Toc-toc-toc. Ritmo de puño sobre madera. Tres golpes secos resuenan en la caja de una guitarra acústica. Inauguran el primer disco del doble Acoustic Recordings 1998-2016 y, de alguna manera, parecen evocar la escena que abre el documental A todo volumen. Ahí se lo puede ver a Jack White con un sombrero negro y traje con moño a tono, en el porche de un rancho destartalado y rodeado por un coro de vacas mugientes, martillando unos clavos sobre una tabla. Luce como uno de esos personajes excéntricos de las películas de Tim Burton, un Johnny Depp joven y ojeroso en la piel de un blusero de la primera mitad del siglo XX. Con esos materiales, más un alambre que enrosca en los extremos de la tabla y tensa sobre un envase de gaseosa de vidrio empleado como sostén, construye una guitarra de la nada. Una especie de lapsteel rústica y de una sola cuerda que, conectada a un amplificador antiguo, le basta para descerrajar un solo breve e incendiario que parte al medio la postal bucólica.

“¿Quién dice que tenés que comprarte una guitarra?”, concluye, irónico y desafiante. Es un momento mágico, revelador que el director David Guggenheim supo aprovechar en A todo volumen, su retrato conjunto de la trifecta de monstruos del rock que definieron el sonido del instrumento a lo largo de las décadas: Jimmy Page de Led Zeppelin, The Edge de U2 y el propio White. El último eslabón de esa cadena evolutiva de las seis cuerdas pone al descubierto en la escena en cuestión un rasgo de su estilo que brilla con particular intensidad en Acoustic Recordings, donde las canciones muestran su belleza natural ya sin ropaje eléctrico, al desnudo: el delicado equilibrio entre arte y artificio. El violero nacido en Detroit, Michigan hace 41 años es capaz de reducir la música a sus partículas elementales, pero también tiene un talento fuera de serie para darle a sus creaciones un toque elusivo, inquietante, irónico, complejo, contradictorio. 

Este fanático de los vinilos que se mudó a Nashville diez años atrás para sentar las bases de Third Man Records, contó en una entrevista reciente que planea abrir una sucursal del sello en su ciudad natal: una prensa de discos con vista a la calle, que permitirá a los transeúntes descubrir en vivo y en directo el funcionamiento de la máquina que convierte el plástico negro en surcos de voces y melodías grabadas. Pero justo en ese punto de la charla volvió a aflorar su fascinación por el misterio del sonido en su estado más puro: “Siempre pienso que es hermoso mirar algo que se mueve mecánicamente, porque eso hace que te involucres más en lo que pasa. Cuando mirás una hoguera, por ejemplo, te sentís bendecido y, no sabés por qué, pero te quedás un rato ahí parado. Sí, se pueden tocar cosas con la computadora, mover los labios en sincronía y la gente todavía obtiene algo con eso. Pero uno se involucra más cuando ve a las cosas girar, moverse en la realidad”.

Despojada del sonido característico de la guitarra eléctrica sobre el que edificó su reputación, Acoustic Recordings 1998-2016 se puede escuchar como una especie de viaje a la raíz de la canción: es una ventana al taller en el que construye su obra. Dieciocho años de oficio como compositor encuentran su reflejo en el compilado, que se remonta a sus comienzos con The White Stripes y se extiende hasta el presente de su carrera solista, pasando por su experiencia con The Raconteurs y como autor por encargo. Sólo quedó afuera del repaso The Dead Weather, el supergrupo alternativo en el que White tocaba la batería. El álbum doble está integrado por 26 temas: la mayoría son remezclas y tomas alternativas de viejos conocidos que salieron a la luz con sus trabajos oficiales, pero también hay lados B, inéditos y rarezas. Con ellos queda desplegada una paleta musical que pinta su evolución, pero también el trazo firme y la coherencia con los que llevó adelante su propuesta estética.

Poniendo blanco (y rojo) sobre negro, en una entrevista con la cadena NPR contó que “la idea original fue armar un disco para mostrar el lugar en el que comenzó todo. Muchas de estas canciones aparecieron mientras tocaba el piano o la guitarra acústica en una habitación, solo. Si en ese momento sos parte de una banda y estás produciendo un álbum, van a formar parte de una foto más grande. Pero el punto de partida es una persona sola en una habitación”. Un poco a la manera de Let it Be… Naked, la relectura de la monumental despedida discográfica de los Beatles en la que fue derribado el muro de sonido levantado por el productor Phil Spector, White se embaló con la perspectiva de correrse él mismo de su faceta más popular: “Quería un disco que pudiera mostrar mis canciones a través de los años y, en ese sentido, el ángulo acústico fue la mejor opción, para alejarme de la cosa de ‘Jack White y la guitarra eléctrica’”.

En el acto mismo de exponer la trastienda de su cancionero a la mirada del público en una fase que no es la de la composición, pero que es anterior a su edición definitiva, deja al descubierto imperfecciones, asperezas, superficies irregulares de una materia prima en pleno proceso de producción. Es lo que, en el texto que acompaña la edición del disco, el periodista y crítico de rock Greil Marcus define como “música-espejo”. “El cantante hablando consigo mismo, tratando de convencerse a sí mismo de una verdad, que va a necesitar si va a abrir la puerta, salir al mundo y engañarse pensando, por un segundo, que está listo para asumirla”, escribe el autor de Rastros de carmín. “La música aquí está en todo el mapa. La ausencia de la guitarra eléctrica abre a las canciones a su propia invención, eliminando cualquier pretensión de seriedad o grandiosidad en favor de lo tranquilo, lo ridículo, lo taimado”, apunta.

