Cuando tenía tan solo cuatro años, Dolores Fonzi ya sabía que quería ser actriz. Siendo una niña, no tenía referentes, pero su juego era la interpretación. Después, estudió teatro, y en 1996, luego de cumplir los diecisiete, hizo su primera aparición televisiva en la serie La nena. Dos años más tarde, tuvo su protagónico en Verano del ‘98. Cuando concluyó su labor en la tira creada por Cris Morena, comenzó a trabajar en cine: primero integró el elenco de Plata quemada, de Marcelo Piñeyro, y al poco tiempo de Esperando al Mesías, bajo la dirección de Daniel Burman. Desde entonces, su carrera fue alternando entre la televisión y el cine, y su mirada penetrante, casi podría decirse intimidatoria pero a la vez cautivante, fue una marca personal. En 2014, Santiago Mitre, director de El estudiante, la eligió como protagonista de su segundo largometraje, La patota, y este año Fonzi volvió a trabajar con Mitre, su actual pareja, en La cordillera, el film en el que compone a la conflictuada hija del presidente argentino que interpreta Ricardo Darín. Tras su reciente paso por el Festival de San Sebastián, donde fue jurado de la Competencia Oficial, ahora estrena El futuro que viene, la ópera prima de Constanza Novick, en la que junto a Pilar Gamboa hacen de dos amigas que tienen una amistad desde los años 80, con intensidad y altibajos propios de cualquier relación humana.
Fonzi es amiga de Novick desde hace dos décadas. Se conocieron después que terminaron el colegio secundario. Como Fonzi empezó a actuar a los 17 años, a los 19 ya tenía un grupo de amigos y Novick era la novia de un amigo de la actriz. “Obviamente que yo hubiese hecho lo que sea, incluso una película de zombies o cualquier otra cosa que ella me hubiese propuesto porque es mi amiga”, dice Fonzi sobre su aceptación para trabajar en El futuro que viene. Pero también le otorga méritos al film. “Leí el guión y la película era, encima, sobre amigas. Significaba sumergirme en ese universo femenino de las amistades y de cómo perduran en el tiempo, cómo se modifican. Y con las tres épocas: a los doce, a los veintipico y a los treinta y pico. Todo me parecía interesante. También hacerla con Pilar Gamboa, que es una de mis actrices argentinas favoritas. No la conocía a Pilar y nos hicimos amigas en la filmación”, agrega Fonzi.
El futuro que viene está compuesta básicamente por tres etapas en la amistad de Romina y Florencia. Corren finales de los años 80 y las dos amigas (Victoria Parrado y Charo Dolz) bailan y cantan en la casa de una de ellas, cuando no miran la tele o hablan del chico que les gusta. La historia se traslada a 2004 y ahí se sabe que Romina (Fonzi) tuvo una beba hace unos meses, vive con su pareja (Esteban Bigliardi) y tiene una vida laboral rutinaria trabajando en la AFIP. Florencia (Gamboa) acaba de regresar de México, luego de un fracaso amoroso con un hombre de ese país, pero en lo profesional le fue muy bien: es escritora. Ese reencuentro da cuenta de la amistad que tienen como así también de las diferencias entre ambas. La historia luego se transporta a la actualidad. Romina ya está separada, vive con su hija y perdió a su madre hace poco. Florencia, en tanto, ya vive en Buenos Aires y tiene sus idas y vueltas con el mexicano y ha experimentado la maternidad. Ese momento marca un nuevo reencuentro en la relación de amistad, plagada de momentos felices y de situaciones complicadas.
–¿La historia tiene algo de su amistad con la directora?
–Es una mezcla de todo. A ella se le mezclan muchas amigas de su vida, pero a la vez la nuestra también como, por ejemplo, la dinámica, la risa, la complicidad, el quererse mucho. Por momentos, como conocés tanto a tu amiga, podés criticarla o te peleás un poco, dejás de hablarte, y después volvés. Hemos tenido idas y vueltas con Constanza también. O sea que podemos decir que hemos vuelto (risas). Hemos ido y venido en el tiempo y ahora ya estamos las dos más en la misma, las dos madres y con ganas de joder (risas).
