Cuando al actor hongkonés Byron Mann le ofrecieron personificar a Ryu, no tenía ni idea qué era Street Fighter. “En mi vida lo jugué”, duplica la apuesta quien fuera el personaje más emblemático de la saga en Street Fighter: The Movie, aquella bastardeada y pop(ular) película con protagónicos de Jean-Claude Van Damme, Kylie Minogue y Raúl Juliá. “A la mitad del rodaje me enteré que se trataba de un videojuego”, triplica Ryu, que habla con el NO desde Estados Unidos. Este año, la franquicia en cuestión, la más importante entre los videojuegos de peleas junto con Mortal Kombat y The King of Fighters, está soplando 30 velitas.
Corría 1994 y el primer Street Fighter tenía encima unas siete primaveras. Para entonces, Calle 13 no existía ni había sacado Atrévete te te (“Sacudete el sudor como si fueras un wiper/ Que tu eres callejera de Street Fighter”) y la compañía japonesa Capcom ya se había despachado con Street Fighter II: The World Warrior, el navajazo cultural que explotó en las salas de arcades del planeta. Aquel juntadero de malandros y dedos talentosos sería el causante de un tatuaje que la humanidad jamás pudo borrar: la ñapi de un rubio a un morocho en cueros, mientras la cámara se eleva por un edificio. Dos personajes que ni siquiera aparecían en el juego pero que serían la manija babosa de varias generaciones de fichineros.
“Para esos días, los jugadores de Street Fighter eran muy pequeños. Pero unos seis años después de aquella película me empezaron a parar por la calle. Y hasta ahora, más de veinte años después, me siguen reconociendo como Ryu”, suma Byron. Y aunque la crítica y el fandom quedaron insatisfechos, a él no le importa. “¡Yo no hago películas para que me digan que soy un capo!”, revolea Byron Mann como hadouken en la jeta de Sagat.
Hay una leyenda negra a propósito del último largometraje del mítico Raúl Juliá, que hizo del General Bison. Se supone que falleció en medio del set y la película fue terminada con dobles y post-producción. “Durante la filmación estaba irreconocible. Había perdido como 40 kilos. Me daba la sensación de que sabía que iba a morir pero hizo la película porque sus hijos eran fanáticos del juego”, comenta. “Pero esa leyenda es absolutamente falsa”, apunta. En verdad, Raúl Juliá murió tiempo después.
Asimismo, el rodaje tuvo sus matices. Por el calor abrasador de Australia y Bangkok, los productores decidieron filmar las últimas 30 páginas del guión en Vancouver, Canadá. En resumen, esta aventura de Steven E. De Souza (el man que hizo Duro de Matar 1 y 2 y Comando, con Schwarzenegger) costó 35 palos y cosechó unos 100. ¿Quién se animaría a quejarse? Aunque, eso sí, por más que les pese a unos cuantos, en los adentros de Capcom, este cover de Bloodsport de Van Damme (El Gran Dragón Blanco, la del torneo de artes marciales) es considerada la “oveja negra” de la familia. “Yo la recuerdo con mucho cariño”, remata Byron. “Y obviamente que me gustó: fue la primera película realmente grande que hice en mi vida. Es como mi hijo y aunque mi hijo sea feo, lo voy a seguir queriendo.”