Al entrar al quinto piso del Espacio de Arte de la Fundación Osde (Oroño, 973, Rosario), el espectador se encuentra con una escena hiperrealista: un anciano moribundo hiperconectado a las máquinas que mantienen su cuerpo funcionando. Las máquinas son reales y el anciano es una escultura expresionista. No estamos visitando a un enfermo en terapia intensiva sino contemplando una instalación de Guillermo Forchino. Pero el grado de mímesis es extremo y la denuncia es eficaz.
No suele verse últimamente en Rosario una muestra como esta, cuyos artistas conjugan la sabiduría y la elegancia del oficio con el compromiso social. La mirada negada es una tesis visual y sonora sobre los derechos humanos. Explora la realidad, reuniendo obras de cinco rosarinos, algunos residentes en el extranjero: Forchino, María Alicia Vicari, Ruperto Fernández Bonina, Mario Alberto Laus y Marcelo Castaño. Fueron ellos quienes convocaron como curador a Edgardo Donoso, quien abordó el discurso curatorial desde la estética modal.
La estética modal piensa los modos de relación mediante las categorías de repertorios, disposiciones y paisajes. Repertorio es la virtuosa formación plástica de estos artistas, que disponen de ese saber hacer a través de investigación documental en el territorio. Y un cierto paisaje, en lo que va del siglo, viene expulsando de los circuitos instituidos a un arte de tal espesor semántico y sensible.
Mario Laus eligió cuatro de entre más de 600 fotos que integran su ensayo fotográfico sobre un motín carcelario sucedido en 2004. En una, una pila de cadáveres está tapada por un cubrecamas estampado con un motivo animal print. El dato estético del motivo animal print le pone coto al horror absoluto de las manos y pies que emergen por los bordes. El sentido de estos hechos (muertes producidas por el Estado) es reforzado por las obras de sus compañeros. Otro de sus proyectos fotográficos implicó la reconstrucción colectiva de la posibilidad de una foto familiar actual para cada preso, sobre un telón amarillo que vela el trasfondo de encierro y unifica las escenas. El montaje de la selección es simétrico; tiene algo de retablo. Una acertada decisión de montaje colocó en el fondo de un pasillo una vista del ingreso a la cárcel; una vez más, nos parece estar adentrándonos en una institución total. Otra foto denuncia las condiciones de existencia en la cárcel de mujeres: moho negro en primer plano y un rostro casi invisible.
Ruperto Fernández Bonina integró la vanguardia artística rosarina en los años '60. Su instalación No está aquí... (2017) articula un símbolo de aquella época (la lamparita desnuda que utilizaron tanto Noemí Escandell como Juan Pablo Renzi) con una pregunta candente de este momento. Un rastro de sangre sobre fondo blanco (que parece continuarse con una de las fotos del motín tomadas por Laus) interpela un muro negro donde el público, armado de tizas, fue respondiendo o interrogando la propuesta: "¿Quién es el otro?". La pregunta‑consigna: "¿Dónde está Santiago Maldonado?" se mezcla con reflexiones, ocurrencias y citas. La escena es la de la enseñanza y la de la protesta, representada en el audio de la instalación por voces de manifestantes ahogadas entre las sirenas de la represión policial.
Ese collage sonoro se mezcla con el de discursos de asunción presidencial, himno nacional y marchas solemnes que ideó Forchino como sonido irónico para Proceso de destrucción de la clase media, un video de menos de 5 minutos que realizó a lo largo de cinco años, de 2002 a 2007. Cada plano es una alegoría perfecta, que pone en imagen el dicho popular de "y mientras tanto a nosotros nos comen las ratas".
La alegoría se combina con la parodia y la sátira en el mural de dibujos de Marcelo Castaño, La creación de una nueva Argentina. Aludiendo con belleza y conocimiento de la anatomía al fresco de Miguel Angel para el techo de la Capilla Sixtina, Castaño ubica al diablo en el sitial de Dios y a la justicia corrupta en el de Adán. Una serie de graffiti tapados deja entrever los nombres de escándalos.
En medio de un ambiente de época donde el arte se adelgaza hasta fundirse con el diseño, estos artistas prefieren arriesgarse a emplear materiales del ámbito de la comunicación. María Alicia Vicari recortó fotos de los recordatorios de los desaparecidos en Rosario por la dictadura de 1976 a 1983 y las trama en un denso empaste sepia de gran riqueza pictórica, una superficie sensual que contrasta con las cruces (¿o las miras?) puestas sobre los ojos y el título: Última mirada.
También las estrategias provienen de la comunicación en otra obra de Vicari, una videoinstalación que resume cuatro décadas en instantes.
"El trabajador del arte es un cronista de su época", escribe Fernández Bonina al comienzo de una de sus caligráficas pintadas sobre un muro blanco de la sala. En la exposición predominan el negro, el rojo, el blanco y diversos matices del oro y el plateado: colores de alquimista, indicios de una mirada estetizante sobre la realidad pero que por eso mismo vuelve contemplable aquello que nadie quiere ver.