–¿Qué encontró de su personaje, Romina, que la cautivó?
–Era complejo porque es un personaje al que le están pasando cosas lindas en la vida. Me interesaba el punto de vista de la maternidad que tiene la película, cómo las mujeres estamos un poco condenadas a que si somos madres nos tenemos que dedicar a eso y tenemos que estar felices, y no es tan así todo el tiempo. Igual pasa con las amistades entre las mujeres. Cuando somos amigas, somos tan hermanas y es tan íntimo el vínculo que nos podemos decir cosas que con nadie más nos podríamos decir.
–¿Cómo trabajaron la construcción del personaje?
–Fue difícil porque como nos conocemos tanto yo entendía medio tácito lo que Coca (Novick) quería del personaje, pero después estaba el riesgo de que fuera un personaje antipático o que estuviese deprimido por demás. Me parece que esa dualidad con Florencia, el personaje de Pilar, hace el equilibrio perfecto. Eso es lo que, en general, pasa con las relaciones de amigas. Un poco una cubre lo que la otra deja al descubierto, y al revés. En ese sentido lo trabajamos.
–El tema de la maternidad es clave en la historia. ¿Es lo que, de alguna manera, las distanció?
–Lo que pasa es que justo en la segunda etapa de la película, donde nos ven a nosotras por primera vez, adultas, Romina tiene una bebé y Florencia todavía no sabe con quién estar. No encontró una pareja y está como en la búsqueda de una identidad que es un sentimiento un poco más aniñado. Entonces, hay algo ahí más libre en Florencia. Y Romina la enfrenta con su propia debilidad al no ser ella más libre. Y al revés: a Florencia, Romina le representa como alguien que ya tiene algo más concreto en la vida y ella todavía lo está buscando. La libertad de Florencia aleja a Romina porque ya está cautiva por la situación de la maternidad y a Florencia esa cosa concreta de la vida de Romina la pone en problemas porque siente que ella misma no tiene nada resuelto.
–Además del tema de la maternidad, la película es una reflexión sobre el sentido de la amistad...
–Sí, claro, sobre la amistad entre dos mujeres. Otra cosa buena de la película es que siendo un tema la maternidad queda de lado en el momento en que te das cuenta de que una amiga va a estar siempre, seas madre o no. De hecho, los hijos se van, pero tu amiga va a quedar.
–¿El suyo es una personaje menos complejo que los últimos que hizo en las películas de Santiago Mitre? No parece más fácil de componer sino más liviano desde lo emocional...
–No diría más liviano porque Romina es bastante densa (risas). Tiene una vida bastante convencional comparada con los personajes de Santiago que son hijas de presidentes o abogadas que dejan sus carreras por otras circunstancias. Pero es una vida bastante convencional vivida con una intensidad y una reflexión que no es muy acorde a esa vida tan convencional. Entonces, era difícil la construcción porque no quería pecar de caprichosa.
–¿Qué importancia tiene la amistad en su vida?
–Es fundamental en mi vida y cada vez más. Las amigas son las hermanas que una elige y siempre van a estar. Con el tiempo, te das cuenta de que son las únicas que te dicen la verdad, están ahí para una siempre porque comparten lo mismo, ya sea la maternidad o el trabajo. En mi caso, la amistad ocupa muchísimo. Sin mi red de amistades mi vida sería un desastre.
–¿Cree que es más fácil perdonar en la amistad que en la pareja?
–Depende. Para mí también es muy importante ser amiga de mi pareja. Entonces, hay algo que se me mezcla. Si dejás de ser amigo de tu pareja, ahí es más fácil que todo se vaya al cadalso. Si sos amigo de tu pareja es igual que perdonar a una amiga porque conocés al otro y lo seguís eligiendo a pesar de todo. Obviamente que en una pareja hay otras cosas en cuestión.
–¿Cree también, como suele decirse, que la verdadera amistad recién se pone a prueba cuando alguno de los dos integrantes de la relación atraviesa un momento difícil?
