De la mano del desempleo, el sistema económico de los `90 que defiende Domingo Cavallo llevó a la miseria a millones de argentinos. Luego de los primeros años de auge por la reactivación del crédito y la baja de la inflación (que era un drama a fines de los 80) el desempleo creció a niveles record a partir del achicamiento del aparato industrial y el ajuste del Estado, con el remate de las empresas públicas. Ese proceso avanzaba de la mano de un desequilibrio macroeconómico cada vez más insostenible, que obligaba al país a requerir de crédito externo por parte de los organismos internacionales, que a su vez ponían como condición el ajuste de las cuentas públicas. La explosión de la convertibilidad profundizó la pauperización de las condiciones de vida de amplias franjas de la sociedad. La pobreza saltó a más del 50 por ciento y la desocupación a más de 25. En cambio, el sector financiero y las multinacionales que aprovecharon las privatizaciones fueron los grandes beneficiarios del modelo.
El 1º de abril de 1991 se puso en marcha el Plan de Convertibilidad. El programa estableció un tipo de cambio fijo y apreciado y definió una regla monetaria estricta mediante la cual la expansión o la retracción de la cantidad de dinero en la economía dependía de la variación de las reservas del Banco Central. En consecuencia, el incremento en las reservas derivaba en una expansión de la base monetaria y del crédito e impulsaba la demanda local, mientras que una reducción inducía a la recesión.
El plan requería que Argentina se abrazara al mercado financiero y a los organismos internacionales de crédito. El “mejor alumno” aplicó un ambicioso proceso de desregulación, privatizaciones, ajuste del gasto y apertura comercial. La Argentina venía de las experiencias traumáticas de la hiperinflación en 1989 y 1990, con lo cual el programa de reforma económica, que logró una rápida estabilización de la inflación y crecimiento de la economía, se ganó el apoyo mayoritario de la sociedad.
La primera señal de alerta apareció con la crisis del Tequila a fines de 1994 y en 1998 comenzó la recesión de la cual el país no saldría hasta 2002. Sin embargo, la dinámica laboral rápidamente comenzó a exhibir un franco deterioro, a partir del avance de las importaciones sobre el aparato industrial local y los despidos masivos de las empresas del Estado. El deterioro social continuó a la par de los desequilibrios de la macroeconomía, que dependía cada vez más del ingreso de capitales externos y de la deuda. En 2001, la convertibilidad voló por los aires.
Cavallo fue ministro de Economía desde 1991 a 1996 y luego retomó el cargo el 20 de marzo de 2001 hasta el 20 de diciembre de ese fatídico año. No fue su primera experiencia en la función pública. El 1982 asumió la presidencia del Banco Central bajo la última dictadura, liderada en ese momento por Reynaldo Bignone. Cavallo perfeccionó el sistema de seguros de cambios que permitió la gigantesca estatización de la deuda privada.
Cavallo tiene una percepción de sí mismo que no coincide con la evaluación que muchos argentinos hacen de su gestión. “Me tendrían que hacer un monumento por haberme jugado todo el prestigio que traía y todo el apoyo que tenía. Las encuestas de popularidad daban que era una de las personas con mayor apoyo, y todo el mundo me pedía que ayudara al gobierno de De la Rúa”, señaló en una entrevista a fines del año pasado. Cavallo obtuvo el tercer puesto con 10 por ciento de los votos en las elecciones presidenciales en 1999 y el segundo lugar en las elecciones a jefe de Gobierno en el 2000. Luego perdió el ballotage con Aníbal Ibarra.
“La imagen que tengo entre los argentinos tiene que ver con la campaña alevosa que me hicieron en 2002 para echarme la culpa de todas las barbaridades que estaban haciendo”, dijo en el reportaje publicado ayer.