El beso es común a todas las culturas y a todas las civilizaciones de la Tierra. Se lo menciona en los primeros textos de los seres humanos y se lo ve en sus primeros dibujos. ¿Pero cómo nació y cuál es su origen? Para encontrar una respuesta tal vez habría que remontarse hasta el hombre del Cromagnon, en realidad, hasta la mujer del Cromagnon. En su libro “El mono desnudo”, Desmond Morris presume de qué modo esas primeras hembras alimentaban a sus bebés cuando, a llanto partido, reclamaban comida. Como aún faltaba mucho para el descubrimiento del fuego e ignoraban el uso de la piedra y del mortero, aquellas remotas madres masticaban pacientemente la vianda destinada a los pequeños y cuando el puré estaba a punto, posaban sus labios frente a los labios entreabiertos de sus hijos y así los nutrían. El beso comenzó siendo una prenda de amor, más tarde también sería prenda de traición. No hay poeta que no lo haya cantado ni narrador que no lo haya contado. Recibimos con un beso al recién nacido y solemos despedir con un beso a nuestros muertos. “El más difícil no es el primer beso, sino el último”, escribió Paul Géraldy.
“¡Oh si él me besara con ósculos de su boca!”, “Como panal de miel destilan tus labios; miel y leche hay debajo de tu lengua”, leemos en el Cantar de los Cantares. Las Sagradas Escrituras le prestan especial atención: cuarenta veces está mencionado en el Antiguo Testamento. La primera de ellas la encontramos en Génesis, capítulo 27, en el momento en que Jacob besa a Isaac, su padre ciego, y le hace creer que es Esaú, el primogénito. Lo alienta un sólo propósito: quedarse con la bendición de su padre y con la jefatura de la familia. El beso más dolorosamente célebre se lleva a cabo en el Huerto de Getsemaní cuando Judas besa a Cristo en la mejilla, entrega al Hijo del Hombre y se condena para siempre. Más cerca en el tiempo, en los últimos días de 1977, en la puerta de la Iglesia de la Santa Cruz, Alfredo Astiz multiplicó la infamia de Judas: besó, una tras otra, a Esther Balestrino, María Ponce, Azucena Villaflor, Alice Domon y Léonie Duquet. A partir de ese beso cobarde y rastrero, entregó a las tres madres fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo y las dos monjas francesas, para que integraran la lista de desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar.
El Beso se llamó una de las primeras películas en la historia del cine. Data de 1896 y se trata de un cortometraje dirigido por William Heise, sus protagonistas, May Irwin y John C. Rice, unieron sus labios durante apenas cuatro segundos que, sin embargo, bastaron para que estallara el escándalo: el corto fue denunciado como chocante y obsceno, la Iglesia Católica Romana exigió que se prohibiera. En aquellos días besarse en público podía ser objeto de un juicio y posterior condena. El padre Antonio Royo Marín, en su Teología Moral para Seglares, advierte que los besos pasionales entre novios pueden considerarse un pecado mortal, “sobre todo si son en la boca y se prolongan algún tiempo”.
A más de un siglo de estos disparates, la historia tercamente se repite, en esta ocasión no motivada por los prelados católicos sino por ciertos policías de la ciudad de Buenos Aires: los supuestos guardianes de nuestra seguridad, imitaron el mismo desatino de aquellos rancios prelados de finales del siglo XIX. En un andén de la estación Constitución, Mariana Gómez y Rocío Girat, pareja desde hace más de tres años y desde el 13 de mayo de 2016 legalmente casadas, se brindaron un beso algo más extenso que el de May Irwin y John C. Rice. Esa simple muestra de amor alteró a un eficaz empleado de Metrovías que, sin vacilar un minuto, denunció a la osada pareja. Los representantes de la ley y el orden, y de la moral, habría que agregar, llegaron heroicos a la escena del crimen, dicen que Mariana se resistió a la autoridad, por lo cual un policía usó su rodilla para aplastar la espalda de la rebelde, y de ese modo lograron esposarla. Mariana estuvo tres horas esposada en la estación Boedo, luego fue trasladada a una celda de la comisaría de esa misma estación y permaneció presa hasta las nueve de la noche. Durante ese tiempo la sometieron a diversas humillaciones, una de ellas fue obligarla a desnudarse y abrir las piernas para comprobar que no portaba drogas prohibidas en su ano o vagina. En el juzgado Criminal y Correccional Nº 45 le han abierto una causa por “desacato a la autoridad y lesiones graves”.
No todo está perdido, hace pocos días un buen número de mujeres y hombres se reunieron en el mismo sitio en que Mariana y Rocío tuvieron la osadía de besarse, y ahí mismo, sin pedirle permiso a nadie, simplemente se besaron. Fueron besos que acaso evocaron al Cantar de los Cantares, “¡Que me bese con los besos de su boca! Porque mejores son tus amores que el vino”, o tal vez recordaron a aquella antiquísima madre del Crogmanon que con sus labios alimentaba a su hijo. Eran besos de amor, no de odio. El odio estuvo en esos Savonarola de extramuros que participaron en la detención y humillación de Mariana y Rocío.