Messi marcó el segundo gol y antes de que los ecuatorianos sacaran del medio los hinchas argentinos presentes en Quito empezaron a cantar aquello de que “vamos a salir campeones otra vez, como  en el 86”. Una síntesis perfecta de nuestro modo de vivir este juego, de nuestra increíble calidad de veletas, capaces de cambiar la idea de que estamos envueltos en las llamas del horno, por la de creernos en la antesala del paraíso ruso. 

Antes del partido 9 de cada 10 argentinos hubieran firmado cualquier papel que asegurara un lugarcito en el repechaje, porque entre otras cosas desconfiábamos de nosotros, de lo que hiciera Brasil ante Chile y no creíamos que Venezuela le fuera a hacer fuerza a Paraguay. Ahora la tabla dice que Argentina terminó en el tercer lugar y eso puede contribuir a la confusión general. Costó sudor y lágrimas llegar hasta ahí, se alinearon los planetas para que los resultados de otros encuentros dieran una buena mano en la fecha anterior y lo que menos debemos hacer ahora es agrandarnos, creer que fracasamos si salimos segundos en algo.

No estaría bueno olvidar que los dirigentes patearon siempre en contra, que Segura, el triunvirato con Pérez a la cabeza y Tapia marcaron rumbos confusos, que hubo una votación de 75 personas con 76 votos; que se cambió de caballo dos veces (de Martino a Bauza, de Bauza a Sampaoli) en el medio del río turbio, de un torneo en el que se navegaba a la deriva, con un capitán solitario y un montó de marineros mareados.

Cuando anoche Ecuador se puso en ventaja al minuto de juego ya se empezaban a formar los pelotones de fusilamiento contra los futbolistas, empezando por Messi y el entrenador, a quien entre otras cosas, no le aceptan que tenga algunas posiciones progresistas en su vida privada. 

El uno a cero se produjo porque se trataba de un partido de fútbol y una buena pared de los rivales puede terminar en gol. Y como de fútbol de trata se dio que Argentina tuvo menos oportunidades que en encuentros anteriores, pero las convirtió y tuvo más espacios que en otras presentaciones y los aprovechó porque tiene al mejor jugador del mundo.

Se logró la clasificación. Festejemos. Pero esto no puede demorar la necesidad de cambios estructurales en el manejo de la AFA, en la selección nacional, en las juveniles, en la conformación de un equipo local que tenga tiempo para trabajar.

Bajamos del árbol el fruto tan deseado, pero que el árbol no nos tape el bosque.