“La primera vez que me di cuenta que mi hija me estaba cambiando la cabeza fue en el Paro de Mujeres de 2016, cuando escribió en una cartulina esta frase para llevarla a la marcha: “volvemos a las calles porque nuestras jornadas laborales son, en promedio, tres horas más largas que las de los varones”. Ella no trabaja, está en cuarto año del Mariano Acosta, pero me abrió a una conciencia que yo no tenía. Aunque siempre estuve inserta en el mundo laboral y siempre creí compartir tareas con el padre de mis hijas, no sólo no conocía la estadística, ni siquiera me había puesto a pensar que esto era así, que yo me ocupo el doble o más que él, y que eso también es machismo” dice Laura Bianchedi sobre su hija Lola y se sorprende sobre esa deconstrucción que empezó el año pasado y siguió con más charlas y debates. Lola y sus amigas estuvieron en diálogo con sus madres a raíz de las tomas y sobre todo, del episodio de abuso sexual que ocurrió en el Nacional Buenos Aires y que expuso a una adolescente a la intemperie del mundo dominado por la jerarquía patriarcal cuando el rector Gustavo Zorzoli no protegió su identidad como manda el procotolo de la UBA. “Las chicas venían y nos decían que el abuso sexual es común pero que no nos preocupáramos, que ellas estaban organizadas” relata Marcela, del mismo grupo de madres que Bianchedi, donde el intercambio de mensajes de whatsapp llegó a batir todos los récords. “Nos preocupamos igual pero nunca hablamos tanto entre nosotras, nunca nos cuestionamos tanto y creo que jamás escuchamos con esta intensidad a las chicas, tratando de entender a qué se refieren con “empoderamiento”, “organización”, “escrache” y aprendiendo. Porque ellas tienen herramientas que nosotras desconocemos. Nos hablaron de los abusos en el rock y nos mostraron que la autodefensa de las chicas pasa por la unión. Fue muy emocionante juntarnos” dice y jura que no va a ser tan reticente a la presencia de su hija Cielo en las movilizaciones, a quienes hasta hace poco veía salir de casa cada 3 de junio con un poco de miedo y desconfianza. “Es una lucha en la que ellas no nos están pidiendo nada pero tanto mejor es cuando las acompañamos. Y no como cuando una las acompaña las primeras veces a un boliche sino porque tienen razón, porque entendieron las cosas de otra manera”. Esas “cosas” que las pibas ponen en debate incluyen la urgencia por la legalización del aborto (“ya no se preguntan como nosotras si el embrión tiene status de persona o no sino que se centran en la cantidad de mujeres muertas por abortos clandestinos o por la imposibilidad de acceder a un aborto con pastillas”), la defensa de la ESI que es Ley Nacional desde 2006 y que el gobierno insiste en aniquilar y la urgencia de visibilizar las violencias, desde las más chicas que incluyen los casos de abuso callejero que se viralizaron, como el de Aixa Rizzo y el video casero donde ella lo denunciaba hasta los femicidios y las redes de seguridad que se tejen cuando de cuidarse entre todas se trata. “Hay varones que están involucrados pero son los menos” retoma Bianchedi y dice que hasta ahora ella pensaba que la revolución que le planteaba su hija pasaba por no preguntarse si las personas son hombres, mujeres, lesbianas o trans, pero jamás sobre cosas que la golpeaban tan personalmente como la violencia institucional de la medicina (hubo un caso el año pasado de una chica que denunció un abuso en un hospital muy conocido de CABA y logró que el médico fuera apartado) o las microviolencias en el trabajo, las universidades, los espacios de militancia. “Participé durante años de un colectivo de izquierda y recién ahora entiendo la separación de tareas, eso que nuestras chicas se niegan a aceptar como natural. Yo no me voy a quedar callada mamá, por más que gritar o pintarse el cuerpo no sea lo esperado para una chica, me dijo Lola”. Lugares que se intercambian cuando ya no se trata de criar verticalmente, de madres y padres a hijos e hijas, sino de un intercambio generacional que pone en las voces de las pibas cuestiones que en generaciones más adultas estaban adormecidas, o eran ignoradas. “Cada generación tendrá su lucha” dice Marcela pero se emociona porque la de su hija sea ir al Encuentro Nacional de Mujeres y espere la próxima puesta de cuerpos en la calle para hacer del grito colectivo uno propio, del que también aprende.
“Mi hija me abrió la cabeza. Yo era la tonta que decía: “No soy feminista, soy femenina”. Esos lugares pelotudos que una repite tontamente. Ella me rompió la cabeza con el patriarcado” dijo Cristina Fernández el miércoles en una entrevista radial con Elizabeth Vernaci. Se sabe que Cristina empezó a tomar nota de las palabras de Florencia y que destacó en varias conferencias internacionales, sobre todo frente al Parlamento Europeo en mayo de este año, la importancia del movimiento feminista de nuestro país y su incidencia en los agites que se irradiaron al mundo desde nuestro primer Ni Una Menos, en junio de 2015. Nunca antes se había referido al feminismo, un poco por aquella “pelotudez” de repetir lo aprendido en lo que coinciden tantas, otro poco por la reticencia política del peronismo a incluir el aborto en su agenda política.
Las más chicas también hacen sus aportes a la causa: Rita, de 11 años, va la Escuela nº 13 de CABA y confecciona una lista detallada de los “chicos machistas” de su grado. La hija de Violeta Osorio, activista feminista e integrante de Las Casildas, planteó en su escuela el último 8 de marzo que no hay que felicitar a las mujeres pero fue algo espontáneo, que se le ocurrió a ella, no estuvo mediado por la influencia de su mamá y de todo lo que escucha en su casa sobre los derechos de las familias a tener partos respetados. “Y lo pudo hablar con sus maestras y sus amigas y lo entendieron pero poder llevar eso a la escuela para ella fue importante” cuenta Osorio.
El futuro es de y para nuestras niñas y adolescentes y haber transformado sus pequeños mundos en galaxias donde el feminismo se respira y se construye en familia las vuelve dueñas de nuestra gran revolución.