En el 94 dieron la noticia de que Maradona quedaba fuera del Mundial hacia la tardecita. Yo tenía 20 años y trabajaba como preceptora en el mismo colegio donde había cursado el secundario; todavía recuerdo que nos enteramos en medio del turno que nos tocaba cuidar, el del curso de ingreso. Que lo comentamos con pesar. Que salimos con algunos compañeros y caminamos por la calle Bolívar hasta el subte, como siempre, pero que el silencio alrededor era tan espeso que no cabía duda de que la tristeza nos estaba llevando a todos. En el 86 estaba en 6to grado; la final fue un evento familiar en una familia de mujeres que compartía muchas comidas pero pocas oportunidades ante la tele, salvo esos partidos transmitidos desde México. Vagos, pero tengo recuerdos del 78 (la avenida Cabildo desbordada, ver miles de personas por la calle, caminar hacia un destino incierto en medio de la multitud, la multitud misma, la multitud de noche).  

Posiblemente porque fue el último, de 2014 tengo montones, pero mi favorito es de una catástrofe, no de un partido: iba en el auto de dos amigos, Laura y Horacio, a lo de otra amiga, Claudia, que vive en un barrio de zona norte de fácil acceso, pero cuya bajada de la ruta pifiamos. Aparecimos en alguna calle de tierra, lejos, muy lejos del destino, donde los demás amigos ya estaban viendo el partido y arrancando la picada, porque total, en el auto, con nosotros, iba el postre. Encallamos en el barro, nos tuvieron que venir a rescatar. Llegamos al segundo tiempo, pero llegamos. Algo de picada quedaba, casi todo el postre quedó en el auto.

Cuando empezó el mundial de 2014 estaba afuera: le pusimos onda en bares con amigas de España, Uruguay y alguna argentina; nadie gritaba, no fue lo mismo. Pero anoche, cuando empezó el partido, estaba en el subte. El primer gol, el de Ecuador, no lo mencionó nadie; pero sí hubo un grito ahogado. Al lado mío, un señor de traje y auriculares se retorcía tan nervioso que terminó en cuclillas; yo intentaba seguir las jugadas escuchando la transmisión en una app de radio en el celular, pero claro, el servicio de datos en la ciudad es todo menos estable y continuo. Unas estaciones después se escuchó la voz de un señor en todos los vagones: el conductor del subte. “Argentina 1-0. Perdón, 1-1… ¡Disculpen, es la emoción! Doce minutos del primer tiempo 1 a 1, gol de Messi”, anunció. Y entonces hubo risas. Minutos después, cuando en la transmisión de la radio comenzaba el relato de lo que podía terminar en gol, el conductor relató para nosotros la incidencia: casi fue un gol, pero no. No. 

Y entonces la formación empezó a ingresar a la estación Juramento.  Por los bocinazos comprendimos que en realidad estábamos llegando a Rusia.

El mundial, para una no futbolera pero ciento por ciento mundialera es eso tan inesperado que pasa cada cuatro años, siempre entre junio y  julio. Y un poco la previa también.