Una vez, en cuarto año del Don Orione, con Pity Álvarez decidimos formar una pandilla. Y queríamos elegir a los compañeros más copados, según nuestros caprichosos criterios, para que ingresaran a la LBA (la banda). Durante varios días, hicimos una lista donde anotamos las características y personalidades de los candidatos. Incluso llegamos a hacer entrevistas con preguntas, por un lado de tipo realista, como “¿alguna vez te encontraste plata en la calle?”, “¿le hacés los mandados a tu mamá?, “¿qué frases escribiste en tu regla T?”; y, por otro lado, preguntas de tipo fantástico, como: “si vinieran los extraterrestres, preferirías irte con ellos o quedarte en la Tierra?”, “¿soñaste alguna vez con un muerto?”, “¿cuántas vidas tuviste antes que ésta?” Finalmente, después de mucho debate, elegimos al Turro y a Calchi (de Piedrabuena), al Pulpo (de Liniers) y a las Urracas (hermanos mellizos de Lugano 1 y 2). También, fue propuesto Munra, aunque no pudimos aceptarlo totalmente porque nunca le pusieron amonestaciones.

Ese mismo año, los preceptores y el profesor de Gimnasia organizaron un campeonato de vóley para todo el colegio. A nosotros nos gustaba jugar a la pelota, así que al principio no le dimos mucha bola. Nuestros compañeros trataron de integrarse a buenos equipos y pronto la grilla estuvo casi completa. Cuando faltaba un par de días para que terminara la inscripción, Pity y yo seguíamos sin equipo. No me acuerdo si fue en un primer recreo, o en un segundo recreo, cuando tuvimos una revelación: al revés de lo que habíamos hecho con la LBA, ahora teníamos que formar un equipo de vóley sin elegir, con los pocos jugadores sueltos que quedaban. Entonces, notamos que los que todavía estaban disponibles eran los discriminados: el gordo, el puto, el traga, el hombre mugre y el enano deforme. Nuestra alegría fue inmediata: ¡se nos presentaba la oportunidad de armar el peor equipo del mundo! Teníamos que ponernos un nombre, y no me acuerdo a quién se le ocurrió, pero en un momento salió: ALPI, ¡ALPI boys! ALPI, por Asociación Lucha contra la Parálisis Infantil. Nos reímos hasta llorar, nos reímos con esas risas tontas de los púberes.

Pronto, toda la escuela se enteró de la noticia y cuando empezó el campeonato sucedió algo increíble. Al principio, se burlaban, pero la idea prendió tanto que las cargadas cambiaron por aliento. Cada vez que jugábamos, se reunían los pibes de todas las divisiones para cantar: “¡Aalpii booys, aaalpii boooys, vaamooos aalpii boooys!” Y el equipo tuvo grandeza. Porque aunque no ganamos ningún partido, la garra que pusimos conmovió a todos. Éramos los espartanos del racismo y la burla, seis monstruos heroicos que amó toda la escuela. 

Después de que terminó el campeonato, con Pity nos empezamos a ratear compulsivamente. En una de aquellas mañanas, su abuela nos preparó el desayuno: café con leche y unos panes con manteca. Y escuchamos música. En un momento puso un cassette grabado de los Stones con otro músico que yo, con mis 16 años, escuchaba por primera vez. Muddy te presento a Chorza; Chorza te presento a Muddy, ¡el rey del blues! Las calaveras de mono con lamparitas de un volt y medio en los ojos que Pity tenía conectadas al sonido de su pieza, hecho con un pasacasete robado de un auto y un par de parlantes, empezaron a titilar como ojos del demonio. Ahora, mil años después, me encuentro en YouTube con unos videos de Muddy Waters invitando a los –todavía jóvenes– Rolling Stones a subir al escenario. Por la descripción me enteré de que el pasado 22 de noviembre se cumplieron 35 años de esa noche en Chicago, dos años antes de la muerte de Muddy. Y me pregunto si será ese recital el que escuchamos con Pity en su pieza aquella mañana después de escaparnos en el primer recreo. Capaz que sí; ojalá, porque al escuchar esto ahora me vino el recuerdo. No sé cuánto nos quedamos en su casa; a veces yo me volvía a Villa Celina, a veces volvíamos a la escuela, saltando de nuevo el paredón en el segundo recreo, para que no se dieran cuenta los preceptores en el conteo final (que empezaron a hacer justamente por nuestras rateadas). Era nuestra adolescencia y cantábamos canciones como “Mannish Boy” sin entender la letra en inglés que decía cosas como “soy un hombre, no un niño, un hombre, una piedra rodante, sentado fuera, solos yo y mi colega”. Mucho tiempo después, Pity dijo en una entrevista: “Me gusta más Muddy Waters que el rock and roll. Antes de decir mamá, dije Muddy Waters!”.

Corría 1988. Nos rateábamos tanto que empezaron a descubrirnos y llegamos a tener 20 amonestaciones cada uno. Si me llegaban a echar, mi viejo iba a darme la paliza de mi vida. Por suerte, zafé; en cambio Pity no, porque se mandó una de las suyas y le pusieron 5 más, llegando a las 25. Con tristeza, nos despedimos en el último de sus días. No me acuerdo si fue en un primer recreo o en un segundo recreo. 

Al año siguiente, nacería Viejas Locas. Entonces vinieron las anécdotas fuera del colegio, los primeros recitales en la calle, las peleas, las tardes y las noches, lejos, lejos ya, de aquellos turnos mañana de los que siempre quisimos escapar.