En el año 2006 me instalé unos meses en Barcelona, en un departamento grande y luminoso con vista a la Plaza Urquinaona. En ese piso conviví con muchas personas de diferentes países, nos hicimos amigos y empezamos a compartir la vida en una ciudad que, en ese momento, era uno de los epicentros de la movida cultural joven en Europa. Yo estaba perdido y buscaba un lugar donde hacer pie. Tenía veinticinco años.

Antes de viajar compré una cámara de fotos para registrar ese viaje. Yo no sabía nada de fotografía, no conocía a ningún fotógrafo ni fotógrafa. Tampoco sabía cómo usar la cámara pero empecé a fotografiar a mis nuevos amigos y amigas: los excesos, las resacas, las peregrinaciones sin rumbo por las noches, la música de los distintos idiomas, los amores, los picnics en los parques, los paseos en bicicleta, la convivencia –a veces caótica– en el piso, los momentos en los que nos encontrábamos rotos, felices. Una noche, en la cocina de nuestro departamento, apagamos las luces y prendimos velas. Alguien puso Portishead, era la primera vez que oía a esa banda inglesa que no se parecía a nada de lo que había escuchado antes. Este texto podría haber sido sobre su disco Dummy. Me gusta pensar que en parte lo es.

Por las mañanas trabajaba como cartero en un lugar lleno de monoblocks llamado Hospitalet. En los trayectos en metro leí un libro que me prestó uno de mis compañeros de piso, El club de la pelea de Chuck Palahniuk. Me acuerdo que lo devoré. Al poco tiempo conocí a una chica fanática de Nirvana. Era cantante y usaba los mismos anteojos que Kurt Cobain: los blancos y ovalados. Yo había llevado mi guitarra, entonces, después de algunos ensayos, armamos una lista de canciones como repertorio. Por las tardes, después de mi recorrido postal, caminábamos por el Gótico, el Borne y el Raval buscando bares para tocar al aire libre. Ganábamos unas monedas que usábamos para tomar algo en algún rincón oscuro de la ciudad. Mientras, yo luchaba con mi cámara para fotografiar todos esos escenarios.

Cuando terminó ese verano volví a Buenos Aires con ganas de hacer algo con las imágenes del viaje. Alguien me recomendó un taller de fotografía y me anoté. No sé si fue una manera de hacer pie. Ahí conocí a un montón de referentes de las artes visuales. Las fotos de Philip-Lorca diCorcia, Wolfgang Tillmans, Diane Arbus, Andreas Gursky, Josef Sudek, Araki, Rineke Dijkstra, el cine de Wong Kar wai, Jonas Mekas y la lista sigue.

Un día en el taller, llegó ella con su Balada de la dependencia sexual y, como con Portishead, sonó una música distinta a todas. En una mesa, todos alrededor del libro, miramos las fotografías de Nan Goldin. Nan dice que siempre se ha creído equivocadamente que su trabajo trata el mundo de las drogas, de las fiestas y de lo underground, cuando en cambio, tratan de la condición humana, del dolor y de la dificultad de sobrevivir. Esa tarde, al ver las imágenes, escuché a lo lejos un eco que reverberaba desde mi pasado reciente en la ciudad catalana. En un momento, pasando las páginas una a una, llegamos a la fotografía que, aunque hayan pasado los años, no me canso de mirar porque pareciera no agotarse. Se llama "El abrazo" y representa mi encuentro con el mundo de la imagen. Creo que le debo mucho.

Cuando me pidieron que escribiera sobre alguna fotografía que me resultara significativa, fui corriendo a la biblioteca y busqué el libro de Nan. Hace varios días que está sobre mi escritorio abierto en la página de "El abrazo". Miro esa imagen todos los días, todo el tiempo posible. A esta altura puedo sentir que mantenemos una conversación. Al verla, me doy cuenta que sé cuál es la textura de ese vestido azul, sé cómo fue su salto para impactar en el cuerpo que se encuentra detrás de ella, puedo sentir el peso exacto de esa chica, sus pies en el aire, y la fuerza que hace ese brazo para sostenerla por la cintura, intentando no dejarla caer. Es maravilloso lo que hace el tiempo con las cosas.

Me fascina pensar las distintas formas de enunciación en otros idiomas porque abren sentidos donde la lengua materna, por usar otras palabras, no llega. Una vez oí una expresión francesa para referirse al encuentro con una obra de arte conmovedora: je suis tombé devant elle (caí frente a ella). En mi cabeza, esa expresión crea una imagen: mientras miro esa foto, de a poco, voy hacia abajo, perdiendo el equilibrio, hasta dar con el suelo.

Rodrigo Agüero es artista visual y editor. Su trabajo explora diferentes poéticas contemporáneas desde el campo expandido de la fotografía. En 2022 co-fundó Lactómeda Ediciones, editorial de investigación y creación centrada en la imagen fotográfica, en cruce con otras in/disciplinas. En 2023 lanzó Al final del valle rocoso, su primera publicación.