–Justamente creo que contener y consolar no es tan difícil como acompañar al otro en el éxito. Cuando el otro está muy bien y le salen las cosas bien, ahí es cuando ves los amigos porque se alegran por vos. Cuando alguien está mal, el contener es algo que es más fácil y forma parte de la condición humana. Hay gente que no puede ni eso. Siento que las amigas verdaderas son las que se alegran por mis logros y me acompañan en las buenas. Obviamente que me sostienen en las malas, pero lo otro es clave.
–Ya que habló de relaciones, ¿qué tipo de relaciones establece con sus personajes? ¿Cómo es ese trabajo interior?
–Depende. Paso por muchas etapas, por ejemplo, de ponerlo en juicio: “Es una boluda” o “Es una intensa al pedo”, o “¿A quién le importa lo que le pasa?”. Después, me voy amigando. Gracias a la empatía que uno tiene que sentir con las personas, en general, hace que me pueda acercar a cualquier personaje sintiendo su particularidad. Y ahí voy haciendo otro tipo de trabajo que es más de acercamiento. Pero me va pasando de todo. Y, a medida que lo voy interpretando también. De repente, hago una escena y voy entendiendo más. Siento que lo más importante es empatizar.
–Ya que habla de empatizar, ¿cuál fue el personaje que me quiso?
–Sin ir más lejos, un personaje que nos unió a Constanza y a mí fue el de Romina Muzzopappa en la tira televisiva El sodero de mi vida. Era un personaje particular, que tenía una especie de retraso madurativo. Para ese entonces, ya nos conocíamos con Constanza, pero allí fuimos culo y calzón porque ella escribía los guiones y me hacía los diálogos. En función de esa dinámica que se armó, el personaje era hermoso. Me encantó hacerlo y fue un puntapié inicial muy grande en nuestra amistad.
–Novick debuta como directora con esta película. Hace poco, hizo lo propio Natalia Garagiola con Temporada de caza, y también la dupla Cecilia Atán y Valeria Pivato con La novia del desierto. ¿Cómo observa la cantera de cineastas mujeres que han surgido en los últimos años?
–Bueno, vengo de San Sebastián de premiar con el jurado a Anahí Berneri como la segunda mejor directora en la historia del festival. Y el año que hice la película con Coca (Novick) me fui a hacer otra película a México, dirigida por Jimena Montemayor, también mujer. Siento que, como todo en la vida, se empieza a nivelar. Estoy feliz por lo que está empezando a suceder porque, de alguna manera, las mujeres nos podemos organizar como para empezar a cubrir todos los baches.
–Las dos películas mencionadas participaron de la sección Horizontes latinos en San Sebastián, pero usted fue jurado de la Competencia Oficial. ¿Cómo vivió esa experiencia?
–Increíble, estuvo buenísimo. Obviamente, desde el lugar que nos corresponde a todos los que hacemos cine, poder premiar a una directora, también a Sofía Gala como mejor actriz, es importante el reconocimiento. En el jurado éramos tres mujeres y tres varones, más el presidente que era varón. Más allá de todo, fue una experiencia increíble. Me encanta ver cine e ir a ver tres o cuatro películas y concentrarse en lo mejor de cada cosa fue muy enriquecedor en todo sentido. Y darle el premio a Berneri que tiene una mirada tan particular, tan única y sin pretensiones sobre la vida de las mujeres, en este caso en particular estuvo buenísimo.
–La profesión le dio grandes satisfacciones, pero el hecho de haber empezado de chica, ¿le quitó algo en su vida?
–La pasé bomba. Por ahí, me quitó las amistades del colegio que no pude mantener tanto. Tengo amigas del colegio que recuerdo con mucho cariño y las siento cercanas aun en el tiempo, aunque no hable, o sólo darnos un mensaje de cumpleaños cada tanto. Esa cercanía de las amistades del colegio por ahí sí se me desdibujaron porque empecé a trabajar muy temprano. Mis amistades de “infancia” empezaron a construirse a partir de los 19 años, cuando la conocí a Coca (Novick).
–La película que estrena se titula El futuro que viene. ¿Es de preocuparse usted por el futuro?
–Me gusta jugar a imaginar cómo sería. Siempre hay una postal que me tranquiliza mucho, que es: de última, a los 60, en un Año Nuevo, quiero estar tomando un champancito con mis amigos en una Pelopincho. Eso me reconforta bastante (risas).