Santiago Maldonado sigue desaparecido y Gendarmería se investiga a sí misma, mientras el ministro de Justicia renueva ataques a la procuradora general. La cantidad de “anuncios” mentirosos que hace el gobierno serían graciosísimos sino fueran pantallas para la corrupción generalizada. El territorio nacional se vende metro a metro a millonarios y empresas, la mayoría extranjeras, y se sigue ocultando la privatización de la Salud Pública. La censura y la persecución a la prensa están desatadas, y las revelaciones de Horacio Verbitsky y otros colegas producen verborreas presidenciales que parecen brotar del cerebro de un pato.
En ese contexto quienes hoy gobiernan se ilusionan con acabar de una vez con el Peronismo, al que creen agonizante. La Nación lleva semanas publicando notas e “informes” sobre una supuesta “crisis terminal”, y algunos incluso dan cátedra sobre Peronismo, como el Sr. Reato, que sentencia: “El peronismo termina con la muerte de Néstor”.
En realidad parecen referirse al PJ, que siempre ha estado en crisis porque ésa es la esencia de todo aparato partidario. Aunque es cierto que hoy el PJ, con el massismo y el randazzismo escindidos, ofrece al gobierno y a la derecha oligárquica la ilusión de un final. Que no excluye, en algunas cabezas calientes, la fantasía de un “peronismo macrista”, perfecto oxímoron si los hay.
Lo cierto es que todo debate sobre el futuro incierto del peronismo lo revitaliza y recoloca en el centro del escenario, vivo y siempre amenazante para las derechas, la oligarquía y el neoliberalismo hoy a la moda. Ahora se ilusionan con una presunta derrota K el 22 de octubre, que anticipan mediáticamente cantando victoria antes de tiempo, llevados por sus deseos y un montón de encuestas truchas que consisten en llamar a 400 o 500 teléfonos fijos, lo que no refleja el pensamiento de la ciudadanía más que para el periodismo oficialista. Y todo ello como parte del fraude-show que seguramente volverán a hacer.
La para ellos ansiada muerte política de Cristina y el kirchnerismo se montan, es obvio, sobre oportunismos como el del Sr. Pichetto y otros pejotistas que fueron primero menemistas y luego sumisos K hasta que les cambió el viento. A eso los mentimedios lo llaman “crisis de liderazgo”, para augurar la muerte del movimiento nacional y popular que bien o mal (y muchas veces más mal que bien, es verdad) lleva 72 años determinando la política argentina.
Olvidan, como tantas veces, que el peronismo –ese “hecho maldito del país burgués” al decir de John William Cooke– se recuperó siempre para volver al poder. Así fue en los años 50, 70 y 90 del siglo pasado, y en la primera parte de éste, mientras la oligarquía soñaba, como siempre sueña, con enterrar al monstruo y así les va y nos va, porque la inmensa mayoría de las desdichas argentinas no se debieron al peronismo (independientemente de sus torpezas y dislates) sino al espíritu bestial de la derecha local, que hoy gobierna.
En el peronismo siempre hubo más diferencias entre sus dirigentes que en el favor popular, y ése es otro hecho esencial que el oficialismo ignora o soslaya. Perón, Isabel, Menem, Duhalde, Néstor y Cristina ejercieron liderazgos, algunos repugnantes, pero cumpliendo siempre lo que para el peronismo es dogma: el que lidera, conduce. Cuestionable apotegma, claro, pero no por eso acabado.
Las PASO demostraron que el peronismo unido sigue siendo clara mayoría, pero también que la competencia entre líderes peronistas, sonrientes en superficie y dándose patadas bajo la mesa, es letal. Pero así es la historia, no sólo del peronismo sino de la política en todo el mundo y todos los tiempos. También les va a pasar a los neoliberales, estén mucho o poco tiempo en la Rosada.
Ideológicamente flojos, porque su lógica es financiera y empresarial, en Cambiemos se apoyan sin embargo en patas muy fuertes: su poder de mentira y negacionismo es descomunal y seguramente es hoy el principal enemigo de la soberanía y el bienestar colectivo. Por eso apuestan a todo o nada y se ilusionan con la muerte del peronismo cacareando que los desabridos Bullrich y González vencerán a CFK y que el país entero se volcará al macrismo. Pero como aquí nadie tiene la bola de cristal para saber qué va a pasar, es dable considerar que, como está hoy la Argentina, la crisis actual del peronismo no autorizaría tanto optimismo de los funebreros que escriben columnas en la prensa oficialista.
Y además no es novedad que el PJ está dividido. Es un clásico que dirigentes provinciales, gobernadores y munícipes se recuesten a la sombra de líderes que garantizan votos. Cero ideología, practican un oportunismo vulgar, pero ese ADN no es sólo peronista: está en la historia de todos los partidos y corrientes.
Más serio parece considerar que las bases sí han cambiado. Hoy hay mayores diferencias entre trabajadores formales, informales y desocupados, y esas divisiones son desiguales en todo el país. La complejidad de esta nación es mucho mayor que la que piensan los que no lo recorren, o sea los que no lo conocen. Ni las pequeñas burguesías provincianas son igual de conservadoras en todas las provincias, ni las alianzas provinciales se comportan de un mismo modo. Nada es igual en las desigualdades, y ése es un rasgo típico de este tiempo y del peronismo, guste o no: su complejidad, su índole caleidoscópica, su adaptabilidad a los cambios son fenomenales. Y puede arriesgarse que acaso eso se debe a la esencia populista, que no es una maldición como suponen algunos cráneos sino una fenomenal coincidencia de clases e intereses que nunca mueren y que se llaman justicia social, soberanía política e independencia económica. O sea, peronismo.
Y del otro lado de la hoy llamada “grieta” está la oligarquía con su inconsciente vocación virreinal, su anhelo de vivir colonizada, y su prensa y su tele canallas. Nada nuevo. Mientras el peronismo, junto con el radicalismo, el socialismo y las izquierdas sensatas y honestas siguen siendo esa masa amorfa e inclasificable que llamamos campo nacional y popular. Y que siempre vuelve, como las cuatro estaciones, gozando de buena salud.