En el arduo y decisivo proceso electoral que está en marcha en Argentina, atravesado por la propaganda y la manipulación ideológica por efecto de los medios masivos de producción de información oficial, este breve artículo intenta postular algunos de los principios de funcionamiento de ese fenómeno renombrado “posverdad”, y sus efectos sobre los discursos, sobre las políticas y sobre la subjetividad.
Enumeración La posverdad, aparente fenómeno posindustrial, inabarcable y totemizado, pone sin embargo en juego una serie de recursos ligados a la semiótica y la dialéctica, previsibles por cierto. Podríamos enumerarlos de la siguiente manera:
1- Los fenómenos de posverdad, y sus efectos en la estructura de lo que llamamos organización social, están en la lengua.
2- Entonces es posible develar su funcionamiento.
3- También es posible desmantelar este automático denominado posverdad.
4- Si está en la lengua, su lógica remite al funcionamiento de lo inconsciente.
Mecanismos La posverdad pone en juego al menos tres mecanismos entrelazados:
1- Tensión imaginaria.
2- Especulación.
3- Paranoia.
Por ejemplo, la estructura señalada por Freud en “El chiste y su relación con lo inconsciente” anticipa este tipo de funcionamiento de emergencia de lo inconsciente. Con la diferencia fundamental que la posverdad se paraliza, se detiene libidinalmente, en la primera instancia de funcionamiento de este complejo dispositivo ligado a las formaciones de lo inconsciente. Es decir, la posverdad es una formación de lo inconsciente trunca, imperfecta, inacabada, atada al primer tiempo lógico de formación de síntoma.
Tiempos hacia la “verdad total” 1. En ese primer tiempo –donde la posverdad se detiene–, a diferencia de lo que se supone respecto de un “avanzar más allá”, nos encontramos con una apelación al sujeto en una detención libidinal en el primer tiempo de la formación del inconsciente donde prolifera el trabajo del encubrimiento. Es un paso no reconocido como tal, donde queda pendiente el reconocimiento de la huella que se está transitando. La fórmula psicoanalítica para este mecanismo es “yo no sé que sabía”, un saber no sabido; incluso forzando la fórmula, en términos lacanianos: “el dicho se esconde en el decir”.
Pero, ¿qué significa esto?
En términos estrictamente semiológicos se caracteriza por una modalidad de reconocimiento del fenómeno, que podríamos denominar del orden de los mecanismos psíquicos primarios, ligados a la vida y al psiquismo infantil, y que también podríamos resumir en la fórmula proyectiva de “el que lo dice lo es”. El que lanza la acusación es el que está implicado subjetivamente en esa acusación.
2. En el segundo tiempo nombra como tal lo que está en juego del orden de la verdad. Este tiempo está caracterizado por un mecanismo de postergación, una enajenación y una proyección: “no es eso –que me implica– sino lo otro o el otro”.
3.En el tercer tiempo se instala y cosifica la acusación proyectiva, haciendo al otro objeto de la imputación proyectiva. Esa imputación aparece como gema de verdad-posverdad anticipatoria, o mejor decir de índole paranoide, ya que en verdad sólo se trata del conocido mecanismo de proyección, tomando la forma de la imputación ciega que encarna perfectamente la fórmula del nazismo en la estrategia de la propaganda nazi de Goebells: “miente que será verdad”. Ese es el momento de posverdad, haciendo al otro-víctima y objeto de la pretendida verdad última y reveladora.
Una verdad sin medias tintas, una verdad tanto acusatoria como total. Una verdad que se asiente de manera excluyente sobre la creencia –ciega–, una falsa verdad acoplada al andamiaje del falso discurso capitalista, allí donde el pretendido saber de la creencia desliza una y otra vez en la posición del significante sobre los efectos de verdad, produciendo un girar infinito y automático.
El cómplice necesario o la invocación al cogito cartesiano Pero para que haya una víctima, se necesita un cómplice necesario, un cómplice que compagine con la estructura de sugestión, como en los actos de ilusionismo. Se hace referencia aquí a la necesaria y conocidísima figura alegórica del “genio maligno” cartesiano, como único modo racional de posibilitar la prueba de realidad. La posverdad no está ajena entonces de un tipo de funcionamiento conocido hace ya trescientos años sobre las propiedades del cogito cartesiano como maquinaria de control en la fundamentación práctica racional.
Aquí se produce una vez más una invocación a la ilusión –percepción sin objeto– que contradecirá el principio de realidad, la prueba de realidad. La posverdad tendrá entonces una fenomenología análoga entre la refutación de la prueba de realidad del auditorio –atrapada, entregada y aceptando las reglas de juego de ese acto de ilusionismo– y la percepción sin objeto. Estas dos condiciones son fundamentales para que el acto de ilusionismo se ponga en marcha y se desencadene.
Aquí, la posición del cogito: “yo pienso”, queda transpuesta a favor de su perversión en la posición del hablante como aquél que habla desde la excepción que da sustento a la existencia del “genio”. El hablante se transforma en el genio maligno excepcional y único, excusa para que el mecanismo de funcionamiento automático pueda realizase y llevarse a cabo. El ciudadano pasa a ser no un sujeto cartesiano –en el mejor de los casos– inscripto en la historia de las luchas sociales de occidente y en la política de los cuerpos, sino un ser excepcional que sólo existe para dar cuerpo al andamiaje de la lógica racional.
Un cuerpo que no es testigo sino relleno.
Una vez más, aquí habríamos de interpelar al auditorio respecto de su compromiso con el rechazo de la prueba de realidad por una parte, y con la insistencia en la percepción sin objeto, es decir con la viscosidad en un tipo de elección de objeto al modo del espejismo del recuerdo. Este mecanismo también es muy antiguo, propio incluso de los mejores adivinos y vendedores de suertes.
Despertar El problema, como en las mejores pesadillas, es hacerlos despertar. Es, en todo caso, la única invocación al trabajo que no puede prestársele al soñante: que despierte para comenzar a analizar el sueño y sus profundas y complejas implicancias inconscientes.
La posverdad es un montaje con implicancias sobre el juicio de realidad.
Por otra parte, siguiendo en esta línea de análisis, invocación al desmantelamiento de la fórmula guebeliana: “yo no fui, es él”, que en su sola formulación descubre al agente de esa enunciación como responsable, por eso que allí se dice.
La única verdad que se plantea a medias es aquella que implica la posición iniciada por el acusador-emisor del discurso. La interpelación subjetiva es la que precisamente se hará sobre la proposición de ese discurso como verdad total. Ese pretendido blindaje por la totalidad de la verdad es su punto de inflexión, de quiebre y de ruptura discursa.
La totalidad es imposible, tanto como el trabajo de analizar, educar y gobernar.
Una vez más, como psicoanalistas, tenemos que echar mano de los recursos clínicos y teóricos que nos permiten hacer de nuestra práctica una práctica con lo real, como “aquello que no cesa de no inscribirse”, es decir que insiste para procurar una inscripción en el plano subjetivo y simbólico, una inscripción que podamos establecer como del orden de la novedad y la creación. Del orden de una verdad en ciernes, discursiva, en curso de discurso y discusión.
* Miembro de EPC, Espacio Psicoanalítico Contemporáneo. Publicó, entre otros, los libros –coautor con José Luis Juresa–: Gérard Haddad, un periférico del psicoanálisis. Después de Auschwitz y a partir de Lacan. Editorial Letra Viva, y de reciente aparición: Auschwitz con Hiroshima. Sobre el resplandor en la línea de montaje. Editorial Eduvim, Editorial Universitaria de Villa María Córdoba, Argentina.