La Selección consiguió su pasaje al Mundial de Rusia y eso, después de tanta agonía y desesperación, es motivo de sobra para festejar. Sin embargo, el árbol de la clasificación no puede tapar el bosque. Hay muchas cosas para analizar que van más allá del resultado. Para empezar, no se puede soslayar el hecho de que la Selección llegó al partido de Quito dejando a su paso la sensación de que todo el proceso que siguió a la final del Mundial de Brasil, que el equipo de Sabella perdió frente a Alemania, y que incluyó otras dos finales perdidas frente a Chile por Copa América, ya con el Tata Martino, no fue precisamente un camino de rosas, sino un tallo espinoso.
Antes de conocerse el resultado del partido jugado anoche en Quito, había tres escenarios posibles: el de una derrota que dejara al equipo nacional fuera del mundial de Rusia a pesar de tener en sus filas al mejor jugador del mundo, Lionel Messi; o el de una victoria, que disparara la mirada hacia el próximo objetivo; o la chance de un repechaje que estirara la agonía, aunque se multiplicaran las posibilidades de éxito.
Cualquiera de las posibilidades, de éxito y también de fracaso, demandaba la necesidad urgente de revisar lo actuado, y no sólo en lo futbolístico. La AFA, sus desprolijidades, sus atropellos, sus disputas de poder han dejado huellas. Tantas que hasta su supuesta modernización parece, a la luz de los hechos, una máscara a la que se le ven los piolines.
De todos los errores cometidos, hay uno que no se puede dejar pasar. Tiene que ver con la violencia del fútbol, un tema sin dudas complejo y en el que la dirigencia del fútbol nacional deja mucho que desear.
Lo ocurrido, por ejemplo, con el cambio de la localía del Monumental a la Bombonera para el partido frente a Perú, pergeñada por el presidente de la AFA, Claudio “Chiqui” Tapia –confeso hincha xeneize–, y el presidente de Boca, Daniel Angelici, expone con absoluta contundencia en qué se basa buena parte del poder que tienen las barras bravas: en la connivencia con la dirigencia, con la policía y con los políticos, quienes utilizan a los violentos a conveniencia y para satisfacer sus propios negocios.
El rol que jugó La Doce en ese partido habla de cómo es esta nueva vieja AFA, de lo que atrasa realmente. Es que en la Bombonera sobresalieron los mecanismos que semana tras semana se ponen en marcha para sostener la vida de estos grupos que tanto daño le hacen al fútbol.
Debieron tomar nota de todo los funcionarios del Ministerio de Seguridad que trabajan en el área de los espectáculos deportivos. Por que la violencia en el fútbol no se reduce al hecho de que puedan o no asistir a la cancha los líderes barrabravas, como fue el caso de Rafael Di Zeo y Mauro Martín, y de varios de sus generales, excluidos debido al procesamiento en una causa por encubrimiento de otro barra, Maximiliano Oetinger, acusado del secuestro de un jubilado.
Dentro del estadio, la tribuna Natalio Pescia, como ocurre cada domingo, estuvo atestada de barrabravas xeneizes que marcaron como siempre su territorio. Afuera, los violentos participaron también de un enorme negocio, que incluyó el control de las zonas aledañas al estadio, los estacionamientos y la reventa de entradas.
Se trató del regreso, de la mano de Tapia y Angelici, de los violentos xeneizes al ámbito de la Selección, de la que se habían alejado desde el Mundial 2010. Es que los líderes de La Doce no congeniaban con la agrupación las Hichadas Unidas Argentinas, esa suerte de confederación barrabrava. El alejamiento había durado prácticamente hasta ahora, pero con Angelici pisando fuerte en la AFA, la historia cambió en favor de los violentos.
De las huestes de la AFA y de Angelici llegaron a las manos de los violentos xeneizes las más de 4000 entradas destinadas en principio para discapacitados, que los barras revendieron para realizar su negocio millonario. A cambio, el dirigente xeneize solo pidió que se la jueguen por él, que no haya quilombo ni puteadas a los jugadores. Alentaron, todo el partido. Y explotaron la Bombonera tanto como los negocios, con el guiño de la dirigencia.
Esto contrastó severamente con la imagen de cambio que quiso darse los días anteriores con la visita del presidente de la FIFA, el italo-suizo Gianni Infantino, a Buenos Aires donde se reunió con el presidente de la Nación, Mauricio Macri, el presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez, y su par de Paraguay, Horacio Cartés. Los tres países que impulsan la candidatura conjunta como organizadores del centenario Mundial de 2030.
Por eso, independientemente del resultado de anoche, la AFA –que ayer debió vallar su sede de la calle Viamonte por temor a ataques de hinchas enojados– perdió otra vez su partido contra los violentos, a los que convirtió en aliados circunstanciales, a los que les llenó los bolsillos a cambio de un aliento que nada tiene de incondicional.