Es uno de los más grandes. Creador de un mundo propio, reflexivo, poético. Quino (Joaquín Lavado) se ha situado de manera distintiva. Es un maestro.

Desde ya, Mafalda es quien brilla en la obra del mendocino. Y con justicia, está claro. Es la historieta que ha logrado lo que pocas. Todos tenemos una relación particular con ella. Practique las preguntas siguientes a una misma persona:

--¿Leés historietas?

--No.

--¿Leíste Mafalda?

--Sí.

La negación/afirmación es curiosa. Como si Mafalda fuese diferente de la categoría con la que se corresponde. De todas maneras, es también cierto que aun cuando muchos lectores no lean historietas, sí han leído -o leen- Mafalda.

En este sentido, es notable la actualidad de esta tira, nacida en 1964 como compañía gráfica de la marca de electrodomésticos Mansfield (en un proyecto de la firma Siam Di Tella que quedaría inconcluso), luego devenida historieta por derecho propio en: Leoplán, Primera Plana, El Mundo, y Siete Días Ilustrados, donde aparecería por última vez en 1973.

Si bien Mafalda excede límites temporales, no deja de ser expresión de su época, a la que invita. Sus cuadritos relevan una Argentina que parece más o menos lejana, donde supo haber "alguna vez" un presidente que tomaba mate: el ejemplar Arturo Illia. Sumida en los derroteros políticos de su país y del mundo, la niña que amaba a los Beatles no podía evitar su pesar, su desilusión, tras el golpe de estado de Juan Carlos Onganía: "Entonces, eso que me enseñaron en la escuela...", decía desde un primerísimo primer plano.

Esa preocupación, podría pensarse, terminó por oficiar como mirada prospectiva, de intuición sobre algo todavía peor. El vaivén dado entre las dictaduras militares y los esporádicos momentos democráticos, tuvieron en Mafalda una especie de portavoz. No porque la historieta se lo propusiera, sino por el lugar lúcido que supuso y hubo de ratificar con el paso del tiempo. Traída a la actualidad (sin ir más lejos, el diario La Capital la exhibe en su contratapa), Mafalda es un salto al pasado que preanuncia lo que todavía sucede: racismo, guerras, desaparecidos, hambre, explotación, indiferencia, millonarios.

Quino, vale subrayar, se ha manifestado siempre como alguien politizado. Sin ir más lejos, su máxima creación lo demuestra: Mafalda es una historieta política (¿hay alguna que no lo sea?). En diálogo con la revista Playboy mexicana, dijo: "(...) el capitalismo también se va a ir al carajo. Esto no puede continuar así. Yo lo que espero es que a la larga se intente otra forma de socialismo. No igual al que ya fue, pero para mí sigue siendo el mejor sistema de gobierno". Con sencillez, agregaba: "Qué maricones los militares argentinos. Porque por lo menos los militares brasileños admitieron haber matado y les devolvieron los cadáveres a los familiares. Los argentinos los desaparecieron y todavía siguen negando todo. La cobardía de esta gente es lamentable, inadmisible".

Mafalda supo también acompañar las tareas prácticas de muchas aulas de escuela. Todos nos hemos encontrado con algún cuadrito de la niña preguntona entre las tareas de Lengua o Educación Cívica. Ahora bien, y esta es una preocupación personal, ¿no hubo desde hace un tiempo cierto "corrimiento" hacia el Gaturro de Nik? Por decir que las maestras no eran lectoras de historieta y que por eso elegían Gaturro, al guionista Luciano Saracino se le armó, hace unos años, un lío bárbaro. Por las dudas: Quino no lo quiere a Nik (reconocido plagiador de Quino y de otros) ni en figuritas.

El éxito de Mafalda se relaciona con un hecho esencial: la edición en libros. En un primer momento, fueron editados por Jorge Álvarez, luego por el gran Daniel Divinsky a través de Ediciones de la Flor. Surgió así una sobrevida que continúa, que trascendió de manera extraordinaria. Mafalda pasó a ocupar, a la vez que un sitial de honor en los kioskos, espacio en las librerías, ámbito todavía receloso para la historieta.

