En producción conjunta entre Francia, Suiza y la Argentina, con la intervención de 23 actores locales y dirección del francés Laurent Berger, en el teatro Cervantes, mañana a las 20 tendrá lugar otra de las propuestas fuertes del FIBA. Se trata de Shakespeare Material o, más lacónicamente, 38 SM, un recorrido experimental que enlaza las 38 obras firmadas por el autor isabelino, distribuidas en seis bloques de 3 horas de duración cada uno (ver aparte), los cuales se ofrecerán en forma independiente. Una de las particularidades del montaje express realizado (hubo solamente dos meses de ensayo) es lo transdisciplinario de la propuesta, ya que entre los lenguajes expresivos empeñados se destacan la performance, la creación audiovisual, la danza teatro y la música. No obstante el gran trabajo de adaptación, viendo los seis episodios se puede observar, según precisa el director, el acopio de experiencia y el crecimiento de Shakespeare como dramaturgo, dado que las obras fueron ordenadas según su año de escritura.
Formado en matemática y física, Berger comenzó a incursionar en forma autodidacta en la dirección de actores, tomando a Shakespeare como disparador de sus experiencias escénicas en base a que sus obras son las más elegidas por los directores de diversos orígenes para realizar sus puestas. En la actualidad, Berger tiene un espacio de experimentación en el Centro Dramático Nacional de Montpellier que dirige el argentino Rodrigo García. “Es fundamental experimentar sin la presión de los resultados”, sostuvo en la charla que ofreció el viernes en el marco del 2º Congreso Internacional de Artes, sobre la obra que viene a presentar, la cual cuenta con la colaboración de la Universidad Nacional de las Artes (UNA) y la Escuela Metropolitana de Arte Dramático (EMAD), instituciones de donde provienen 15 actores del elenco que completan Guillermo Arengo, Carlos Cano, Paloma Contreras, Gaby Ferrero, Stella Galazzi, Iván Moschner, Santiago Pedrero y Luciano Suardi.
En base a su disertación, se puede definir el sentido de la propuesta de Berger con estas palabras: “Para revitalizar el arte actual, un buen punto de partida es enfrentarse a una herencia artística”. Tras quince años de estudiar la obra de Shakespeare y los montajes que de ellas se realizaron, Berger decidió ir más allá de los criterios historicistas, arqueológicos y supuestamente fieles al autor, tendencias estas que hicieron de las puestas de Shakespeare un cúmulo de lugares comunes. “Así como se extinguieron los dinosaurios, Racine y Corneille o Musset –afirmó Berger—, así también podría extinguirse Shakespeare si no se reactivan los lenguajes con los cuales se lo pone en escena”, afirmó. Y también enumeró los aportes que en ese sentido brindan la performance, la danza y la música en su intento de hibridación estética, en consonancia con “el cambio neuronal que experimentan los jóvenes que nacieron con un celular en la mano”, según graficó el director. De todos modos, Berger advierte que “Shakespeare es más resistente que otros autores porque en sus obras la mentira y la ambición permanecen igualmente actuales”.
Para realizar las versiones de las 38 piezas, Berger dice haberlas abordado desde sus aspectos míticos: “Obras como Hamlet están en el imaginario de millones de personas que ni siquiera la leyeron”, sostiene. Es por esto que son textos que existen más allá de la literatura dramática y, según el director, “permiten la insolencia de rendirles un homenaje aún destruyéndolas, porque bajo cualquier forma esas obras muestran su grandeza”. Así, entonces, en cada obra Berger buscó “una vibración actoral, plástica y sonora que las diferencie, evitando crear una misma metodología para cada una”. Según cree, este proyecto “es un lugar de resistencia, una aventura intelectual que mueve los límites del teatro, de su propio funcionamiento”.
Ante la pregunta de este diario acerca de las razones por las cuales afirma que “es una gran mentira que Shakespeare es nuestro contemporáneo”, Berger explicó que durante años los directores realizaron sus montajes convencidos de que los textos de Shakespeare tenían una gran contemporaneidad, lo cual no hizo más que volverlos artísticamente pasivos, replicando un formato en desuso. “La representación de esos rasgos antiguos nos hizo esclavos”, afirmó el director, “cuando las obras de Shakespeare tienen un potencial impresionante de actualización”.