Te acordás de una noche en que venían resbalando por una ladera nevada. Te agarrás de tus padres. Allá abajo está Intra. Ese es uno de tus primeros recuerdos. También, la guerra. En esos días falta harina, falta azúcar y lo único que sobra son angustias. Mandan los fascistas. En la noche los partisanos bajan de la montaña. Se oyen los tiros. A veces muy cerca. Tu madre tira los colchones en el piso. Las balas pegan en las paredes. En la mañana pueden verse los impactos. Los pibes se levantan temprano para juntar las cápsulas, las coleccionan. A las seis de la tarde empieza el toque de queda. Tu padre sale de la fábrica a las ocho. A veces tiene turno hasta las tres de la madrugada. Sus compañeros se quedan a dormir en la fábrica. Tu padre, no. Vuelve esquivando los tiros. No le importan. Cualquiera puede pensar que es un valiente, uno que se arriesga por la resistencia. Pero no. Es un montañés tozudo. Su única razón es que quiere dormir en su cama. Estoy en mi derecho, dice. Los aliados desembarcan en el sur. Los nazis se retiran. Por cada caído fusilan a diez de nosotros. Hay un bombardeo. El blanco es una fábrica. Pero las bombas caen en una casa grande donde se alojan obreros. Tenías seis años cuando fue el fusilamiento de los cuarenta y dos. Así se los recuerda en Intra: los cuarenta y dos. Amigos, maridos, hermanos, hijos. Muchos, amigos de tu padre. Los arrastraron al bosque, los fusilaron. El llanto de las mujeres, esposas, novias, hermanas, madres. Te acordás del fusilamiento. Tu madre te cubre los ojos con sus manos. Pero podés ver entre sus dedos. Sin embargo, no eran cuarenta y dos. Fueron cuarenta y tres. Hubo uno que cayó debajo de los otros y sobrevivió. Lo llamaban el cuarenta y tres. Vagaba por ahí, hablando dolo. Quedó loco. Sin memoria.
* Fragmento de Antonio (Seix Barral).