El karma de Los Pumas se vuelve calamidad si solo contaran las estadísticas. Influye un poco de todo. Un retroceso en varias facetas del juego. La vara muy alta de un torneo contra tres potencias mundiales en seis participaciones consecutivas. Un rugby todavía en desarrollo pese a sus esforzados y no bien asimilados pasos hacia el profesionalismo. La veda para los jugadores que compiten en Europa es el ejemplo más claro. Varios podrían integrar el plantel que hasta fin de año dirigirá Daniel Hourcade, porque después no se sabe (su contrato con la UAR vence en diciembre). Pero ya lo dijo el presidente de la unión, Carlos Araujo. Sólo podrán sumarse en el Mundial de Japón 2019, no antes. O sea, una apertura a medias. Afecta a refuerzos claves como Facundo Isa –el mejor de la temporada 2016 en la selección nacional y en Jaguares–, Juan Imhoff y Juan Figallo, por mencionar tan solo a tres. El cuadro se completa con el dilema de aferrarse al sistema que plantea el entrenador o cambiarlo. La duda está instalada. Se profundizará después de las últimas diecisiete derrotas en veinte partidos, incluidas las seis del torneo que finalizó el sábado.
Un balance realista debe hacerse sobre el rendimiento en el torneo más importante que juegan Los Pumas: el Rugby Championship. Si se miran los números supone un claro retroceso. Por las seis derrotas en igual cantidad de partidos. El equipo parece acostumbrado a perder. Veinte puntos de diferencia le sacaron Nueva Zelanda, Australia y Sudáfrica en promedio. Pero además es preocupante el marcado declive en varias facetas del juego. El quiebre en los segundos tiempos por el motivo que fuere: desconcentración, falta de definición en las situaciones propicias, merma física. Resultó evidente en New Plymouth y Canberra contra los All Blacks y los Wallabies respectivamente. Los Pumas ganaban en forma apretada al terminar los primeros 40 minutos. Desbarrancaron en la última parte. Los pasaron por arriba. Algo semejante ocurrió el sábado en Mendoza (después de un empate en los primeros 40 minutos) en la revancha con los australianos.
El único partido en que esa ecuación se dio al revés fue con el mejor equipo de la historia en Vélez. Después de irse al descanso 29 a 3 abajo (con presagio de terminar en resultado por paliza), en los 40 minutos finales hubo empate en siete puntos, con un try convertido por lado. No cuenta tanto este detalle porque los All Blacks ya eran campeones y se distendieron en la última parte. Están un escalón más arriba del resto y de la Argentina dos. Son como la selección NBA de los Estados Unidos en los mundiales de básquetbol. Por ahora es una quimera ganarles. Primero estuvo cerca Australia que casi le dio vuelta un partido de arremetida. Y Sudáfrica perdió por apenas un punto en el cierre del Rugby Championship.
La otra vara alta con que se mide el desempeño de Los Pumas quedó clavada hace dos años en el Mundial de Inglaterra. El cuarto puesto en el torneo suponía que los resultados evolucionarían empujados por el nivel de juego. Cuando finalizó la Copa, Argentina estaba muy bien ubicada en el ranking de cara a la cita en Japón. Incluso había quedado en el 4° lugar después de ganarle con holgura a Irlanda en los cuartos de final (43 a 20). Hoy el seleccionado se ubica en el 10° puesto. Fue bajando tras las sucesivas caídas en la ventana de partidos de junio. El resultado es elocuente: quedó incluido en el grupo más difícil y parejo del próximo Mundial: lo jugará con Inglaterra y Francia, el último campeón del torneo Seis Naciones y el tercero, aunque igualó la posición con Irlanda (2°) y Escocia (4°) que se definió por diferencia de tantos. Dos seleccionados de menos peso completarán la misma zona.
El torneo europeo más fuerte está por debajo del Rugby Championship, y si ése fuera un pequeño consuelo, no vale tomarlo en cuenta. Un detalle estadístico: Argentina marcó diez tries, dos más que Francia y Gales en la edición 2017 y cuatro más que los seis de Italia, acostumbrado a salir último en el Seis Naciones.
Pero deben analizarse más las facetas del juego propio como el scrum. Un baluarte Puma de otras épocas, un déficit de su floja actualidad. En el certamen del Hemisferio Sur que los All Blacks ganaron una fecha antes del final, Argentina fue el peor en la obtención de esa formación fija. No así en el line, donde quedó segundo, detrás de Nueva Zelanda, que lideró en todos los aspectos del juego.
En el tackle, otro emblema de la defensa Puma en partidos memorables, está muy por debajo de lo que indica su historia. Las estadísticas de la Sanzar que organiza el Rugby Championship son infalibles. La selección ocupó el último lugar. Al revés, lideró la tabla de posiciones de la indisciplina. Recibió seis amonestaciones por encima de Nueva Zelanda, Sudáfrica y Australia. Su segunda línea Tomás Lavanini fue el jugador que quedó más expuesto con las tarjetas amarillas. Incluso fue expulsado por doble amonestación en el partido contra Sudáfrica en Salta.
En un deporte donde no suele haber declaraciones estridentes, se respetan los procesos y los entrenadores cumplen su rol sin demasiados sobresaltos, el ciclo de Hourcade al frente de Los Pumas entró en zona de turbulencia. Pese a ello se escuchan voces en defensa del sistema. El mismo que al comienzo despertó elogios por su audacia y el salto de calidad hacia un rugby de quince hombres y no limitado al protagonismo de los fowards. El antecedente más cercano fue aquel gran partido contra Irlanda del 2015. Es la referencia más notable para tomar en cuenta. Nueva Zelanda juega a otra cosa y no es equiparable con ningún rival. Australia y Sudáfrica son más accesibles si Argentina recuperara su nivel de hace dos años. La crisis de malos resultados no debería tapar el bosque. Si Los Pumas pierden más seguido y eso ahora es mucho más visible, es porque también juegan todos los años contra los mejores del mundo. ¿Acaso no se pedía la competencia con la elite del rugby hace poco más de seis años? Ese es el espejo en el que ahora se mira Argentina. No era tan sencillo como se pensaba. Ninguna potencia regala nada.