Desde ya, sobresale en Mafalda la artesanía del dibujante, con la que perfila, cuadro a cuadro, una misma tensión, que descansa en la caracterización del grupo familiar y social: un entorno de clase media satisfecha, sin demasiadas ganas de mirar hacia atrás, tampoco hacia adelante, encandilada de televisión. Mafalda es un fusible que dispara dardos, que interpela. Un aguijón que tendrá complemento caleidoscópico con Susanita, Manolito, Libertad, Felipe, Guille, Miguelito. Un mundo de adultos pequeños o de locos bajitos.

De esta manera, Mafalda se inscribe en una galería de obras relevantes como Periquita, de Ernie Bushmiller; La pequeña Lulú, de Marjorie Henderson Buell; y fundamentalmente Peanuts, de Charles Schulz. Hay referencias cruzadas entre estas tiras, pero Mafalda adquiere -así como sus precedentes- un cariz distintivo. Seguramente, esta delineación la aportó el trabajo continuo. Y el desgaste inevitable. Quino supo cuándo parar, hasta dónde continuar. A partir de 1973, la historia del país se dedicaría a escribir otro capítulo. (Por otra parte, si Mafalda encuentra filiación en obras previas como las referidas, es ella la que ahora provoca nuevas relaciones. No casualmente, se la ha emparentado con la niña protagonista de Persépolis, la obra maestra de la iraní Marjane Satrapi.)

Desde luego, Quino continuó su hacer, focalizado en el humor gráfico. Como señala Juan Sasturain en una de las emisiones de Continuará, antes y después de Mafalda -su única tira- Quino hizo mucho humor gráfico. Su talento despuntó tempranamente en Esto es, Avivato, Popurri, para continuar en publicaciones como Rico Tipo, Tía Vicenta, Vea y Lea, Democracia, TV Guía, Panorama, Leoplan, Siete Días, Mengano.

El humor sin palabras está en la génesis de su genio, un rasgo que el mendocino dice haber admirado tempranamente en artistas como los franceses Yvan Le Louarn Chaval y Jean-Maurice Bosc. Lo que el paso del tiempo le ha agregado a Quino es una profundidad cada vez mayor, una complejidad gráfica que le volvió más detallista, atento a matices que el dibujo guarda para la mirada paciente (quizás aquí radique lo problemático de su traslado al dibujo animado, asunto que con mejores resultados asumió el cubano Juan Padrón en Quinoscopio). Lo que seguirá intacto es el minimalismo, a partir del cual cifrar y referir de maneras sesgadas. Seguramente sea éste uno de los aspectos más importantes al momento de pensar la trascendencia internacional de Quino.

Con o sin Mafalda, el humor de Quino ha conocido los países de Portugal, Francia, Italia, Brasil, México, España: en este país le dieron el Premio Príncipe de Asturias en 2014, galardón con el que por primera vez se elegía a un dibujante. El premio fue otorgado de manos del rey Felipe VI, una especie de ironía que cuadra con el mundo Quino, dado su reconocido ateísmo (o, mejor, agnosticismo) así como el credo antimonárquico profesado por sus padres.

Al momento de recibir ese premio, Quino ya había anunciado su retiro en 2009. No sé si seré certero, pero en sus palabras de despedida hay algo de melancolía y ensimismamiento: "Me pareció acertado (...) tomarme un tiempo hasta encontrar algún modo de renovar el enfoque de mis ideas o al menos nuevas formas en mi línea gráfica. Lamentablemente, al día de hoy no he sabido encontrar la fórmula de tales cambios", decía en su carta manuscrita, publicada en revista Viva, en donde ya se venía republicando material suyo.

Crack Bang Boom lo homenajea y es evidente que todo homenaje ya le queda chico. Tanto es lo que le admiramos y debemos. De todos modos, aquí está, entre nosotros, como el referente que nos moviliza y enseña, sin dogmatismo ni bajadas de línea, sino desde la pregunta que una y otra vez formulan sus cuadritos. Porque los errores, dice Quino, se repiten. El mundo sigue empecinado en masacrarse y degradarse, con la fascinación puesta en el dinero y los adinerados. Menos mal que está Mafalda. Menos mal que están los Beatles.

 

(1) Entrevistado por Mónica Maristain, y reproducido en Radar, Página/12, 22/02/2004.