Un agente del FBI sigue el protocolo durante una mediación con toma de rehenes. Es empático y firme, negociador y sensible. En esa noche de 1978, el conflicto se resolverá (incomprensiblemente) bien acorde a los parámetros de la institución: el reo se volará la cabeza de un escopetazo y no habrá que sufrir ninguna otra baja. ¿Cuál es el motivo entonces para que el mediador sea relegado a dar charlas para el buró? Puntapié para que Holden Ford indague sobre las motivaciones de los delincuentes. Los diez episodios de Mindhunter (cuyo estreno será el próximo viernes por Netflix) se inmiscuyen en ese rico terreno que bordea el thriller. Porque, más que la resolución de un caso, lo que la entrega propone es un tour por las psique violenta de los ‘70 en los Estados Unidos.
Además del agente con aspecto de mormón (interpretado por Jonathan Groff), está el grandulón de la vieja guardia, Bill Tench (Holt McCallany). Uno tiene como hobby entrevistar a asesinos en la cárcel; el otro solo quiere hacer su trabajo y aprovechar sus momentos libres para jugar al golf. Los dos son parte de una institución que nació como respuesta a John Dillinger y ahora se encuentra con homicidas de un nuevo tipo. En un recorrido diferente al propuesto por ficciones como Hannibal, Dexter o CSI, este policial, antes que regodearse visualmente con el horror de los asesinatos, trata de comprender su origen. Justamente, el interés de Mindhunter es la transición de una era a otra. “Parece que ya no sabemos qué moviliza a la gente a matar”, “el crimen cambió”, dictamina con su rostro infranqueable Ford, quien presume que el contexto condiciona al individuo. El foco de la entrega son las charlas con los asesinos seriales (algunos basados en casos reales), incluso antes de que existiese esa terminología. La serie está ambientada en el ocaso de ese período que incluyó al asesinato de JFK, Watergate, Vietnam y la masacre en la Universidad de Kent. Todos hechos explicitados durante el piloto y que cobijaron a homicidas como los icónicos Hijo de Sam o Charles Manson.
“¿Esto es una respuesta al caos?”, inquiere Ford. “¿Cómo nos adelantamos a los locos si no sabemos cómo piensan los locos?”, dice en algún momento del segundo episodio Tench, y recién entonces la serie abandona su cinta de Moebius de ciento veinte minutos dirigidos por David Fincher. El realizador, que es uno de los productores del envío, amalgama aquí dos de sus trabajos más aclamados en el cine: Seven y Zodiac. Las marcas temáticas (los asesinatos enigmáticos); de coyuntura (los ‘70); estilísticas (la narrativa alejada del vértigo; los planos largos; la fotografía teñida de una suciedad brillante) y de género (el noir como fondo más que lógica). A su vez, el uso de la música (Steve Miller Band, la disco y 10 CC) marca el pulso de época pero también de mensajes más o menos encriptados. ¿Un ejemplo? Suena Talking Heads mientras David Byrne, como Ford y Tench, se pregunta eso de qué es un asesino psicótico. También puede aparecer un humor inesperado (y no siempre fructífero), producto de la fórmula de pareja dispareja. Al igual que en House of Cards, Fincher quiso marcar el tono que luego seguirán otros como Tobias Lindholm (La cacería), Andrew Douglas (Terror en Amityville) y el documentalista Asif Kapadia (Amy y Senna).
Mindhunter se pasea, y con gusto, en la biblioteca pop de antaño. Hay referencias a series como Starsky y Hutch y al film Tarde de perros, que el mismo protagonista utiliza en sus clases. Más allá del homenaje, ese corpus audiovisual copula con el objeto de estudio y la cabeza de los propios asesinos. Por momentos, la ficción abruma con sus menciones a los estudios de Lombroso y los conceptos de Durkheim, como si rindiera examen. Por suerte, recalcula el camino antes de volverse jactanciosa. “¿Qué significa el palo en el culo de una madre soltera?”, reprenderá un viejo zorro de la policía ante tanta deriva intelectual de Ford. Logra su objetivo, entonces, cuando abona lo sensorial, en esos pasajes que se sumerge en lo incierto, en su presunción del odio manifiesto contra las mujeres de esos hombres blancos adultos de mediana edad. En ese machismo latente e inconcebible, incluso, para la dupla protagónica.
La serie está basada en un libro de no ficción sobre los dos agentes que renovaron las técnicas para desarrollar perfiles criminales. “Tenés a estos dos tipos entrevistando a los peores maniáticos y homicidas que podés encontrar. Ellos fueron los que iniciaron el estudio estadístico sobre los criminales psicosexuales. Es el final del secretismo de la era Hoover para el FBI. En todo el mundo se toma nota de los matices de la psicología y de su complejidad. Dejó de ser “atrapar a los tipos malos” para comprender mejor las epidemias criminales”, explicó Joe Penhall, su productor ejecutivo. Dicho de otra forma, Mindhunter es lo que sucedió antes de que Clarice Sterling visitara al Dr. Lecter.