancias de la Plataforma de Acción de Beijing, “que reconoce la utilidad social y el valor económico del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado que se realiza al interior de los hogares”.
Medir esas tareas cotidianas que en los registros formales de productividad suelen ser invisibilizadas “contribuye a visibilizar el rol sistémico” que tienen. Se trata de un tipo de tarea que “por un lado, garantiza la reproducción de la fuerza de trabajo, imprescindible para la producción de bienes y servicios con valor económico en el mercado que permitan satisfacer las necesidades y deseos de las personas. Por el otro, garantiza el bienestar efectivo de las personas, al mediar entre el acceso a bienes y su consumo efectivo”. Eso es precisamente lo que estudia la economía del cuidado, que releva los datos que hablan de “la contribución que el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado realiza al sistema económico”: el tiempo que mujeres y varones destinan a estas actividades.
El informe recuerda que las “brechas de género en el uso del tiempo dan cuenta de la persistencia y reproducción de desigualdades”, y que esas diferencias son las que terminan teniendo impacto sobre el acceso de las mujeres a los recursos monetarios y, por lo tanto, sobre su propia autonomía. Sobre eso, señala la Dirección de Estadísticas y Censos porteña, el Estado tiene una responsabilidad nada menor. “En contextos de débil, insuficiente o inadecuada provisión de servicios públicos de cuidado, la organización del cuidado en los hogares depende principalmente del trabajo de cuidado n remunerado provisto por sus propios miembros, y de la posibilidad que tengan de adquirir servicios de cuidado en el mercado”, advierte el texto. Mientras que los hogares con más recursos “tendrán más posibilidades de comprar cuidado y con ello liberar tiempo propio (principalmente de las mujeres)”, los hogares más pobres “que habitualmente tienen además mayores cargas de cuidado, tienen más limitaciones para comprar cuidado, y con ello liberar tiempo, y por tanto no pueden generar ingresos, lo que les impide comprar cuidado, y de esa forma se reproduce la dinámica que los mantiene en esa situación”.