“Los militares me persiguieron por periodista, estoy seguro, pero me condenaron también como escritor”, le dice Antonio Di Benedetto a Miguel Briante en una entrevista, mejor dicho una conversación, realizada en un bar de la Avenida de Mayo y publicada a los pocos días en el diario Tiempo Argentino. Era 1984. El autor de Zama estaba de regreso a la Argentina, después de su ensombrecido exilio europeo. Por primera vez se instalaba en Buenos Aires, lejos de su querida Mendoza: un lugar que le resultó inhabitable –parafraseando a Pavese– porque allí había sido feliz. La entrevista está incluída en Escritos periodísticos; un libro ancho y variado, curado por la profesora Liliana Reales, que reúne los textos que Di Benedetto publicó en diferentes medios, desde la década del 40 hasta su muerte. Un libro que, por su recorrido cronológico, estético, ético y político, puede leerse como una especie de autobiografía involuntaria o de cartografía sensible, de uno de los escritores más trascendentes de nuestra literatura.

Al igual que en su obra literaria, en el comienzo hay animales. El primer artículo que escribe un jovencísimo Di Benedetto es sobre el zoológico de Mendoza. Luego le siguen otras estampas de la provincia, como una crónica sobre los recovecos de la ciudad o un perfil orillero sobre el actor Juan Bono. Sin embargo, el punto de quiebre, el comienzo de la faena, ocurre en otra provincia, en San Juan, cuando es enviado para cubrir el terremoto de 1944. En una serie de crónicas que no llevan su firma pero sí su mirada fragmentada y su palabra justa, cuenta –entre otras cosas– que “al tropezar con los cadáveres que parecían multiplicarse en su camino, comprendía la necesidad de ejercer acabadamente su función de informador de quienes eran esos muertos”. En ese gesto, Di Benedetto empieza a construir una ética periodística, una manera de ejercer el oficio que iba a desarrollar por distintos medios gráficos; en especial en el diario mendocino Los Andes, del que fue subdirector pero en lo formal ejerció como director. En otras palabras, Di Benedetto consideraba al periodismo como una función social (“Somos una especie de pequeños héroes miserables al servicio de los demás”), más cercana a la asistencia que al pensamiento intelectual, más ligado a “la información fría” –en palabras de su amigo y colega Rodolfo Braceli, en uno de los textos más hondos del libro– que a la opinión e interpretación en caliente de los hechos.

La literatura de Di Benedetto tiene la particularidad de ser diferente entre sí, como si el autor en cada libro estuviese buscando o ensayando una voz nueva, como se percibe en la distancia estilística que hay entre la muy elaborada Zama y la más llana –pero no menos genial– El silenciero; o en la innovación de sus cuentos, en particular en el volumen El cariño de los tontos, uno de sus libros cumbre. En sus textos periodísticos también se observa tal variación y, sobre todo, la intención de tensar las formas hasta transformarlas o al menos intentarlo. Por un lado, el más visible, sorprende la variedad de temas y escenarios sobre los que escribió con destreza. Sea cubriendo festivales de cine como crítico y cronista (la narración del camino a Cannes se puede leer cien veces); apuntando los modos de vida europeos que enviaba desde Londres o París aprovechando sus estadías de becado (hay una muy buena trilogía londinense); o como corresponsal de política internacional, tanto en la vecina Chile pre-Allende, como cubriendo el golpe de Estado del general Barrientos, en donde Di Benedetto parte del desconocimiento total de las relaciones de fuerza de Bolivia y, mediante el oficio de periodista, va armando una noción singular de los sucesos. 

En lo propio de la escritura de Di Benedetto, como en su prosa literaria, brilla la sintaxis trabajada, el laconismo de sus frases, el retrato de los gestos de las personas/personajes, el montaje cinematográfico de las escenas que trama en las notas. A la vez, en las entrevistas es en donde quiebra las convenciones del género, alterando la relación ontológica entre entrevistado y entrevistador. Allí le entrega el texto al yo del entrevistado, borrando su voz, ocultando su presencia –con la humildad que lo caracterizaba– detrás de un interés genuino por el otro. Sucede en la entrevista que le hace a su admirado Borges, en el relato con el Nobel de literatura Agnon en Jerusalén, o en los encuentros afectuosos con Cortázar. Para Di Benedetto las entrevistas parecen ser eso, una posibilidad de encuentro, de charla entre pares, un paréntesis en donde se purgan los demonios que crecen en soledad. 

Di Benedetto fue uno de los primeros detenidos en la ciudad de Mendoza por la dictadura cívica-militar, a las pocas horas de haber tomado el poder. Lo secuestraron en el edificio donde funcionaba el diario Los Andes y estuvo en cautiverio hasta el 3 de septiembre de 1977 en una celda platense. Nunca tuvo una idea acabada de los motivos de su detención y, menos, de la saña que tuvieron con su cuerpo. Di Benedetto no era un intelectual sartreano ni ejercía el periodismo de un modo militante. Si bien tenía un pasado socialista, él no se sentía ni actuaba de un modo orgánico al partido (su mayor vínculo, investiga Reales, era por medio de su mujer Luz Bono). En todo caso, como dice en varias de las entrevistas que cierran el libro, su modo de ejercer el periodismo no causó simpatía a los militares, por algunas cuestiones que escribió y ordenó publicar. La periodista Natalia Gelós, cuenta en Antonio Di Benedetto: Periodista (un libro que enriquece la lectura de Escritos periodísticos), que el autor de Los suicidas pudo haber sido señalado tras publicar en Los Andes varias notas que salvaron a militantes políticos o tras denunciar acciones de la Triple A, y que su formación republicana y democrática no admitían.

Los años de prisión y de exilio marcaron un antes y después en la vida de Di Benedetto y, claro, también en su trabajo como periodista. De un lado quedaron sus años más vitales y del otro los más oscuros, en donde pese a su largo recorrido tuvo que volver a trabajar como colaborador, sin un salario fijo ni un lugar de pertenencia. En sus últimos años ya no lo movía el interés ni la pasión por el oficio. En lo profundo sentía una aversión, un rechazo, por las zonas horrorosas que lo había hecho transitar. En una entrevista, dice “uno de los propósitos que me hice fue no volver nunca al periodismo. La realidad posterior me mostró que necesitaba volver a trabajar en el periodismo ya que la literatura no me daba para vivir”. 

Escritos periodísticos, Antonio Di Benedetto, Adriana Hidalgo, 594 páginas