PáginaI12 En Gran Bretaña
Desde Londres
En la “Crónica de una muerte anunciada” de la negociación por el Brexit el jefe de negociadores europeos decidió no extender el suspenso. Al fin de la quinta ronda de conversaciones con el Reino Unido Michel Barnier anunció que no se habían logrado suficientes progresos y, por lo tanto, no recomendaría avanzar a la segunda etapa de la negociación en la reunión con los 27 líderes de la Unión Europea la semana próxima. “El gobierno británico no pudo especificar qué compromisos financieros está dispuesto a honrar. Estamos en un punto muerto. Así que no podré proponer al Consejo Europeo la semana próxima que pasemos a la discusión de la futura relación que tendrá la Unión Europea con el Reino Unido”, dijo Barnier.
En junio ambas partes acordaron dividir la negociación del Brexit en dos etapas. La primera debía llegar a un “avance sustancial” sobre la deuda británica con el bloque, la frontera entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda y los derechos de los ciudadanos europeos y británicos. Una vez alcanzado este progreso “sustancial” - es decir, no un acuerdo definitivo, pero sí la superación de los principales obstáculos - se podría pasar a la segunda etapa que es mucho más compleja aún: la relación que tendrán una vez efectivizado el divorcio el 29 de marzo de 2019.
Barnier se concentró ayer en la diferencia financiera con el Reino Unido que dijo que estaba dispuesto a honrar sus obligaciones pero que, según el negociador europeo, no especificó en ningún momento cuáles son, con lo que resulta imposible calcular el monto adeudado.
Entre trascendidos, off the records y declaraciones, los analistas coinciden en que el Reino Unido acepta contribuir al presupuesto europeo hasta 2021 durante el llamado “período de transición” que deberían acordar las partes, pero se niega a pagar nada más allá. Entre las cuentas pendientes “más allá” están las jubilaciones del personal europeo durante estos 43 años de pertenencia británica al bloque.
A este problema de cálculo monetario se añade otro de secuencia diplomático-política. El Reino Unido quiere que la suma a pagar sea condicional al tipo de acuerdo que consigan ambas partes respecto a la relación post-Brexit. En esto el negociador europeo fue categórico. “El acuerdo que queremos no está construido sobre la base de las concesiones que hagan las dos partes. No hay concesiones a hacer sobre los derechos de los ciudadanos europeos o sobre el proceso de paz en Irlanda del Norte. En relación a la cuestión financiera, tampoco hay concesiones respecto a los miles de proyectos de inversión de la Unión Europea”, señaló.
En otras palabras, si el Reino Unido se comprometió cuando era miembro a financiar esos proyectos, tiene que seguir contribuyendo a su ejecución. No obstante Barnier intentó dejar una puerta abierta reconociendo que había habido progresos “a nivel técnico” y que “con voluntad política” se podía conseguir un “progreso decisivo” en los próximos dos meses. El negociador europeo insinuó que para reencauzar las conversaciones sería posible discutir detalles de los dos años de transición solicitados por el Reino Unido a partir de su partida en marzo de 2019.
A su lado en la conferencia de prensa en Bruselas, el ministro británico para el Brexit, David Davis, lucía menos sonriente y optimista que en otras ocasiones, pero con gran necesidad de mandar algún mensaje positivo para un futuro incierto. “Es cierto que hay mucho por hacer, pero también es cierto que hemos avanzado mucho”, dijo.
En el Reino Unido pocos lo vieron de esa manera. Si entre la oposición era de esperar críticas duras como las que lanzaron el líder de los laboristas, Jeremy Corbyn y los Nacionalistas Escoceses, tercer partido en el parlamento británico, la nota más alarmante vino de la mano de los empresarios británicos. “Con las negociaciones en un momento tan delicado, hablar de un punto muerto es profundamente preocupante”, señaló Carolyn Fairbairn, directora de la central empresaria británica, el CBI.
En el debate final de las elecciones alemanas el mes pasado, la canciller Angela Merkel y su rival, el socialdemócrata, Martin Schulz no mencionaron ni una vez el Brexit. En la política británica no se habla de otra cosa. La división en el partido conservador es tan profunda que una parte está pidiendo la renuncia del canciller Boris Johnson al que consideran abanderado del Hard Brexit y la otra busca la salida del de Finanzas, Philip Hammond, al que acusan de “Soft Brexit”.
Y no se trata de maniobras entre bastidores: la mayoría de los ataques se hacen a plena luz del día. Pesos pesado del partido, como el cerebro económico del Thatcherismo, Nigel Lawson, apoyados por la diputada Nadine Norris y con el invalorable concurso del matutino Daily Mail, tabloide que es el cuarto en circulación con dos millones de ejemplares diarios, pidieron al unísono ayer la partida de Hammond. “Es un depresivo, aguafiestas”, dijo Norris.
Hammond tiene una cara avinagrada y un pobrísimo sentido del humor, pero su pecado es oponerse a una inversión de miles de millones de libras “a fin de mostrar a Europa que somos serios”, según le dijeron al eurófobo tabloide The Sun dos ministros muy vinculados a la negociación. El plan de los eurófobos ministros era que Hammond hiciera el anuncio en el presupuesto de noviembre, algo a lo que el ministro de finanzas se negó en un artículo firmado de puño y letra publicado en el The Times. “Necesito asegurar que estamos preparados para cualquier resultado de la negociación, incluso el escenario de que no hay acuerdo alguno. Si llega el momento encontraremos los fondos necesarios, pero solo lo gastaremos cuando sea responsable hacerlo”, dijo Hammond.
El escenario de no acuerdo, que según algunas voces tiene un 50% de posibilidades, significaría que el Reino Unido pasaría de ser un miembro de la UE a relacionarse con el bloque como cualquier otro país del mundo bajo las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC): los aranceles de los alimentos que los británicos importan masivamente de la UE subirían en un 15%, la industria automotriz, que depende del suministro de autopartes del continente, sufriría un duro golpe y así sucesivamente.
Sería una ironía. La UE tiene 35 TLC vigentes con países y territorios, tiene otros 20 pendientes de ratificación, una docena en camino y Acuerdos especiales como la Asociación del Libre Comercio (AELC, con Islandia, Lichestein, Noruega y Suiza). El Reino Unido quedaría como un país absolutamente desconectado de un continente con el que hoy tiene un 50% de su comercio.
La economía británica está sintiendo estos vaivenes. La libra volvió a caer ayer, esta vez un 0,6%, con la conferencia de prensa de Barnier y Davis. La divisa británica está en su valor más bajo en décadas, algo que no ha estimulado sus exportaciones: el déficit viene aumentando desde mayo con caída de las exportaciones y aumento de las importaciones. Hasta ese valor inexpugnable británico, el precio de la propiedad en Londres, está disminuyendo por primera vez desde los 90.
El problema más insoluble es el político. No es solo que los eurófobos quieran deshacerse de un ministro y los pro-europeos apunten contra otro. Hace una semana el diputado conservador Grant Shpps anunció públicamente que contaba con el apoyo de 30 legisladores conservadores para exigir la renuncia de Theresa May. Según las reglas partidarias se necesitan 48 diputados para activar el mecanismo de elección de un nuevo líder que, en el sistema parlamentarista británico se convierte automáticamente en primer ministro, pero la señal de humo que debieron descifrar desde Bruselas es que resulta imposible saber quién está a cargo del Titanic británico, qué rumbo quiere tomar y si se dan cuenta de que, ahí, no muy lejos, hay unos témpanos mortales.