Cuando juega la Selección, cada ciudadano atraído por el imán de la redonda se viste de director técnico. Todos, a su turno, se colocan el traje de expertos, sin importar demasiado en cuántas oportunidades a lo largo de su vida se pusieron los botines y, en efecto, pisaron el césped de un potrero o las baldosas desgastadas de un club de barrio. Cada acción por parte de los profesionales es motivo de reproche y de festejo sin escalas, la algarabía no entiende de matices, la excitación está a la vuelta de la esquina. La pasión, reacción caprichosa y espontánea, no tolera ninguna explicación racional, porque el fútbol se respira, se vive y se siente: pero no se piensa. Nunca se piensa.
En este marco, nadie mejor que Pablo Alabarces para proponer una reflexión profunda acerca del deporte más popular de Argentina, una mirada capaz de desarmar la cultura del aguante y de gambetear sentidos comunes. Un enfoque que problematiza discursos típicos como “el folclore” y “la pasión” que –de manera corriente– son empleados por los periodistas deportivos para justificar los actos de agresividad “realizados por los violentos de siempre” en los estadios del país. Un discurso simplista, lineal y confortable que elude la confrontación de intereses y la problematización, auténticos canales para el cambio social. Alabarces es licenciado en Letras (UBA), magíster en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural (Unsam) y doctor of Philosophy (Universidad de Brighton). Además, se desempeña como investigador principal de Conicet y se ubica como uno de los principales referentes latinoamericanos en sociología del deporte.
–Usted fue pionero en Latinoamérica al iniciar, hace 25 años, los estudios en sociología del deporte. ¿Cómo se le ocurrió investigar sobre fútbol?
–Este interrogante suelo responderlo con otro: ¿cómo es que a nadie se le había ocurrido antes? Creo que no hace falta argumentar demasiado respecto a la pertinencia que implica estudiar las relaciones entre el deporte, la cultura y la sociedad. El fútbol ocupa un lugar central en la vida cotidiana, en la subjetividad, en la sociabilidad, en la economía y en la política. De este modo, si se supone que aquellos que nos dedicamos a investigar la cultura debemos encontrar objetos que nos permitan decir cosas importantes acerca de la sociedad en la que vivimos, el fútbol se ubica en un lugar fantástico.
–¿Cómo se ha modificado la concepción de este deporte respecto a décadas precedentes? En la actualidad, ¿qué tiene de popular el fútbol?
–Precisamente, cuando empezamos a reflexionar nos pareció que el fútbol constituía un buen punto de intersección entre lo popular y lo masivo. Se trataba de un fenómeno donde lo subalterno se hacía fuerte en oposición a la cultura oficial y legítima; la idea de un Maradona que por sus destrezas corporales era calificado como un “genio”, a pesar de que ésta se refería a una característica más asociada al campo intelectual. Y también era masivo porque ya se trataba de un deporte que se erigía como la mercancía fundamental de la industria de masas contemporánea –situación hiperconsolidada en las últimas décadas–. Sin embargo, algo ha cambiado: hoy, los miembros de la burguesía se jactan de ser hinchas de algún equipo. Sin ir más lejos, el Presidente de la Nación se enorgullece de ser “bostero” y Beatriz Sarlo de proclamarse simpatizante de Ferro. Hace un tiempo esto no ocurría, era impensado. Entonces, cabe la pregunta, ¿dónde quedó lo popular del fútbol? No lo tengo muy en claro.
–En esta línea, sus investigaciones apuntan a deconstruir los sentidos comunes que invaden el fútbol. ¿Podría compartir algunos de sus análisis?
–Un buen punto de partida, tal vez, lo constituyan algunas falacias que, comúnmente, se utilizan cada vez que se intenta pensar sobre el deporte. Una muy corriente es pensar que todo el mundo sabe de fútbol. Como es una práctica masculina, cotidiana y de masas, se tiende a creer que si alguna vez, por casualidad, un individuo pasó cerca de una pelota, de inmediato, se convierte en un especialista en deporte, sociedad, política y economía. En contraposición, el tipo que pasó cerca de una pelota, muchas veces, ni siquiera sabe de fútbol.
–¿Qué es saber de fútbol?
–Implica tener una mirada muy entrenada capaz de decir algo más complejo que el tradicional “aquel jugador me gusta porque pone huevos”. El problema está en que al ser un deporte de masas habilita a cualquier sujeto a creer que lo sabe todo. Por otra parte, el segundo nudo problemático es pensar que “el fútbol refleja a la sociedad” y que “se juega como se vive”. A partir de aquí, se edifican enormes construcciones repletas de vicios de origen y de desarrollo.