 Los temas en Acoustic Recordings aparecen ordenados cronológicamente, pero no por su fecha de edición sino de composición. “Escrita en 1996 en el porche delantero de la casa de sus padres, cuando tenía aproximadamente 21 años. White declaró varias veces que habría cedido felizmente los derechos de la canción para un aviso de Nutrasweet o de Splenda”, informa –chiste incluido– sobre “Sugar Never Tasted So Good” la web del músico, en el apartado que recorre su historia como cantautor. Incluido en el segundo simple de los White Stripes y más tarde en su álbum debut, “Sugar Never Tasted So Good” inaugura la virtual línea de tiempo con la tapa del vinilo de 7”, afiches de la época y una foto junto a su ex esposa y compañera de banda Meg White (no, no era, como insinuaba, su hermana). El toc-toc-toc de la intro ya estaba presente en el original, lo que varía de manera tan sustancial como sutil es su ornamentación: ahora suena a cara lavada.

A partir de ese punto, el primer disco desanda la discografía del dúo para subrayar su costado más afín a la guitarra acústica, una vertiente que tal vez quedaba opacada por los solos electrificados y punzantes de White y la batería percutida en plan garagero de Meg, pero que resultaba igualmente esencial. Ahí están como ejemplos “Apple Blossom” y “I’m Bound To Pack It Up” de De Stijl; “Hotel Yorba” y “We’re Going to Be Friends”, de White Blood Cells; “You’ve Got Her in Your Pocket” y “It’s True That We Love One Another” de Elephant; “Forever For Her (Is Over For Me)” y la pianística “White Moon” de Get Behind Me Satan; “Effect and Cause” de Icky Thump.  Lo mismo ocurre con la inédita “City Lights” y con “Honey, We Can’t Afford To Look This Cheap”, producida por Beck y lanzada con el simple de “Conquest”. El abanico va del blues al folk, pasando por el rock y el bluegrass, pero encuentra un denominador común en su talento para lanzar al aire auténticas gemas pop. 

   “El sentido de libertad que puede aportar el rechazo al volumen alto y a una orquestación completa, está presente en todo “Effect and Cause”, del último álbum de los White Stripes, Icky Thump, de 2007 y, del mismo año, en “Honey, We Can’t Afford to Look This Cheap””, escribe Marcus en su reseña, en la que alinea a Acoustic Recordings con el legado de Son House. “Grinnin’ in Your Face”, escribe, es la pieza que White hace sonar en un tocadiscos en una escena de A todo volumen. “Esta es mi canción favorita, desde la primera vez que la escuché”, recuerda Marcus que dice White en el documental mencionado más arriba. La leyenda del blues del Delta del Mississippi no toca la guitarra en ese tesoro musical: se limita a cantar, apenas hace percusión con las palmas. “No sabía que se podía hacer eso. Cantar y aplaudir, nada más. Eso significó todo para mí. Todo sobre el rock and roll, la expresión, la creatividad y el arte. Un hombre solo contra el mundo, y una canción”, afirma White, citado por Marcus. 

   Quizás haya sido esa la semilla del minimalismo con profundas raíces en la tradición estadounidense que el compositor, guitarrista y cantante cultivó a lo largo de su trayectoria, una veta que brilla con particular intensidad en este compilado. El segundo disco abre con el inédito “Love is The Truth”, un encargo de Coca Cola para una publicidad televisiva que se emitió hace unos diez años. Más ecléctica que la anterior, la lista se centra en su producción como solista pero también incluye temas de los Raconteurs como “Top Yourself” y “Carolina Drama”. Con una remezcla que difiere de Consolers of the Lonely en la ausencia de la batería y el protagonismo de elementos acústicos que aparecían en un segundo plano en la original, esta última marca uno de los puntos más elevados de la colección. La carga dramática del relato cantado, el crescendo de esta murder ballad que está a la altura de las firmadas por Nick Cave, encuentra una renovada intensidad como resultado de la sustracción.

Hay, en ese sentido, un efecto secundario en estas grabaciones acústicas, que terminan por subrayar una cualidad no siempre advertida: detrás del violero, detrás del autor de hits, hay un narrador que parece formado en la escuela de Edgar Allan Poe, Mark Twain, Ambrose Bierce. Un tipo capaz de cantar a corazón abierto como un poeta romántico decimonónico, pero sin perder el sentido del humor: “Quiero que el amor/ sujete mis dedos delicadamente/  me clave un cuchillo/ y lo retuerza por todas partes./ Quiero que el amor/ mate a mi propia madre/ y se la lleve a algún lugar/ como el infierno o ahí arriba”, suplica en “Love Interruption”, el primer corte de su debut solista de 2012, presente con una relectura que la acerca a un contundente borrador final. Y esas cualidades como storyteller están presentes en los otros temas extraídos de Blunderbuss, en los de su sucesor, Lazaretto, y en todos los mencionados más arriba. La canción sigue siendo la misma: el formato sobre el que cimenta su obra, un vehículo óptimo para echar a rodar historias memorables.