“Sepa solamente que he visto varias veces a la esperanza –lo que llaman: las mañanas que cantan– llevar a gente que apreciaba tanto como lo aprecio a usted al suicido.”
Jacques Lacan1
Sabido es que el arte suele brindar valiosas claves para abordar los embrollos humanos. Por ejemplo, encuentro que en la recreación fílmica de la novela de Gustavo Di Benedetto, Lucrecia Martel ha sabido articular el drama de un funcionario americano al servicio de la Corona española con la esencial inconsistencia identitaria que aqueja al ser hablante, cuyos avatares hoy desgarran la actualidad de nuestro país. En la espera de la misiva real que apruebe el traslado de Don Diego de Zama a Buenos Aires bien puede leerse la voluntaria servidumbre de una subjetividad sometida a un Amo que promete los brillos de la metrópoli. Y, conforme el Amo exige más espera y entrega, el odio hacia lo propio y autóctono crece tal como antaño afloraba el sudor bajo las pelucas en la Asunción del siglo XVIII. Para esto no hay cabina antiestrés que valga, a no ser el marketing publicitario forjado para olvidar el ajuste permanente generado por una deuda que no sabe ni quiere esperar. Así, la esperanza que hoy nos ofrecen se asemeja al encierro propio de una inhibición, tan aferrada al ilusorio ser de los títulos como extraviada respecto de la propia condición y deseo, la misma que el “oficial corregidor” Don Diego experimenta cada vez que la impotencia le objeta abordar una mujer, la misma quizás por la cual hoy se renuncia a estar mejor a cambio de que al otro le vaya peor.
Nada mejor que la ficción a la hora de cernir el estructural agujero de toda identidad, en este caso la de este país tan reñido con sus raíces. Según Juan José Saer: “Tierra es ésta sin... –eso fue exactamente lo que dijo el capitán cuando la flecha le atravesó la garganta”2. Esta cita de “El Entenado” alcanza para vislumbrar la violencia que –como correlato de la anomia– emergió no bien la “civilización” hacía pie en suelo americano. De la misma forma que, al proponer “Un desierto para la nación: la escritura del vacío”, Fermín Rodríguez revertía –sin dejar de homenajear– títulos como “Una nación para el desierto argentino”3, el cual más allá de todos sus valores, no deja de invisibilizar la existencia, cultura e historia de los pueblos originarios. Pero si de desiertos hechos de discurso hablamos, imposible no evocar la cínica mueca de Videla cuando afirmaba: “no están ni muertos ni vivos, están desaparecidos” (dicho sea de paso la rendición del último cacique mapuche tras el genocidio de la campaña del desierto fue un 24 de marzo de 18844).
Por otra parte, nunca hay inocencia en los procedimientos literarios. Fermín Rodríguez señala que “En La Cautiva de Esteban Echeverría, aparecen los aullidos, los gritos, la idea de un lenguaje inarticulado que se encuentra entre lo animal y lo humano. Esa es la manera como una cantidad de sujetos aparecen en los textos como un ruido de fondo contra los cuales se construye el sentido de lo nacional”5. Vale destacar que Martel se apropia del mismo recurso en este film cuya banda de sonido deja oír una serie de voces y sonidos a lo lejos, quizás tan solo insinuadas para señalar el carácter decisivo que lo no manifiesto guarda en toda escritura.
En el desenlace de la novela Zama reflexiona: “...hice por ellos lo que nadie quiso hacer por mí, decir, a sus esperanzas, no”6. Una posición tan afín a la crítica que Lacan formula sobre la esperanza, como ajustada a la muy particular figura que Freud recomienda para el acto del analista y su manejo del tiempo en un tratamiento: “el león salta una vez sola”7. Quizás la mejor indicación para quien –como observa la ética del psicoanálisis– escribe en el vacío, tal como hace Zama al desembarazarse de la esperanza, movimiento que el texto ilustra de manera tan gráfica como brutal. Al respecto dice Martel: “Se me ocurre que cuando Di Benedetto escribió esta novela no estaba lejos de su mente la metáfora de que una persona sin manos no tiene de dónde agarrarse y entonces debe dejarse llevar y fluir”.8
* Psicoanalista.
1. Jacques Lacan, “Televisión”, en Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 568.
2. Juan José Saer, “El entenado”, Buenos Aires, Seix Barral, 2002.
3. Tulio Halperín Donghi, “Una nación para el desierto argentino”, Centro Editor de América latina.
4. Manuel Namuncurá, Hambriento, desnudo, sin armas y con la promesa de que le iban a entregar tierras para el cultivo y la cría de ganado, se entregó en la localidad neuquina de Ñorquín el 24 de marzo de 1884. Luego, el Estado lo ascendió al rango de coronel de la Nación, pero esto no llegó a compensar la pérdida de sus tierras. (www.am-sur.com)
5. Fuente: www.clarin.com
6. Antonio Di Benedetto, “Zama”, Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, p. 288.
7. Sigmund Freud, “Análisis terminable e interminable” en Obras Completas, A. E. tomo XXIII, p.222.
8. “Zama, atrapado en la esperanza”, fuente: elpais.com