Nacida en Santiago de Chile en 1972, Marcela Said es la cineasta de la generación posdictadura del país trasandino que más se ha dedicado en su su filmografía a escarbar en las oscuras acciones de Augusto Pinochet y sus cómplices. Así lo demostró en sus documentales I love Pinochet (2001) y El mocito (2011), que participó en la sección Forum de la Berlinale de aquel año. Su segundo largometraje de ficción, Los perros –luego de su ópera prima, El verano de los peces voladores–, no es la excepción en el tema y se estrena mañana el jueves próximo en Buenos Aires. Pero ya tuvo un amplio recorrido por festivales internacionales, entre los cuales pueden destacarse la Semana de la Crítica del Festival de Cannes y su participación en la sección Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián, donde resultó vencedora.
“Es una película compleja, no es fácil sino que desafía al espectador. El tema humano que está en la historia es interesante”, señala Said en la entrevista telefónica con PáginaI12, respecto de lo que cree que gusta de su film en el exterior. En su documental El mocito, la realizadora contaba la historia de un mozo de los servicios secretos de su país que trabajaba en un centro donde torturaron a muchas personas. Para corroborar que lo que contaba este hombre fuera cierto, Said llegó a su jefe, un ex coronel del Ejército y actual profesor de equitación. Ese hombre es Juan Morales Salgado, quien le dio una entrevista a la cineasta luego de que ella tomara clases de equitación con él, como para que la conociera y aceptara hablar. Fue antes que Morales Salgado recibiera su condena por su participación en la temible DINA, la policía secreta del régimen de Pinochet. “Producto de esta relación profesor–alumna nació la idea de una película que hablara de la complicidad de los civiles con la dictadura”, explica Said.
Los perros tiene como protagonista a Mariana Blanco (Antonia Zeggers), una mujer de la clase acomodada, hija de un importante empresario forestal (Alejandro Sieveking) y casada con Pedro (Rafael Spregelburd), un arquitecto argentino. No hay grandes conflictos en la vida de Mariana, salvo que a sus 42 años tiene el deseo de ser madre y para concretarlo realiza un tratamiento de fertilidad. Sin embargo, ese sosiego tiene un punto de inflexión el día que comienza con sus clases de equitación con Juan, un coronel retirado (Alfredo Castro). Poco a poco, Mariana comienza a sentir una extraña atracción por ese hombre con pasado turbio. Y se entera que el coronel fue agente de la DINA y que está procesado por la Justicia por crímenes de lesa humanidad.
–¿Buscó establecer una reflexión social en torno de la complicidad civil?
–Una reflexión humana y moral, porque intenté reflexionar acerca de que las dictaduras existen porque hay personas que las apoyan y que luego salieron indemnes en el caso chileno; es decir, los militares van a prisión y pagan sus culpas, mientras los civiles que se enriquecieron gracias a la dictadura están en sus casas y no les pasa nada.
–En sus documentales abordó el tema de la dictadura, pero ¿qué le permitió explorar la ficción sobre este tema?
–Me permitió explorar los matices de los personajes, sus zonas grises; es decir, jugar con lo que tenemos todos los seres humanos: una capacidad de hacer el mal y de que, a veces, los malos no son completamente los malos ni los buenos son lo que parecen ser. Traté de jugar en ese ámbito.
–¿Esta mujer se siente atraída por el mal?
–Sí, sin duda. Tiene una curiosidad por el mal.
–De hecho, cuando ella se entera del pasado del coronel no sólo no hace nada sino que parece que se sintiera aun más atraída...
–En ese sentido la película es incorrecta. Hay gente a la que el mal la atrae. Es cosa de mirar la historia de mujeres que están con criminales. Mariana no es una heroína, más bien es una antiheroína. Creo que eso es lo original de la película, que ella sea una antiheroína.
–Usted señaló: “Uno no puede deshacerse del pasado, el pasado es parte del presente y parte del futuro”. ¿Se refería a las consecuencias de la dictadura pinochetista?
–Sí, claro. Uno no puede dar vuelta la página y hacer como que las cosas no pasaron. Un país que no tiene memoria y que no salda las deudas no puede encarar el futuro. Cuando no se hace lo correcto, la violencia se perpetúa y vamos a seguir en lo que estamos mientras no haya un acto de justicia. En ese sentido, a lo mejor estamos condenados a repetir el pasado si seguimos haciendo lo incorrecto, si seguimos dando vuelta la página y si seguimos no queriendo mirar de frente lo que pasó.
–En la Argentina, se llamó “la mayoría silenciosa” a la parte de la sociedad que calló durante la dictadura. ¿Se puede hacer una analogía con la conducta silenciosa de parte de la sociedad chilena durante el régimen de Pinochet?
–Sí. Me gustó mucho tener un personaje argentino en mi película. Yo lo escribí a propósito. No escribí el personaje de Pedro por razones de una coproducción. El personaje argentino siempre estuvo escrito porque me parecía que era importante darnos cuenta de que al otro lado de la Cordillera las historias habían sido similares. La burguesía argentina y la chilena se comportan de la misma manera. Tenemos el mismo pasado, aunque para ustedes es peor: tuvieron 30 mil desaparecidos, diez veces más que en Chile. No sé si en la Argentina esa mayoría silenciosa se ha hecho responsable sobre lo que tuvieron que ver tanto individualmente como colectivamente.
–¿Los ciudadanos chilenos se atreven menos ahora a defender públicamente la dictadura, o el país sigue igual de dividido?
–Hubo una época en que estaba permitido defender a la dictadura públicamente. Hoy en día, aquel que la defiende públicamente es abucheado. En la actualidad es políticamente incorrecto defender a Pinochet. Eso es algo que en 2002 no era así. Cuando filmé I love Pinochet mucha gente apoyaba públicamente al dictador y decía que lo que había hecho era perfecto, que estaba todo bien. Curiosamente ese apoyo bajó cuando descubrieron que había robado, que era un ladrón. Les importó menos que matara que el hecho de que robara. Y ahora, que están absolutamente probados los crímenes la dictadura, aunque lo apoyen en privado ya públicamente no lo hacen. Me parece que eso es un avance.
–Cuando vino a Buenos Aires, Nanni Moretti dijo que “el cine no puede cambiar el mundo”. Pero también es cierto que ayuda a mirarlo de otra manera, ¿no? En ese sentido, ¿cuánto ayuda el cine a la reparación de la memoria histórica?
–Creo que es importante. Algo aporta, no sé si un montón pero aporta a reflexionar, al menos sobre temas importantes. Hablo del cine reflexivo, el que trabaja estos temas porque el cine del entertainment no aporta nada, más allá de permitir pasar un buen rato. Pero el otro cine ayuda a reflexionar muchas cosas como, por ejemplo, sobre la capacidad que tiene el hombre de hacer el mal.