Walser, traductor del limbo, de Vanesa Guerra, es un ensayo inspirado en la vida y la obra de Robert Walser, el escritor suizo que ha cosechado miles de lectores en el mundo entero fanatizados no solo con sus libros sino también con la escritura de sus 526 textos microgramáticos, es decir, hechos de una tipografía prácticamente invisible de tan pequeña. Walser es un escritor varón criado como las flores silvestres, al margen de la gran ruta, de los parámetros estéticos hegemónicos y por eso Guerra lo presenta en la misma línea que al famoso Franz, dice: “lo confirmamos huérfano de todos los grandes padres. Huérfano generoso en paternidad con Kafka y con todos los hijos de Kafka”. Robert Walser nació en 1878, en el cantón de Berna, en una pequeña ciudad llamada Bien o Biell y es autor, entre otros libros, del memorable El paseo, de cuyo personaje, un paseante, dice Guerra: “Aunque camine y camine, no puede llegar a él” (a sí mismo). En la misma dirección se podría decir que tampoco esta narradora y ensayista argentina, aunque camine y camine, pretende llegar a una verdad única sobre el interior del extraño Walser ni sobre el resto de los autores que desfilan por las páginas de este libro. La autora busca abrir asociaciones con otras escrituras, como las de Macedonio Fernández, Herman Melville o E.T.A. Hoffman, de quien dice: “Hoffman escribe en ese borde; sus personajes encarnan la pasión de no ser dueños de su propia lengua”. Sin duda, todos estos, al igual que Walser, mantienen con la lengua y con la cultura una relación particular, como de cierta ajenidad (el famoso Bartleby, el escribiente, de Melville, respondía automáticamente ante las tareas que le encomendaban en su trabajo: “Preferiría no hacerlo”). A la lista de escritores en diálogo con este suizo, Guerra trae también a la austríaca Elfried Jelinek, ganadora -muy a su pesar- del Nobel en 2005. De su literatura, que Vanesa Guerra describe muy acertadamente como “la música de la ira”, dice algo así como que se apropia de la lengua opresora, devolviendo al/la incomodadx lectorx la brutalidad previamente recibida. En las antípodas de esta bravura, Walser presenta una performatividad excesivamente pacífica que aspira a irse de la vida dejándola “lo menos vivida posible”. Una suerte de “cero a la izquierda”, no pretende implicancias protagónicas ni acepta ensuciarse las manos más que con la tinta con la que escribe sus microgramas (“La existencia no entra en el yo. Yo: qué cuerpo más pequeño tienes”, dice Guerra como haciéndole un guiño a ese modo modestísimo de transcurrir). De esta lectura indirectamente comparativa que hace Guerra entre Walser y Jelinek, se puede concluir que ambos son dos expulsados del paraíso patriarcal, dos insurrectos, uno por renunciar al falo y la otra por su empoderamiento.
Siguiendo el ritmo calmo del paseo walseriano (pasear no es pasar, apunta Vanesa), la escritura de este libro no es nunca tensa ni preocupada. Entre el psicoanálisis, las lecturas literarias y la filosofía, este texto va dando a luz revelaciones poéticas a medida que avanza. “La existencia no entra en el yo. Yo: qué cuerpo más pequeño tienes”, dice, en un juego de proporciones que sostienen también la gran obra walseriana en los trazos mínimos de su escritura. “Debo decir que cada vez que escribo Walser, no pienso en él, no pienso en ese hombre delgado, grosero y elegante, caminante sin par, bebedor de cerveza en cantinas dispersas a la vera o entreveradas en los bosques de los Alpes, no; no. Pienso en su letra, tan corpórea al tiempo que evanescente, tan salida de sí”, confiesa Guerra. Ó
Bajolaluna
Vanesa Guerra
Walser. Traductor del limbo