La hábil trapecista del Gran Circo Garmendia deviene una Sherezade contemporánea que transforma la pista central en un espacio donde se enciende el fuego de Las mil y una noches. Los dos tomos de esta célebre recopilación de cuentos tradicionales del Oriente Medio llegan a través de un misterioso árabe hasta su padre, Malaquías, el violento dueño del circo, para conjurar una especie de superstición: quien quisiera leer todas las historias moriría en el intento. La familia circense protegerá a un niño silencioso que pronto se convertirá en uno más del clan. “Se nace en el circo y se muere en el circo, pero el circo no nace ni muere. El circo es infinito. El circo te atrapa y no te deja ir, pero nosotros somos felices así”, dice Malaquías, oscuro personaje de la extraordinaria Tony Ninguno (La Pollera), del escritor y cuentacuentos chileno Andrés Montero, que ganó el X Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska, dotado de 27 mil dólares.

“Soy el quinto de seis hermanos, pero no soy del Opus Dei”, aclara Montero (Santiago de Chile, 1990), acostumbrado a las suspicacias que suelen generar las familias numerosas. “Yo era muy mentiroso de niño y mi papá, creo que cansado de mis mentiras, me dijo: ‘¿Por qué no escribes?’ Me puse a escribir y gané los concursos literarios de mi colegio porque nadie participaba. Cuando estaba en quinto año, mandé un cuento a un concurso interescolar en el que participaban unas mil personas y salí en segundo lugar. Los concursos fueron una forma de validar mi escritura, más allá de mi mamá y mi papá, que decían que yo escribía muy bonito”, dice el escritor en la entrevista con PáginaI12. El autor de los libros de cuentos La inútil perfección y otros cuentos sepiosos (2012), Narrando nuestra memoria: cuentacuentos de Yungay y La Victoria (2014) y Alguien toca la puerta. Relatos de leyendas chilenas (2016) integra la compañía de cuentacuentos La Matrioska junto a Nicole Castillo.

Como cuentacuentos prefiere narrar historias de su cosecha –que él mismo escribe– o relatos de la literatura latinoamericana. “Tienen que ser cuentos que se puedan entender sin necesidad de escucharlos de nuevo. Un libro lo podés leer otra vez, pero un cuento no podés volver a contarlo. Contar a (Jorge Luis) Borges, un escritor que me gusta mucho, es imposible. Alguien lo puede hacer, pero yo no puedo. No sabría cómo hacerlo. Abelardo Castillo tiene cuentos que son de una estructura super oral, como ‘La madre de Esteban’ o ‘Patrón’. Entre los escritores chilenos, narro ‘Sensini’, el primer cuento de Llamadas telefónicas, de Roberto Bolaño”, revela Montero, que ha sido reconocido con el Premio de Novela Breve Pedro de Oña (2015) y el Teresa Hamel (2009), entre otros.

–¿Por qué Tony Ninguno es narrada por una mujer que es y no es Sherezade, que al final los lectores descubren que se llama Javiera?

–Se dio naturalmente cuando quise hacer un intertexto de Las mil y unas noches llevado a la realidad del circo. Me pareció evidente que la que tenía que narrar la historia tenía que ser una mujer. Pero también pensé en contarlo en tercera persona porque me costó llegar al tono de la voz de la mujer. Tuve la oportunidad de conocer el circo por dentro y era la estructura cerrada que necesitaba para que ella estuviera presa sin estar presa. La estructura que está detrás del circo, que tiene como algo de gitano, de transhumancia, de no estar nunca en el mismo lugar, de que no se asientan en ninguna parte, eso me llamó la atención. 

–¿El Gran Circo Garmendia está inspirado en algún circo de Chile?

–En particular no, pero sí visité muchos circos y en uno armé como la carpa dentro de la carpa durante algunos días. Se llama Circo de los hermanos Tapia. Cuando llegué, lo primero que me preguntaron fue: “¿Tú de qué familia eres?”. Y tuve que decir que no era de familia de circo, pero que tenía un pariente. Entré bien porque les llevé un libro de regalo y un ron (risas). Las cosas que aprendí del circo, cómo se distribuye la carpa, los parales, los mástiles, todas esas cosas más técnicas, las aprendí ahí. No son datos que estén en ningún libro. 

–El chico silencioso que llega al circo y se convierte en uno más del clan es como el extraño que nunca se termina de integrar. ¿Qué le interesa de este personaje?

–Todos necesitamos nuestra cuota de ficción al día. Unos más, otros menos. Algunos miran series de televisión, otros se dedican a leer o a inventar historias. ¿Qué pasa con la gente que tiene una realidad tan dura que necesita buscar más la ficción para poder vivir? Lo que me interesa es si es posible vivir en dos vidas al punto de que incluso somatizara y no pasara hambre porque en el mundo paralelo él sí comía. Sherezade empieza a vivir lo mismo, empieza a evadir la realidad al punto de vivir más en la realidad inventada que en la real.

–“Cuando tumbamos la carpa, aplastamos la ilusión”, le dice Sherezade/ Javiera a Tony Frambuesa. Él la corrige y dice: “Cuando tumbamos la carpa, aplastamos la verdad”. ¿Qué sucede entre la ilusión y la verdad en esta novela?

–En el circo, la ilusión se supone que es la función. Pero cuando uno está unos días adentro se da cuenta de que la ilusión es lo que está afuera; es una estructura de vida que ya no existe, que nadie puede entender cómo la siguen llevando y que tiene cosas muy duras. Lo único real es que si se caen se matan. La gente que trabaja todo el día para ganar un poco más y de repente, como pasa en Argentina, cambia el gobierno y resulta que ahora todo es mucho más caro y no está ganando más de lo que ganaban... Esa es la ilusión: la ilusión de que uno puede vivir de lo que trabaja y que el trabajo dignifica. La verdad empieza a ser lo que uno lee, lo que uno conversa, las historias que nos cuentan. Eso pasa a ser mucho más real. La ilusión pasa a ser lo que lleva a la vida. Y la verdad comienza a quedar atrás.

–¿Qué significa contar cuentos?

–Contar cuentos es una forma de supervivencia, no sólo económica. Estamos construidos de historias. Si pensáramos en un recipiente humano donde está toda la sabiduría del mundo, el cuentacuentos es el que va a buscar un poquito de esa sabiduría –que a lo mejor está en un cuento de Borges o en una leyenda popular– y la reparte. Ese movimiento es muy democrático porque no toda la gente le gusta leer y no todo el mundo sabe leer. Pero todos pueden escuchar historias. Contar historias es democratizar y compartir cultura.