Desde Rosario

Crack Bang Boom comenzó a cimentar su prestigio en octubre de 2010. Por entonces no existían ni Comicópolis, ni Argentina ComicCon, ni Dibujados. Viñetas Sueltas traía invitados internacionales, pero del palo más independiente. El extinto Animate prometía el oro y el moro y no cumplía nada. Así que cuando el multipremiado dibujante Eduardo Risso anunció una convención de nivel internacional en Rosario, no faltaron los escépticos. Muchos no creían que, de buenas a primeras, primeras figuras del comic norteamericano más mainstream, como Jim Lee o Brian Azzarello, fueran a pisar Argentina. Mucho menos ir a un evento fuera de Capital Federal. Otros –no sin cierta malicia– pronosticaron que “no duraban más de una o dos ediciones”. Todos se equivocaron. Lee y Azarello caminaron por la rambla rosarina con una nube de fans alrededor y desde entonces, decenas de autores y editores nacionales e internacionales visitaron la convención cada año. A partir de hoy Crack Bang Boom celebrará su octava edición consecutiva, como siempre en el Centro de Expresiones Contemporáneas de la municipalidad local y en cuatro espacios adyacentes. Ni el comiquero más obtuso podría negar la importancia fundamental para la historia del noveno arte del invitado central de este año: Frank Miller.

Miller es de esos autores que no dejan indiferente a nadie. De su plumín surgieron tres obras de esas que siempre aparecen en los rankings: 300, en torno a la epopeya de los espartanos en el paso de las Termópilas; El regreso del Caballero Oscuro, con el que redefinió el mito de Batman; y Sin City, la serie de historietas de policial negro. Eso sin contar otras pequeñas joyitas menos conocidas por el gran público, como Tales to offend. Varias de esas obras se adaptaron al cine. Maestro del claroscuro, las líneas tajantes y el uso de las masas negras al componer sus páginas, Miller también llama la atención por sus opiniones políticas, que expone muchísimo más que sus colegas y siempre resultan provocativas: a contramano del mundillo cultural estadounidense, Miller se planta abiertamente republicano y celebró las intervenciones de Estados Unidos en Medio Oriente. En cierto modo, se lo puede comparar con Clint Eastwood: un artista brillante con el que es muy difícil acordar ideológicamente.

Pero aunque la figura de Miller es la más convocante de esta edición (y sin dudas se trata del historietista más relevante en pisar Argentina este año), no es el único invitado al festival. Este año volverá a ser de la partida el guionista norteamericano Brian Azzarello (100 Balas) y también participará el reconocido dibujante boliviano Marco Tóxico, visitante recurrente del circuito independiente local. A los internacionales se suma el japonés Hiroaki Inoue, coproductor de los célebres estudios Gainax (esos que dieron la brillante Evangelion). Aunque Inoeu estará sólo dos jornadas en Rosario, alcanzará para recorrer la actualidad el animé en su país y conocer el trabajo de artistas locales. Los autores nacionales son legión: Paula Andrade, Flor Balestra, Leonel Castellani, Ernan Cirianni, Pablo Colaso, Diego Greco, Rodrigo López, Manuel Loza, Domingo Mandrafina, Jorge de Los Ríos, Derlis Santacruz, Jazmín Varela, Lucas Varela y Gerardo Zaffino. Además, decenas de autores y editores llegarán a la ciudad para presentar sus libros y proyectos, desde los autores más noveles hasta consagrados como Horacio Altuna. Y de yapa, se homenajeará a la distancia a la figura de Quino, quien hace algunas semanas anunció que finalmente no podrá viajar a la ciudad. Por otro lado, la figura del editor invitado este año tiene una vuelta de tuerca, pues no se trata de una editorial “física”, sino de una plataforma digital a punto de salir al mercado y que viene a sumar material. Se trata de Rootinks, un sitio que –según pudo averiguar PáginaI12 con sus responsables– tendrá un modelo de negocio similar al de Netflix, pero vinculado pura y exclusivamente a la historieta.

A partir de allí la atención se disgrega y Crack Bang Boom se convierte en lo que cada visitante quiere que sea. Algunos se comerán las uñas anticipándose a la entrega de los premios Carlos Trillo, el sábado. Otros la ignorarán por completo y llevarán su mirada al concurso de cosplay, en la pasarela que se instala especialmente en la costanera. A alguno le copará más la charla que brindará la productora cinematográfica Silenn Thomas. Y habrá otros dispuestos a gastarse el aguinaldo amarrocado en la catarata de novedades y lanzamientos que las editoriales preparan especialmente para la cita rosarina. Unos cuantos irán corriendo a los lugares de las muestras (en especial la que homenajea a Fontanarrosa en el Galpón 13 y la dedicada al ítaloargentino Hugo Pratt en el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa). Y tampoco faltarán los que –como si del festival de Cosquín se tratara– esperan con más ansias las actividades nocturnas, el post festival, que lo que figura en la grilla de actividades oficiales.

Crack Bang Boom tiene mística. Algo fácil de explicar si se piensa en los invitados que trajo a lo largo de los años, su creciente número de visitantes (casi 35.000 en 2016), el lugar central que ocupa en el calendario de los sellos locales y en la peregrinación cuasi religiosa que emprende el fandom y que agota las reservas de los hostels rosarinos, pero hay un plus difícil de asir. Quizás lo que mejor grafica esa mística es una anécdota improbable: en el ambiente comiquero local suele decirse que el técnico de fútbol Carlos Bianchi le dejó a Risso su famoso “celular de Dios”. Que aún con tormentas anunciadas, cuando llega el día el cielo se despeja y el sol brilla sobre los fanáticos del noveno arte que se viajan a Rosario. Esta edición el pronóstico del clima sugiere idéntico ritual: apenas caerán unas gotas la mañana del jueves, antes de la apertura de puertas. Para el sábado y el domingo, habrá sol como para poner la tinta en ebullición.