–¿Por qué, entonces, el fútbol no refleja a la sociedad?
–Porque no hay nada presente en la sociedad que refleje a la sociedad. Las sociedades modernas y complejas como las nuestras tienen montones de facetas y aristas. La explicación más obvia y ridícula de los fenómenos de la violencia es que la agresividad que se vive en el fútbol es reflejo de lo que ocurre afuera de las canchas. Cuando se analiza de cerca este vínculo, se puede advertir que no existe una relación de causalidad. De este modo, no es posible decir que la inseguridad urbana repercute con mayor violencia en el fútbol, sino que los ciclos de violencia futbolísticos son totalmente independientes de lo que ocurre en el nivel más general de la violencia social. Inclusive, no guardan relación con variables económicas, esto es, de ninguna manera una mayor pobreza y miseria generan más violencia en los estadios. Como el fútbol construye un campo con bastante autonomía posee reglas que le son propias.
–También ocurre que suelen justificarse los hechos de violencia bajo el paraguas de la pasión.
–La “pasión por el fútbol” constituye un discurso fenomenal con el cual se trata de explicar conductas que son muy disímiles. A menudo, tiende a creerse que la pasión aparece por fuera de lo mercantil porque no se compra ni se vende. Entonces, en tanto que es un fenómeno “innato” y “espontáneo” no aparecería condicionada por factores económicos. Sin embargo, sabemos bien que la pasión opera como un argumento de marketing y constituye una respuesta sencilla frente a una situación de conflicto que no se quiere pensar demasiado. Por este motivo, me inclino a hablar más de lo “emotivo” y de lo “afectivo” para explicar el vínculo de los argentinos con este deporte, ya que pasa mucho más por lo sentimental que por lo racional.
–Desde aquí, el “folklore del fútbol” también constituye otro lugar común que es necesario problematizar.
–Exacto. Lo único que demuestra es que aquel que utiliza el discurso sabe poco de cultura y menos de folclore. Se trata de una idea que indicaría que el folclore viene del pasado y es inmodificable. No obstante, cuando uno se pone a estudiar al respecto, se encuentra con que el folclore es una selección del pasado en función del presente y que además se transforma de manera constante. Basta con comparar a Soledad Pastorutti con Ramona Galarza, o a Los Nocheros con Los Chalchaleros. De este modo, el mal llamado “folclore del fútbol” también ha cambiado entre 1910 y 2017: la mayoría de las prácticas actuales de las hinchadas argentinas no tiene más de 25 años de antigüedad.
–En este marco, cualquier explicación de violencia es justificada a partir de la acción de los “mismos violentos de siempre”.
–Por supuesto, constituye otro de los lugares comunes. Los “violentos” vendrían a ser algo así como sujetos descerebrados que reaccionan de manera agresiva y espontánea. No obstante, cuando se estudian los fenómenos es posible advertir que, en verdad, no existen sujetos intrínsecamente violentos y que sus prácticas agresivas se producen en contextos determinados con fines puntuales. Desde aquí, justificar todo a partir de “los violentos” equivale a no explicar absolutamente nada. Vivimos una cultura del fútbol sostenida por la lógica del aguante, donde “tener aguante” está bien porque “sos macho” y no tenerlo está mal porque “sos puto”. Y a partir de ahí, el resto de las clasificaciones se ordenan con metáforas sexuales.
–Y ese tipo de discursos se actualizan en hechos concretos.
–Exacto, esto sucede porque la posición de aguante no resiste el “chamuyo”. Entonces, como existen momentos para que el sujeto demuestre que tiene valentía, se propician escenarios para el combate. Esto, a su vez, se combina con el honor: si uno es deshonrado por una derrota deportiva, debe demostrar que a pesar de perder la dignidad sigue siendo macho. En síntesis, tenemos sujetos que no son incivilizados, barbáricos ni salvajes sino que actúan de acuerdo a lo que su lógica moral les exige.
–¿De qué manera sus investigaciones pueden contribuir a tener un fútbol mejor? ¿Qué se requiere?
–Implica un mayor compromiso del rol estatal pero también de la sociedad civil. La transformación hacia un fútbol mejor requiere de un consenso enorme entre actores con poder institucional y con poder simbólico (los hinchas). Como hace falta mucho y estamos tan lejos seguiremos teniendo un fútbol desastroso en franca decadencia.