"La muerte, para acabar conmigo,

tendrá que contar con mi complicidad".

Marguerite Yourcenar

 

 

Día 1

La resaca que arrastra no es de ese día, algunas botellas vacías por el piso -vacías de cualquier sentido- y un desmadrado olor a alcohol ofrecen una muestra. Se arrastra medio desnudo por la cuarto, el escaso lugar que consiguió alquilar a precio de nada en el Barrio Marítimo, el más olvidado del mercado de propiedades. Sabe que este permanecer durará poco. Debe dos meses de alquiler y huele inminente el desalojo. Conoce las vías que se usan en esta zona para convencer a los que no pagan y se asombra de no haber presenciado ya una patada que derribe su puerta. Abre la heladera y la encuentra, como siempre, vacía. Solo una botella opaca. Agua helada. El único vicio de los sanos de los que no ha podido prescindir. Ajusta el pico a sus labios y la vacía en segundos. Está anocheciendo y no llegan ruidos desde afuera, nota que el barrio se ha serenado. Es lo que espera, que la tierra de nadie llegue a su zona. Haciendo equilibrio intenta meterse en las piernas de los pantalones oscuros que están en el piso. Se calza las zapatillas sin cordones y cubre su pecho desnudo con un abrigo largo, color ratón. Sale del departamento dejando la puerta entreabierta. A los pocos minutos vuelve y toma una navaja que está apoyada sobre la caja de cartón que hace de mesa de luz.

Al volver, de madrugada, camina tambaleándose hasta que se derrumba sobre la cama, donde intuye que no dormirá el sueño de los Justos. Ha estado caminando las calles del barrio buscando a la persona adecuada. Al darse cuenta de que esa noche la suerte no esta de su lado, se ha resignado con cualquiera. Encontró un adicto tirado en una calle sin salida y le hundió su navaja en la espalda, entre los omóplatos, y no la sacó de allí hasta que sintió un último suspiro. Después ha visitado el único lugar que aún fía sus excesos, aplicando a su cuerpo un poco más de lo que podría soportar.

 

 

Día 2

Se despierta y repite casi copiando las imágenes del día anterior. Solo que ahora encuentra la botella vacía, sin agua y tirada en el piso. Prende sus labios a la canilla de la cocina, cuando la cierra escupe un pedazo de comida que estaba adherido al pico y que pasó a su boca sin estación intermedia. Se viste como la noche anterior, y sale. Esta vez sabe que lleva la navaja ensangrentada aún, en su bolsillo.

También se repiten las imágenes del regreso. Lleva encima, otra vez, el fracaso de no haber encontrado a la persona indicada. Hoy no puede llegar hasta la cama y se desvanece, casi, cayendo sobre el piso inmundo.

 

 

Día 3

Esta noche al salir se encuentra con dos personas que nunca vio. Lo miran. Los mira. Se miden. Mete su mano en el bolsillo, palpa la navaja. Con rapidez desestima el intento.

Imagina que con dos no puede. Y por otra parte siente que no son esas las personas que espera. Está seguro de que no van a llegar hasta el final, no van a matarlo, y no quiere arriesgarse. Sigue caminando y descubre que lo dejan irse sin oponer resistencia. En ese momento decide creer en el destino. Sonríe pensando que no es esa la hora adecuada para comenzar a creer. Más tarde llega otra noche de sueño narcótico. Horas sumergidas en el desfiladero de bruma y sin fondo que conoce con la única claridad que no lo abandona.

 

 

Día 4

No despierta. No toma agua. No sale. Duerme.

 

 

Día 5

Sale. Sin agua. Sin pantalones. Descalzo. Con la navaja en el bolsillo del abrigo pringoso.

La soledad ocupa el aire volviéndolo denso.

Camina varias cuadras hasta que al final de una calle adivina una silueta. Se encamina hacia allá sin dudas. Al acercarse percibe, apenas, un cuerpo dibujado en las sombras. Una lámpara ausente posa una luz magra sobre la vereda sucia.

Se acerca. Descubre un cabello enmarañado sobre una cabeza prevenida, y al bajar la vista distingue unos ojos hundidos en un rostro con arrugas de máscara. Más abajo una mano sin temblor sosteniendo un arma.

Sus dedos en el bolsillo tantean la navaja. Esta vez la agarra con fuerza, la saca. La sopesa mirándola, y mientras la mira deja que resbale de su mano; disfruta escuchando su sonido hueco al rebotar contra el piso.

Descubre que sigue creyendo en el destino, ha encontrado a la persona justa, y avanza.